Friday, September 25, 2020

DESDE EL DESVÁN DE LA MEMORIA, PARTE II - Publicado en LA Gran Aldea, Septiembre 15, 2020

 LA GRAN ALDEA



El problema al estudiar eventos históricos es que sabes cómo termina la historia, y es imposible olvidar lo que sabes hoy cuando piensas en el pasado. Es difícil imaginar caminos alternativos de la historia cuando ya se conoce el camino real. Así que las cosas siempre parecen más inevitables de lo que eran.” 

  

Morgan Housel, History is Only Interesting Because Nothing is Inevitable.


 

Cuando Alejandro Hernandéz, editor de la página La Gran Aldea, me retó a escribir algo sobre los acontecimientos que se desarrollaron en el 2002 y 2003 alrededor de PDVSA, supe que los que tenían que ver el conflicto que derivó en el despido de cerca de 20.000 personas, entre obreros, empleados, tecnicos y gerentes de la petrolera estatal, serían los más dificiles de narrar. 

 

Los eventos de lo que trata esta segunda entrega, al contrario de los de abril de 2002, tuvieron como escenario a todo el pais, y a un elenco de múltiples actores, que no necesariamente eran todos petroleros o tenían los mismos intereses. Por otro lado,  me atrevo a decir que los petroleros tenían, en el esbozo original de la estrategia política opositora - si es que tal cosa llegó a existir - ,  un rol secundario, pero en la medida que los eventos transcurrieron, y ante la retirada del liderazgo político y empresarial, quedamos expuestos en la vanguardia, terminando como chivos expiatorios y quien sabe si como moneda de canje.

 

El Paro Cívico que ha transmutado en el tiempo en la narrativa venezolana, erradamente,  a Paro Petrolero, es un proceso complejo y pobremente analizado;  como decía Manuel Caballero del petróleo: “un Minotauro sin Homero”. Así las cosas, esto que aquí comparto con el lector no pretende ser más que una narrativa personal de las circunstancias que llevaron al paro nacional, y de como PDVSA se vio involucrada. Dejaré a mentes mejor amobladas que la mía el analizar y escribir sobre el desarrollo del paro.

 

Para escribir esto he recurrido a fragmentos que he públicado con anterioridad, torpes sin duda, pero que  sirven como apuntes que me permiten no depender enteramente de mi memoria, que casi veinte años después de esos eventos no es necesariamente la mejor referencia. 

 

Comenzemos donde dejamos  la historia:

 

“El 12 de abril, regresamos a PDVSA. Parra y su grupo habían abandonado sus puestos la noche anterior. Antes que todo, esa mañana, en el estacionamiento del edificio de La Campiña, se izó la bandera y se cantó el Himno Nacional en honor a los asesinados del día anterior. Lloramos sin ningún pudor. En mi opinión, nada justificaba la pérdida irracional de esas vidas, en medio de la locura de alguien que se imaginaba batallas épicas donde solo había ambición de bandoleros. Nuestra ingenuidad política nos  había convertido en piezas en un juego diabólico de poder del cual no conocíamos las reglas. Ya nunca seríamos los mismos.

 

El regreso de un Chávez  muy debilitado y contrito, en la madrugada del 13 de abril, permite creer, por unos días, que PDVSA y el país se pueden recuperar. Eso, como hoy sabemos, no ocurrió, pero eso es otra historia.”

 

¿PARO? ¿CUÁL PARO?

La crisis de inicios del 2002 dejó a PDVSA muy debilitada organizacionalmente, pero milagrosamente intacta desde el punto de vista operacional. Las contadas paralizaciones de actividades durante el período marzo - abril no llegaron a afectar las áreas operativas de manera significativa, quizás porque la situación política hizo crisis muy rápidamente o porque en verdad los petroleros no estaban dispuestos a tomar acciones que afectaran lo que la mayoría consideraba su proyecto de vida.

PDVSA estaba muy lejos de tener una sola visión del rol que debía tener en la Venezuela de principios de siglo, pero si algo en común tenían la mayoría de los que en ella trabajaban era un orgullo por el trabajo que hacían, orgullo que el país leía la mayoria de la veces como arrogancia distante.

