En el otro extremo, una gigantesca pictografía del líder, encamisado de rojo, apuntando con su índice a un objetivo invisible, gesto que uno solo puede tomar como una sugerencia de algún bien pagado asesor de imagen. Como telón de fondo en la valla, una antena parabólica que luce empequeñecida ante la figura de dimensiones orwellianas que da la bienvenida a los visitantes a esta Tierra de Gracia.
A nivel de los meramente mortales, nosotros, los recién llegados, esperamos como anónimos ciudadanos a que los funcionarios de la DIEX abran algo mas que la solitaria taquilla delante de la cual se ha formado ya la sorprendentemente ordenada y larga cola de los pasajeros del vuelo 080.
Esta llegada a casa, para los que nos toca en suerte ser trashumantes del aire, es muchas veces sorprendente, rara vez aburrida y siempre un reto a la paciencia, y uno bien pudiera decir que se presta para alguna opera bufa sobre paises tropicales.
Resistiré sin embargo la tentación de hacer eso, a pesar que en este mismo aeropuerto, durante la semana que transcurrió previa a mi regreso, los intelectuales que asistieron a la conmemoración de CEDICE (Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico) fueron sujeto de una de las experiencias más estrafalarias que uno se pueda imaginar, aún en este continente de realismo mágico.
Digno de Ripley (autor de aquella tira ilustrada conocida como Aunque Usted no lo Crea), los intelectuales, entre ellos el laureado escritor peruano Mario Vargas Llosas, fueron advertidos por los funcionarios de inmigración acerca de la inconveniencia de emitir opiniones que pudieran ser juzgadas como opiniones críticas sobre el Presidente de Venezuela, su gobierno o la ideología de su régimen. Esto después de haber sido sometidos a revisiones y requisiciones fuera de lo común para visitantes sin ningún récord delictivo; al menos no tuvieron que hacer la cola que normalmente tienen que hacer los ciudadanos de a pie, como diría nuestro ilustrado radiodifusor, Cesar Miguel Rondón.
Este tema de la actitud de censura previa del gobierno es el que me ocupa en estas pocas líneas. Imagínese el lector una situación en la que un pitcher grandes ligas, para más lanzador zurdo, invitado a dar una clínica a nuestros aspirantes a la Gran Carpa, fuese advertido al arribar a Maiquetía sobre la inconveniencia de dar consejos que pudiesen ser tomados como una crítica, aunque fuese velada, a la publicitada y muy exagerada habilidad peloteril del Gran Líder, so pena de expulsión inmediata de esta nación caribeña y beisbolera. No hay duda que nuestro imaginario pitcher, con poco recurso retórico diría algo así como; "y pa'que co... me invitaron entonces".
Para nuestra fortuna, la reacción de Vargas Llosa y sus colegas, ante el requerimiento de los "guardianes de la verdad" que tan celosamente guardan nuestras fronteras de la potencial invasión de ideas que corrompan nuestra casta revolución, fue menos destemplada y se limitó a alguna cita bolivariana muy de moda en nuestros lares. Para redondear este episodio, durante la semana que pasaron los intelectuales en Venezuela, y como pobre excusa por la fallida organización de un muy anunciado pero infactible debate con estos intelectuales, el señor presidente acusó a Vargas Llosas, en cadena nacional, de pelotero de ligas menores y por lo tanto indigno de cruzar bates con él. Me imagino que la intención del comentario presidencial pasó inadvertida al gran escritor, quien en toda seguridad no debe contar entre sus muchos atributos mucha cultura peloteril.
Esto no pasaría de ser un episodio mas del vaudeville caribeño que nos toca vivir, si no fuera por el hecho de que esto no es más que la continuación de una intolerancia estructural de la especie política criolla a la discusión de las ideas. Intolerancia que no nace con este régimen, sino que ha sido una característica muy propia del modelo político venezolano.
Aunque el actual régimen ha sido hábil en plantear su modelo como una respuesta a lo que califican como el modelo neo liberal de los previos cuarenta años de democracia multipartidista, cualquier análisis somero de nuestra historia arrojará como un hecho cierto que lo que estamos viviendo es la profundización del modelo secular de un estado todopoderoso a expensas de la libertad de sus ciudadanos. Modelo este que nace de los caudillismos del siglo XIX, que se instala a lomos de la riqueza del petróleo durante el siglo XX, y que durante este régimen toma su cariz más deformado en manos de un populismo personalista. El neo liberalismo en nuestra política no pasa de ser una etiqueta conveniente con la cual vituperar a los enemigos políticos, pero nunca una semilla que haya germinado en nuestras aridas mentes políticas. Nómbrenme a un neo liberal venezolano y habremos descubierto al equivalente del eslabón perdido.
Si hay algo de lo que podemos estar ciertos, es de que en nuestras fronteras siempre ha existido y existe una barrera, "firewall" sería el termino de rigor hoy día, que ha impedido y continua impidiendo que las ideas de la modernidad lleguen a Venezuela, al menos en suficiente cantidad como para socavar las ideas sempiternas que desprecian al individuo en aras de un colectivo difuso, pero que en última instancia solo ha beneficiado a la montonera de turno y sus acólitos.
Pero completemos el círculo, aquello que involuntariamente se representa en las vallas del aeropuerto, y que llamo mi atención mientras esperaba por el sello de origen napoleónico en mi pasaporte, es en última instancia nuestro aliado invisible en la lucha por importar las ideas del mundo moderno a esta tierra, que aún hoy no deja de ser "galleguiana", en el sentido de la lucha inconclusa entre la modernidad y la barbarie.
Así como el petróleo sustentó la dictadura gomecista de principios del siglo XX y al mismo tiempo sembró la semilla de su destrucción, la tecnología de comunicación que anuncian las vallas del aeropuerto también afianzará por un tiempo al régimen, pero en última instancia permitirá que nuevas generaciones encuentren nuevos héroes y modelos. Emerge a través de esa conexión la oportunidad de sustituir las figuras acartonadas de nuestra historia, por ideas que conduzcan a un futuro menos lleno de superstición y charlatanería, mucho más cercano a una sociedad de individuos en libertad. Así como nuestros niños y niñas, a través de la globalización, tratan de emular a sus héroes deportivos o de otro tipo, así también descubren a diario un mundo del cual se los quiere aislar, y al que aspiran pertenecer, no importando su extracción social; el futuro posible es un derecho que confío todos reclamen a viva voz.
Esa al menos es mi esperanza, y porque no, mi deseo para mis hijas, de otra manera ya hubiera dejado de volver a Maiquetía. Después de todo, el gigantesco dedo del líder encamisado de rojo, fotografiado en la valla del aeropuerto, puede que no apunte con seguridad al futuro imaginario que esboza en su mente, sino con temor hacia el futuro inevitable que se le avecina y que hará de su ideología, con certeza, una irrelevancia histórica. Un futuro donde el episodio de Vargas Llosa no sea más que una anécdota risible de nuestro penúltimo encuentro con ese siglo XIX que tan arraigado ha resultado, y donde el espacio de modernidad que ocupemos sea nuestras verdaderas Grandes Ligas.
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