Saturday, January 01, 2011

El MINISTERIO DE LA VERDAD

"En tiempos de engaño generalizado, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario", George Orwell (1903 -1950)


 

El escritor inglés George Orwell, en su inolvidable novela 1984 (1949), describe una sociedad oligárquica y colectivista, donde la omnipresencia del estado en todos los aspectos de la vida, redunda en un control de los pensamientos de los todos los ciudadanos. En esa sociedad, modelada en las características que Orwell había identificado en las dictaduras de STALIN y HITLER, además de su experiencia como miembro de la Brigada Internacional durante la guerra civil española, del lado republicano, la verdad es aquello que el estado decide que es verdad.

El protagonista de la novela, Winston Smith, un burócrata de poca monta, trabaja en el llamado Ministerio de la Verdad en el departamento de archivos. La misión de ese ministerio es sencilla: reescribir la historia de tal manera que esta nunca contradiga la doctrina del partido. En última instancia, el objetivo de cambiar la historia es mantener la ilusión de que el partido nunca se equivoca. Los cambios de idea o las erradas predicciones sobre la economía son borrados del mapa y así no se muestra debilidad.

El mundo Orwelliano de 1984 siempre me pareció una curiosidad particular a la cultura anglosajona. Después de todos los ingleses son muy dados a las descripciones distópicas del futuro. La Máquina del Tiempo de H.G. Wells, La Naranja Mecánica de A. Burgess, El Mundo Feliz de A. Huxley, entre otras novelas, describen al igual que Orwell, sociedades que han perdido su libertad de manera irremediable, pues al menos para la represión los regímenes instaurados son muy eficaces. No es tampoco coincidencia que la literatura rusa, sobretodo su ciencia ficción, también tenga su capítulo Orwelliano. Nunca me imaginé que en estas latitudes tropicales, seríamos testigos de una sociedad que remeda lo peor de la imaginación anglosajona, a ritmo del son cubano.

Esto la traigo a colación después de escuchar al Profesor Giordani (Ministro de Planificación y Finanzas), quien junto con el presidente del Banco Central de Venezuela (Nelson Merentes) y Elias ElJuri (a cargo de las estadísticas nacionales y suerte de Malba Tahan criollo), anunciaban una nueva devaluación del "bolívar fuerte" y nos explicaban como la alta inflación (una de las mayores del mundo) y el decrecimiento económico (el único país de Suramérica), no eran sino las señales que confirmaban que la vía de sus políticas conducían a la erradicación de la pobreza en el país.

Estos miembros del politburó bolivariano, hacen malabarismos verbales y numéricos para convencer al desprevenido venezolano de a pie, y a muchos otros que debiesen estar más avisados, que este nuevo desaguisado de política económica no es más que una pieza más en una bien pensada estrategia que ya tiene larga data (Giordani dixit). Quién sabe, a lo mejor ellos también se lo creen.

No hace menos de doce meses, este mismo "equipo", a raíz de la penúltima devaluación de la moneda, anunciaba la creación de un sistema cambiario con tres niveles, como la solución a nuestros problemas y la clave para convertirnos en una economía exportadora, liberada del petróleo. Hoy, luego de un año de continuo desastre económico (de acuerdo a cifras oficiales), se nos dice que hay que "unificar" el sistema cambiario, como eufemismo para anunciar una nueva devaluación de más del 60. A la manera del Ministerio de la Verdad, se proclama el error como un éxito y se promete la continuación de los buenos tiempos que vivimos.

Si hay algo que distingue al totalitarismo tropical que se nos quiere imponer, de otros experimentos anteriores en otras latitudes, es que los errores no se reconocen ni siquiera puertas adentro del régimen. En sociedades totalitarias bona fide, las metidas de pata de los funcionarios, sobre todo en temas económicos, eran (son) castigados con la destitución, el exilio interno y hasta con el paredón. En este régimen, que combina revolucionarios formados en los cafetines universitarios, guerrilleros fracasados y militares de pocos escrúpulos, pareciera que no hay nadie con el suficiente liderazgo como para poner orden, en un barco que hace tiempo hace agua.