A esa PDVSA post abril 2002 llega un nuevo actor. Hugo Chávez llama a Alí Rodriguez Araque (ARA) a que venga a hacerse cargo de la presidencia de PDVSA. ARA,  que había sido el primer ministro de energía y minas de Chávez, debe abandonar su cómoda posición de Secretario General de la OPEP en Viena y regresar a Caracas, con la aparente misión de “pacificar” a la petrolera estatal.

Su nombramiento fue visto con precaución por los petroleros, pero no había razón para pensar que ello no fuera un real intento de enderezar entuertos. ARA había sido guerrillero en los años 60 y 70 del siglo XX, y fue uno de los últimos en deponer las armas durante la politica de pacificación de la primera administración del presidente Caldera, pero desde entonces había sido una actor relevante en la política petrolera nacional.

En sus años en el congreso, ARA se había ganado la reputación de ser un parlamentario fiel a su ideología de izquierda, pero abierto al compromiso. Sin embargo, era un enemigo jurado de las políticas de Apertura Petrolera y sus asesores visibles tampoco eran amigos de PDVSA. A primera vista Rodríguez Araque se percibía como un político inteligente, cuya exposición a las realidades del negocio petrolero internacional lo etiquetaba, a los ojos de los desprevenidos, como el menor de los males para la situación en la que se encontraba la empresa; hay que recordar que a esa altura  ninguno de los nombrados por Chávez en sus cuatro años como presidente había sido exitoso o duradero.

En las primeras de cambio, ARA toma decisiones que no solo  se puede decir que fueron sensatas, sino que estaban dirigidas a tratar de calmar los ánimos. Los petroleros despedidos por Chávez en el infame episodio del pito, en abril del 2002,  fueron reeganchados. De igual manera, Rodríguez Araque estructuró una junta directiva con la participación de profesionales extraidos de la gerencia petrolera, evadiendo nombramientos que pudieran ser considerados como de índole política, mostrando un talante de inclusión sorpresivo y bienvenido. Del otro lado de la balanza, los petroleros “bolivarianos” también permanecieron en sus puestos; recordemos que la administración de Hector Ciavaldini había dado un sello de formalidad a la emergencia de facciones políticas dentro de una organización tradicionalmente apartidista.

Uno puede concluir, en retrospectiva, que en ese momento la administración de Chávez no era lo suficientemente fuerte como para tomar las represalias que cualquier otro gobierno/dueño hubiese tomado ante la indisciplina dentro la organización petrolera, y porque no decirlo dentro de la fuerza armada; después de todo, había sido la fuerza armada, y no los petroleros, quienes le pidieron la renuncia al entonces legítimo presidente de la república. El gobierno,  como el tiempo revelaría, había decidido reagruparse para batallas futuras y guardar sus represalias para luego.

En julio de 2002, el presidente Chávez tambien nombra a Rafael Ramírez Carreño como nuevo ministro de Energía y Minas. Ramírez, un ingeniero poco conocido y de escasa experiencia, pero del entorno de confianza de ARA, pronto se transformará en un “apparatchik” con mucho poder, pero esa es otra historia.

A lo interno de PDVSA, hay intentos por buscar la conciliación entre las facciones que habían emergido durante el accidentado proceso que condujo a los eventos de abril del 2002. Esos intentos resultaron todos fallidos, por razones que merecen un mejor análisis que el que yo pueda dar aquí, pero que tienen que ver con una diferencia ideologica básica: los que creían en una PDVSA que respondiera a objetivos meramente empresariales, y los otros que aspiraban a que PDVSA fuese un brazo político del gobierno, con ellos a la cabeza. También hay que recordar que, solo semanas antes, la gerencia petrolera había cuestionado los méritos para acceder a la dirección de la empresa de aquellos colegas con los que les tocaba convivir de nuevo; una tensión subterránea no resuelta, que había aumentado con los años y los cambios en la dirección de la empresa.

Simplifiquemos la historia a la fecha:

-        Luis E. Giusti: Técnocrata, arquitecto de la Apertura y la reforma del modelo organizacional.

-        Roberto Mandini: Tecnócrata, crítico de la Apertura, resiste la politización.

-        Hector Ciavaldini: Activista político, promueve la politización y la formación de grupos bolivarianos dentro de la empresa

-        Guacaipuro Lameda: Militar activo, ingeniero, trata de rescatar valores organizacionales, percibido como rehén de la tecnocracia, resiste la politización

-        Gastón Parra: Académico, Ideologo de izquierda, promueve el conflicto interno.

