Saturday, November 11, 2006

Pdvsa, el gigante agonizante


El Nacional - Sábado 13 de Diciembre de 2003.
(Nota: esto fue publicado hace casi tres años, pero hoy de cara al proceso eleccionario, y ante la persecución a la que se somete a los antiguos empleados de PDVSA, aparece mas relevante)



A juzgar por la millonaria campaña publicitaria que Pdvsa lleva a cabo en los últimos días, en el ánimo de hacernos creer que las ruinas de la maltratada empresa nacional es una mejor compañía que aquella que fue construida en el previo cuarto de siglo, pareciera que los venezolanos tuviéramos válidas razones para celebrar la destrucción de lo que hasta hace poco fue ejemplo de la Venezuela posible.

La única manera de sacar lecciones del doloroso hecho concreto del Paro Cívico Nacional de finales de 2002, y en particular del desmantelamiento de Pdvsa, es comprender que tales conmociones sociales, como los terremotos, son el producto de acumulaciones de tensiones a lo largo de un largo período de tiempo.

La relación del petróleo y los petroleros con la sociedad venezolana ha sido, y continúa siendo, tensa y muy ambigua. Los petroleros han sido siempre catalogados como una casta privilegiada, arrogante, e indiferentes a las realidades del país, convirtiéndose en un blanco aceptable para todas las fuerzas políticas, sin excepción.

Para las fuerzas políticas que constituyen la base del actual gobierno en particular, el petróleo no es más que un arma de dominación política y social, y los trabajadores petroleros un obstáculo secular en su ruta al acceso y entronización en el poder.

Cuando la historia sea contada con el desapego de la distancia, descubriremos cómo en la primera semana del paro la presidencia de Pdvsa desarticuló la organización que decía querer estabilizar, sustituyendo a los gerentes operacionales más importantes, quienes se mantenían en sus puestos de trabajo, e introduciendo elementos de discordia en una ya candente situación, reviviendo las condiciones y las personalidades que habían llevado a la crisis de abril de 2002.

A lo largo de los siguientes días, y de una manera sistemática, la presidencia de la corporación estatal fue suspendiendo todo el liderazgo natural de la empresa, eliminado toda posibilidad de que ese liderazgo contribuyera, como estaba dispuesto a hacerlo, a amortiguar una situación operacional y organizacional que amenazaba con desbordarse.

De esta manera, y sin olvidar las llamadas de la oposición política, los hechos de Altamira, el paro de la flota petrolera y otros factores externos, Pdvsa tomó un curso de acción que resultaría catastrófico. A estas acciones siguieron la toma militar de las instalaciones, la institución de listas negras de personal y el llamado a la “toma popular”, que hicieron casi imposible el acceso a las instalaciones del personal necesario para mantener, las operaciones en los niveles de contingencia que la gerencia profesional había aplicado para afrontar la crisis. El discurso oficial, mientras tanto, era que no había paro, y que el problema estaba concentrado en un reducido grupo de gerentes.

Los despidos masivos que marcaron la segunda mitad de la crisis petrolera a principios de 2003, lejos de conducir a una solución, no sirvieron sino para “calentar” aún más la situación y mantener el paro incluso más militante. El paro era ahora acerca de los despidos, la estrategia de destrucción tomaba su inevitable curso.

Por cualquier estándar gerencial y de liderazgo, la presente administración de la industria no puede eximirse de su responsabilidad ante la destrucción de la organización que pretendía liderar.

La historia mostrará que lejos de tomar medidas reales de entendimiento y negociación, destinadas a salvaguardar la empresa petrolera de la diatriba política, se aprovechó la ocasión para lograr el verdadero objetivo:
la purga de la industria por motivos ideológicos y su sumisión a un proyecto político sectario.

Los petroleros, en una muestra de ingenuidad política sin precedentes, pensaron que expresar opiniones y actuar como ciudadanos era un derecho al cual se podía acceder sin costo alguno. Pensaron que su razón era la única razón y por tanto terminaría por ser reconocida.

Hoy, 12 meses más tarde, con más de 20.000 familias petroleras sumadas a las víctimas de una lucha política fraticida, con una Pdvsa en minusvalía y de futuro incierto, y en manos de un activismo político que la considera “botín de guerra”, asistimos a una fusilería de cifras y a un derroche de propaganda, que pretende hacernos creer que todo está bien. La realidad es que Pdvsa yace agonizante, y cual velorio caribeño, los dolientes se embriagan celebrando quién sabe que. La dolorosa verdad es que no hay nada que celebrar, ni de un lado ni del otro.

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