En la visión orwelliana del mundo, el liderazgo era malvado no hay duda, pero el sistema tenía también una manera perversa de perpetuarse, pues su sistema inmunológico funcionaba y erradicaba de raíz los peligros, tanto internos como externos. Orwell imaginaba al eficiente Servicio Civil británico, trabajando al servicio de una dictadura. Una pesadilla sin duda.

En nuestra versión tropical, el liderazgo sin duda también es perverso, pero sí una característica lo distingue de cualquier otro régimen anterior, es la supina incompetencia de sus funcionarios y la incapacidad del liderazgo de reconocerlos y erradicarlos. Después de 12 años de destrucción sistemática de la nación y el estado, asistimos al continuo carrusel de los mismos funcionarios incompetentes, distribuyendo miseria en todos los estamentos del estado.

El ministerio de la verdad del régimen, mercenarios extranjeros del más variado origen, no solo se ha empeñado en hacernos creer que estamos construyendo una sociedad utópica, sino que se las ha arreglado para hacerle creer a una gran porción de la población, que el liderazgo lejos de ser incompetente es una mezcla imbatible del acumen estratégico de Napoleón, la capacidad organizativa de Eisenhower y la fuerza retórica de Churchill, todo con la bendición de ultratumba del General Bolívar.

Así las cosas, el reto que tenemos los venezolanos es gigantesco, pero debe empezar por reconocer una nueva verdad. Esto puede que no tenga mucho kilometraje político, pero como no soy político me puedo dar el lujo de proponerlo. Primero internalicemos que lo que en verdad distingue a este gobierno, no es su sagacidad, ni su conexión con el pueblo, ni su disfraz de Robin Hood escarlata. No, lo que lo distingue es el ser el peor gobierno de nuestra historia republicana, no porque es de izquierda o por ser militarista, sino por su superlativa incompetencia para gobernar y su extrema habilidad para dilapidar las oportunidades. No hay desaguisado adeco/copeyano del pasado que justifique que el país se vaya por el precipicio siguiendo al flautista de Sabaneta, y que pensemos que eso es el resultado de un acto de genialidad política o alguna venganza bíblica que nos tenemos merecida.

Hay que dejar de seguir haciéndole coro a los que critican el pasado como justificación del presente y empezar a proponer un nuevo futuro con una nueva verdad. La invencibilidad de los incumbentes, revolucionarios o no, no es más que una ilusión construida de petrodólares. Mientras más temprano reconozcamos al adversario por lo que es, más rápido podremos estructurar una alternativa. Han sido exitosos en el populismo, es obvio, pero no están tocados de sapiencia estratégica y ciertamente no pueden construir una carretera decente.

La verdad está a la vista. El país yace en ruinas, producto de una población, y un país político, que se empeña en creer en soluciones milagrosas de la mano del mesías de turno a la popa de un tanquero petrolero. El futuro debe y puede ser diferente. No hay más que escuchar al liderazgo joven y a los estudiantes para saber que por debajo de la desesperanza aprendida de parte de la población, empiezan a emerger sangre e ideas nuevas, una nueva verdad. No hay más que seguir el ejemplo de la Polar y de otros empresarios que con terquedad le apuestan al país, para entender que el país todavía late con vitalidad. No hay más que leer a la intelectualidad honesta para entender que no estamos cortos de ideas. No hay más que oír a la gente común, para saber que existe la voluntad

La nueva verdad no se parecerá a los últimos cincuenta años, y menos que nada a los últimos doce. En el desván de la historia debemos dejar a Bolívar y sus coetáneos de a caballo. La Venezuela de Betancourt y sus sucesores agoniza junto con el actual régimen. No necesitamos de un Ministerio de la Verdad para reescribir la historia pasada, nuestro norte es construir sobre las ruinas de ella el nuevo camino, la nueva república.

De cara a los cambios legales que día a día instituye el gobierno para impedir la disidencia y mantenerse a toda costa en el poder, esto luce una tarea muy difícil, ¿pero quién dijo que iba a ser fácil? Todo camino largo, parafraseando a Lao Tzu, comienza con el primer paso. Ese primer paso es la idea de que si se puede. Venezuela no ha acabado, todos los días nos da una nueva oportunidad. Comencemos este nuevo año con la intención de aprovechar cada oportunidad y decir la verdad, la fuerza la seguirá.


 

FELIZ AÑO A TODOS

 

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