-        Alí Rodríguez Araque: Ideologo y activista político, enemigo de la Apertura

 

ARA comienza una estrategia de sillas músicales dentro de la dirección de PDVSA, trasladando a los que considera como lo líderes naturales de la empresa a posiciones de menor influencia operativa, pero reitero, nunca haciendo lo lógico en cualquier organización: pensionarlos o despedirlos. En paralelo, ARA retoma la estrategia de politizar, de manera no muy sútil, la empresa,  y permite que las instalaciones de la empresa sean utilizadas para actividades de proselitismo político, lo que genera. Descontento.

En anécdota personal, me toca acompañar a ARA, junto con otros ejecutivos, a una gira al exterior para calmar a los acreedores de PDVSA. El mensaje es que la empresa está estable y es capaz de enfrentar sus obligaciones financieras y que ARA es una garantía de estabilidad (lo se, exceso de profesionalismo). En el medio de la gira, ARA se aburre y nos dice: “continúen ustedes que lo hacen muy bien, yo me voy a visitar a mi hija.”  Al regreso de ese viaje, ARA me llama a su oficina, y después de una largo introito, en modo párroco de iglesia andina, donde me dice, entre otras cosas, que el entiende la necesidad de mantener a PDVSA apolítica, me comunica que me debe cambiar de posición y que mi siguiente asignación es reabrir una oficina de manejo de inversionistas en el exterior; oficina que yo mismo había promovido cerrar durante la administración del Gral. Lameda. Empieza así un tortuoso periplo personal donde busco hacer algo útil de de lo que entiendo como ostracismo empresarial. No sería así, los eventos nos avasallarían, tanto a él como a mí.

Los días llevan a las semanas y estas a los meses. Dentro y fuera de PDVSA las tensiones no han dejado de escalar. Las investigaciones sobre los sucesos de abril no conducen a ninguna parte. Las sesiones de la Asamblea Nacional para aclarar los hechos son un mal circo, que lejos de esclarecer los hechos e identificar los responsables, enrarecen más el ambiente. El Tribunal Supremo de Justicia sentencia que no hubo Golpe de Estado sino Vacío de Poder. En la política,  los  partidos tradicionales  empiezan a dar paso a nuevas organizaciones y la sociedad civil se torna más vocal ante una situación que se deteriora.

Ya pasado unos meses desde abril, el país se empieza a recalentar. Fedecámaras, ahora presidida por Carlos Fernández, en ausencia de Pedro Carmona quien se exila a Colombia, y la CTV, presidida por Carlos Ortega, continúan en abierta oposición a la administración del presidente Chávez y su política económica. En la Fuerza Armada también hay descontento, para muestra la toma de la Plaza Atamira por oficiales desafectos al régimen. También se empezaron a organizar paros empresariales escalonados como medida de protesta, a los cuales se empezaban a sumar algunos empleados de de la petrolera, que sienten una responsabilidad personal. En fin, eventos que evidenciaban la inestabilidad política y social del país.

A todas estas, dentro de PDVSA, los trabajadores vivían su propio desconcierto, producto de las tensiones no resueltas: persecuciones internas a manos de la gerencia de Protección y Control de Pérdidas, bajo la mirada indiferente, o quizás la anuencia de ARA. Durante los meses que desembocaron en el  Paro Nacional, el personal de PDVSA, en su mayoría renuente por  principio a involucrarse, comenzó a ser objeto de fuertes presiones desde diferentes sectores políticos, empresariales y sociales,  para que se incorporararan a la lucha política. El argumento simplificado era: nosotros los apoyamos en su lucha en abril por la meritocracia, ahora ustedes deben sumarse a la lucha contra el gobierno. Recuerdo claramente las acusaciones de cobardía e indiferencia que tenían como blanco a los trabajadores petroleros; importante recordar que se había convertido en creencia popular que los petroleros habían tumbado a Chávez en abril, cuando la verdad era (y es) que solo los militares tumban gobiernos. 

En la mentalidad del petrolero promedio, una cosa era luchar por la integridad de la empresa y otra convertirse en actores políticos, de ahí su renuencia; ingenuo, lo acepto, pero era así. 

Llegado noviembre, la situación en el país está en punto de ebullición. Tiempo después  muchos analistas han postulado que el gobierno, mas preparado para enfrentar una nueva crisis, promovía una nueva rebelión. Yo pienso que eso es darles demasiado mérito estratégico , pero no lo descarto.


Todavía puedo recordar con nitidez la reunión entre Alí Rodriguez Araque con todo el grupo de alta gerencia de la petrolera estatal, tanto de Caracas como del resto de las zona operativas, realizada finales de noviembre de 2002 en el auditorio del CIED (la universidad corporativa de PDVSA), en la urbanización La Tahona en el este de Caracas. La reunión tenía como objetivo discutir las estrategias para enfrentar las crecientes amenazas de paro que se escuchaban dentro de la organización en respuesta a los llamados que ya he descrito. 

La situación que se enfrentaba era única, por no decir anómala. La industria tenía planes de contingencia para enfrentar paros laborales, pero esos planes dependían de que el personal conocido como nómina mayor (empleados, técnicos y gerentes) reemplazara al personal obrero en las operaciones, y en todo caso por un período de tiempo corto y de manera localizada. No había planes para enfrentar un paro general, sobre todo si  una gran proporción de todas las nóminas decidía apoyar ese paro y este se extendía el tiempo. ¡Los profesionales no hacían huelga! 

Los más de cincuenta ejecutivos fueron tomando la palabra, uno a uno. Comunicaron la situación del área a su cargo y describieron en detalle los planes de contingencias diseñados y su probabilidad de éxito. Recuerdo con claridad como los gerentes operacionales describían con disciplina y prolijo detalle, como se estaban asegurando de que no faltara gasolina y gas natural en el mercado nacional, que se pensaba era el talón de Aquiles del gobierno. Muchos lectores se sorprenderán de esto, ya que no se acomoda a la imagen que el chavismo ha tratado de vender: una gerencia petrolera conspiradora y saboteadora;  sin embargo, es un hecho cierto.

Eso no quiere decir que no hubiese sectores dentro de la petrolera nacional que estuviesen dispuestos a jugarse su pellejo individual para evitar que Venezuela fuese conducida por el camino de destrucción que ya se presentía y donde PDVSA sería la primera victima – pero eso lo deben narrar otros.


En mi memoria muy personal, la reunión del CIED es uno de esos hitos en el camino que definen mucho de lo que después ocurrió. Se hizo patente entonces, como se hizo obvio en las semanas que siguieron, que ARA no tenía ninguna intención de buscarle solución a las situaciones que su cuerpo gerencial le describía en detalle, y que habían acentuado la crisis en la guardia del guerrillero vestido de petrolero: la promoción de una gerencia política paralela, el acoso de parte de los cuerpos de seguridad internos y externos, la falta de decisiones para mediar en la anarquía institucional, etc.

Para ampliar esta narativa, la reunión fue interrumpida por la comparecencia de un grupo representativo de los trabajadores petroleros, liderados entre otros  por Horacio Medina y Juan Fernandez, quienes le presentaron a ARA una propuesta  para bajarle la temperatura a la situación; también fueron ignorados.

La confrontación, y con ella la destrucción de la institución, parecían serle indiferente a Rodríguez Araque. La máscara de estadista que por algunos años le había presentado al país, se caía estruendosamente, mostrando la cara del Comandante Fausto – su alias de tiempos de la guerrilla. En retrospectiva, era ingenuo esperar que el comportamiento de ARA fuera diferente. En un artículo publicado en el Diario El Nacional, en el 2009, “El Cero Como Meta”, la periodista Milagros Socorro, hizo una disección brillante de este personaje y su particular estructura emocional.

El 2 de diciembre del 2002, Fedecámaras convoca a un paro nacional, con una duración inicial era 24 horas, pero que se va extendiendo día a día hasta convertirse en una huelga indefinida. El objetivo declarado del paro era la renuncia de Chávez a la presidencia.  Los empleados de PDVSA se pliegan de manera eventual, pero como muchos otros sectores se ven arrastrados al conflicto por los eventos que se fueron sucediendo.

La dirección profesional de la empresa trata de mediar entre los empleados y el gobierno, pero son esfuerzos infructuosos. Las gerencias operativas ponen en efecto los planes de contigencia en un intento de contener el efecto en las operaciones del descontento de su fuerza laboral, que se empieza a sumar al Paro Cívico. El 5 de dicembre, el buque tanquero Pilín León se declaró en Rebeldía y se fondea en la Barra del Lago de Maracaibo, bloqueando la navegación y por lo tanto la exportación de crudo desde esa región.

Durante la primera semana del Paro Cívico, ARA, por diseño o por ignorancia, desarticuló la organización que decía querer estabilizar, sustituyendo a los gerentes operacionales más importantes, quienes se mantenían en sus puestos de trabajo, introduciendo nuevos elementos de discordia en una ya candente situación, reviviendo las condiciones y las personalidades que habían llevado a la crisis de abril de 2002.

A lo largo de los siguientes días, y de una manera sistemática, la presidencia de la corporación estatal fue suspendiendo todo el liderazgo natural de la empresa, eliminado toda posibilidad de que ese liderazgo contribuyera, como creo estábamos dispuesto a hacerlo, a amortiguar una situación operacional y organizacional que amenazaba con desbordarse.

De esta manera, y sin olvidar las llamadas de la oposición política, los hechos de Altamira, el paro de la flota petrolera y otros factores externos, Pdvsa tomó un curso de acción que resultaría catastrófico. A estas acciones siguieron la toma militar de las instalaciones, la creación de listas negras de personal y el llamado a la “toma popular”, que hicieron casi imposible el acceso a las instalaciones del personal necesario para mantener las operaciones en los niveles de contingencia que la gerencia profesional había aplicado para afrontar la crisis. Detrás de cada iniciativa para mediar en la crisis, seguía una acción violenta del gobierno que incendiaba de nuevo los ánimos. 

Los medios, de parte y parte, en una suerte de competencia por audiencia, exacerbaban los ánimos todas las noches, en sendas emisiones. El discurso oficial, era que no había paro, y que el problema estaba concentrado en un reducido grupo de gerentes de PDVSA, minimizando la crisis mientras que la oposición transmitía un frágil triunfalismo.


Los despidos masivos que marcaron la segunda mitad de la crisis petrolera a principios de 2003, lejos de conducir a una solución, no sirvieron sino para “calentar” aún más la situación y mantener el paro incluso más militante. El paro era ahora acerca de los despidos, la estrategia de destrucción tomaba su inevitable curso.

Por cualquier estándar gerencial y de liderazgo, la administración de ARA y sus adlateres no puede eximirse de su responsabilidad de la destrucción de la organización que pretendían liderar.

La historia mostrará que lejos de tomar medidas reales de entendimiento y negociación, destinadas a salvaguardar la empresa petrolera de la diatriba política, el chavismo  aprovechó la ocasión para lograr su verdadero objetivo: la purga de la industria por motivos ideológicos y su sumisión a un proyecto político sectario. Cerca de 20.000 personas fueron despedidas por su supuesta participación en el paro. Su persecución ulterior, que todavía continua, llevó a muchos a emigrar, la primera ola de lo que hoy es una gran marea

El Paro Cívico finalmente languideció, y ya para finales de enero del 2003 los empresarios y comerciantes, que habían pagado un alto precio, empezaron a volver a sus actividades. La recolección de firmas para convocar un referendo revocatorio marcó el final infeliz del paro. El costo político y económico de  revocatorio tuvo consecuencias de largo plazo en la vida política y económica del país, consecuencias que todavía estamos viviendo. El gobierno chavista fue exitoso en transmutar la narrativa: de  Paro Cívico en Paro Petrolero y luego en Sabotaje Petrolero. Los verdaderos responsables políticos del Paro, chavistas y de oposición,  se han camuflado detrás de esa narrativa perversa y mentirosa.

Ya sabemos que ocurrió  luego con la PDVSA purgada: navegó, junto con el país,  en la cresta de una inesperada bonanza petrolera  que escondió la minusvalía en la que había quedado la empresa; bonanza que le permitió a Chávez y Ramírez creerse su propio cuento de que el conocimiento y la honradez no eran atributos  necesarios para gestionarla. Hoy, despues de año de dilapidar el ingreso petrolero, sin talento técnico ni gerencial, colapsada y en ruinas, PDVSA no es más que un vago recuerdo de lo que fue.

En una muestra de ingenuidad política sin precedentes, pensamos que expresar nuestras opiniones y actuar como ciudadanos era un derecho al cual se podía acceder sin costo alguno. Pensamos que nuestra razón era una buena  razón y por tanto terminaría por ser reconocida. No supimos entender que el país enfrentaba, no a un gobierno democrático, sino a una secta empeñada en el control totalitario de la sociedad.

Los petroleros pagaron un precio muy alto.  Venezuela y los venezolanos todavía lo siguen pagando.

Saturday, September 12, 2020

DESDE EL DESVÁN DE LA MEMORIA, PARTE I - Publicado en LA Gran Aldea, Septiembre 3, 2020

 LA GRAN ALDEA



“…es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. … El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado.” – Mi Guerra Civil Española, George Orwell, 1939


La Gran Aldea ha decidido, con gran certeza, recopilar en una línea de tiempo, que ocupa dos décadas, la historia de las protestas en Venezuela en tiempos de chavismo: “Dos Décadas de Protestas en Venezuela”. Esta tarea minuciosa de buen periodismo no solo rescata una parte crucial de nuestra memoria histórica, para aquellos que la vivimos, sino que también le muestra a las nuevas generaciones que la lucha contra un régimen autoritario, disfrazado de democracia, ha sido larga, dolorosa, pero constante. Si algo uno puede rescatar del trabajo de la Gran Aldea es verse reflejado en un lienzo que retrata una ciudadanía que no se rinde.

 

Como en cualquier foto de grupo, el observador, en este caso el lector, se busca entre las caras a ver como lo trató el lente del fotógrafo. Así que, inevitablemente, como venezolano y petrolero, fui directamente a los eventos del año 2002, que determinaron los derroteros que llevaron a la industria petrolera, y por arrastre al país, al colapso generalizado que hoy se evidencia.

Como era natural, le comenté a Alejandro Hernández, Editor de La Gran Aldea, que el 2002 merecía algo más  que dos  párrafos sucintos. Su respuesta fue un reto: ¡escribe tu algo! 

Claro está, poco sabía Alejandro que, en el desván de mi computadora, lleno de polvo cibernético, entre 0’s y 1’s, podía conseguir material con el cual responder a su reto por la vía de citarme a mi mismo. Ya han pasado suficientes años para que pueda reencontrarme con las fotos amarillentas de mi desván y revisarlas con menos apasionamiento.

Ahora bien, el 2002 fue, desde el punto de vista de la relación PDVSA/Sociedad/Gobierno, una año muy complejo y acontecido, por lo que he decidido, tal como lo hace La Gran Aldea, dividir estos recuerdos personales de ese año aciago en dos entregas: Abril 2002 y El Paro Cívico.[1]

Pero suficiente preámbulo, a lo que vinimos.

ABRIL 11, 2002
COMO LO RECUERDO

 

Desde que los eventos de abril 11 del 2002 ocurrieron, he hecho un esfuerzo consciente por no recordar mucho y hablar poco sobre el tema. Son muchas las razones para esta actitud, la principal de las cuales es una sensación ineludible de que durante esos días ocurrieron más cosas tras bastidores que a la vista, y que por lo tanto es imposible hacerle justicia a la "verdad" con una historia incompleta. 

Sin embargo, el tiempo transcurre a una velocidad aterradora, ya son muchos los años, los recuerdos se empiezan a diluir, las imágenes se empiezan a desvanecer cómo si de noticias  viejas se tratara, y se me antoja que es tiempo de resguardar las memorias en algo menos perecedero que mi cerebro. Por otro lado, y quizás lo más importante para mi hoy, es explicar a mis hijas porque nuestra vida se trastocó; narrarle los tiempos que nos tocó vivir, no porque para su futuro nuestro presente sea relevante, pero si, al menos, para explicarles el porqué nos vimos obligados a rehacer nuestra vida más allá del valle que nos vio nacer.


También me parece importante, como el trabajo de La Gran Aldea ejemplifica, establecer una versión diferente a la "verdad oficial", que el gobierno con todo su poder ha hecho cotidiana. Tanto así, que hasta la oposición política la repite mecánicamente en su creencia de que hacerlo les da credenciales de aceptabilidad política aun a costa de la verdad.

Debo advertirle al lector que, por necesidad, este es un esbozo muy personal y totalmente sesgado. Aquí no encontrarán explicaciones sobre grandes conspiraciones, ni se revelarán los oscuros secretos sobre las componendas entre los factores de poder civil y militar para enderezar el entuerto que, ya entonces, se avizoraba sería la administración de Hugo Chávez. Eso se lo dejo a los historiadores. Parafraseando a Pocaterra, estas son apenas las memorias  de un petrolero de la decadencia. 


Esta historia está contada entonces desde la perspectiva de lo ocurrido en PDVSA en esa época,  no solo porque es lo que mejor conozco, sino por el papel crucial que  esta institución y sus  trabajadores tuvieron en el proceso que culminó en la renuncia del Presidente Chávez el 11 Abril del 2002, y su secuela el Paro Cívico de Diciembre de ese mismo año. Este último evento no lo mencionaré aquí, ya que formará parte de otra entrega.

La PDVSA que se asoma al año 2002, es una PDVSA debilitada gerencialmente y desdibujada organizacionalmente. El nombramiento de Gastón Parra y su nueva junta directiva, en febrero del 2002, es la cuarta reorganización que la administración del Presidente Chávez impone en la Petrolera en un período de menos de tres años. Entender los efectos de  esto es crucial, si uno quiere empezar a comprender porque PDVSA y sus empleados terminan involucrados en los eventos de abril 11 del 2002.

Debo empezar entonces la historia en algún lugar. En 1999 el recién instalado presidente Chávez nombra a Roberto Mandini, un petrolero de vieja data y amplia experiencia, como presidente de PDVSA. Este nombramiento llevó a pensar a la organización, y al país político, que habría continuidad en las políticas a pesar de las amenazas preelectorales de hacer cirugía mayor a la petrolera. Esto a pesar de la inclusión en su junta de activistas políticos y por primera vez militares activos.

Mandini, un crítico de la administración Giusti, y que venía de una larga estadía en los Estados Unidos manejando CITGO,  pronto entró en conflicto con el gobierno, y podemos asumir que finalmente cayó en cuenta de que había sido utilizado para darle legitimidad a los cuestionamientos que se hacían de PDVSA. Su renuncia fue casi predecible, y con ella se dio la de  un grupo importante de profesionales de los niveles directivos y gerenciales. El efecto de estas renuncias, sumadas a la estampida de  profesionales que se había dado con la salida de Luis E. Giusti unos meses antes, debilitó de manera importante la estructura organizativa y el liderazgo natural dentro de PDVSA.

Habiéndose deshecho de Mandini, Chávez nombra en su lugar a Hector Ciavaldini, un oscuro ex ingeniero de PDVSA, de escasa experiencia gerencial, pero parte central del grupo ideológico petrolero de Chávez durante su campaña electoral, y ya miembro de la junta directiva de Mandini. Con su nombramiento viene una nueva junta, y en ella se comienzan ya a perfilar nombramientos internos de claro tinte político, divorciados de lo que hasta entonces había sido una tradición de meritocracia interna.

La administración de Ciavaldini, aunque descolorida empresarialmente, fue funesta organizacionalmente, ya que entre otras cosas hizo “socialmente aceptable” lo que hasta entonces era tabú en los pasillos de PDVSA, la intromisión abierta de la política. Fomentó la formación de grupos “bolivarianos”; se iniciaron campañas discretas, pero efectivas, de desprestigio interno y persecución contra aquellos identificados como no afines al régimen o afectos a la figura de Luis E. Giusti, quien así pasó a ser símbolo del pasado a ser desalojado. Se iniciaron “investigaciones” internas, cacería de brujas no tan encubiertas. El Pent House del edificio de PDVSA en la Campiña se convirtió en guarida de antiguos guerrilleros, reales y de cafetín. Eran los días del llamado Grupo Garibaldi, a quien se le atribuía influencia desmedida sobre el pensamiento de un presidente que se percibía, erradamente, como rehén de estos grupos.

A mediados del año 2000, Ciavaldini es removido de su puesto. Esto como consecuencia, entre otras muchas ineficiencias, de su fallido intento de sustituir los sindicatos petroleros tradicionales por grupos bolivarianos durante las negociaciones del contrato colectivo petrolero: el experimentado líder sindical, Carlos Ortega, les propinó una humillante derrota política. En octubre de ese mismo año, el Gral. (Ej.) Guaicaipuro Lameda Montero es nombrado el nuevo presidente de PDVSA y con su nombramiento, nuevos miembros de junta y nuevas deserciones de personal directivo y gerencial.

El General Lameda venía con la reputación de ser un hombre estudioso y brillante académicamente, aunque su carrera había sido poco menos que ortodoxa dada su tendencia a decir lo que pensaba en los momentos y lugares menos oportunos. Con ninguna experiencia petrolera, pero con un entendimiento intuitivo de que es lo que hace funcionar a las organizaciones, Lameda dedica la mayor parte de su administración a recuperar la moral de la organización, y a recomponer lo que entendía, en su mente militar, como la pérdida de identificación de los empleados con la misión de la empresa dada la politización reciente, y la inmensa pérdida de personal calificado en tan poco espacio de tiempo. Gana muchos adeptos y sin duda enemigos en el gobierno.

La llegada de Lameda, en su condición de militar activo - mucho se le criticó su continuo uso del uniforme dentro de la empresa - llevó a la organización a pensar que Chávez había recapacitado y que PDVSA retomaría su rumbo como la empresa de alto desempeño que todos aspiraban. Esto no fue sino un espejismo que poco duró. Los conflictos con el Ministerio de Energía y Minas (MEM), siempre una relación tormentosa, arreciaron. Ya no solo acerca del manejo del negocio, sino cada vez más sobre el divorcio de visiones entre dos instituciones que se suponía concertaran sobre el destino de la industria. Los unos por un lado con una agenda política, los otros en su terquedad sempiterna  de comportarse como una compañía petrolera apolítica.  

En retrospectiva, Lameda, predeciblemente dado su historial de individualismo, no cumplió con las expectativas de Chávez de “meter en cintura” a la petrolera. Muy por el contrario, empezó a ser visto como un rehén ideológico  de la meritocracia de PDVSA. Finalmente, en diciembre del 2001, por razones que aún no tengo muy claras, Lameda renuncia, de manera sorpresiva, que no inesperada dada su tormentosa relación con El Ministro Silva Calderón – la discusión de la nueva Ley Orgánica de Hidrocarburos había ampliado las brechas entre PDVSA. Esta renuncia se hace efectiva en a principios del 2002, en medio de un circo mediático, contribuyendo al desconcierto interno de PDVSA.

Claro está, si el lector me ha acompañado hasta aquí, se podría preguntar porque toda esta narrativa  es relevante a los hechos de abril de 2002, en particular dada la tradición de abulia, por no decir indiferencia política de la Institución y sus empleados.

Parte de la respuesta a esta interrogante, si es que existe alguna, reside por una parte en el deshilachamiento paulatino de la cultura organizacional , y por la otra, en que las nuevas generaciones de petroleros, nacidos de otras circunstancias, sin memoria de las transnacionales, estaban menos dispuestas a acatar sin chistar el aguacero que se les avecinaba. 

PDVSA, cómo el resto del país tendía de manera imperceptible a simple vista a dividirse en dos grupos antagónicos. Los unos que se veían a si mismos como justificados herederos de la meritocracia, y los otros, que por su parte se consideraban  como las injustas víctimas de esa misma meritocracia, y por tanto resentidos con el sistema. Esta imperceptible falla tectónica dentro de la organización disparará el terremoto que destruiría la institución a finales del 2002

Pero retomemos el hilo. Nos encontramos de nuevo en febrero del 2002. Con el nombramiento de un nuevo  presidente de PDVSA y la expectativa dentro de PDVSA de un nuevo remesón organizacional. Gastón Parra (fallecido a finales del 2008) de profesión economista, profesor universitario, adusto, inflexible en sus ideas, crítico secular de la industria petrolera y con ninguna experiencia gerencial, es la persona  escogida por Chávez para tomar las riendas de la petrolera. Con él su grupo político de siempre. Carlos Mendoza Potella,  Quiroz, entre otros, todos izquierdistas de claustro, y enemigos jurados de PDVSA y de lo que calificaban como su política desnacionalizadora, refiriéndose a la Apertura Petrolera.

El presidente Chávez en posteriores intervenciones se vanaglorió de que el nombramiento de Parra y de su equipo fue una provocación premeditada. Yo, francamente, no compro esa historia, que de ser verdad sería de por sí una razón más para la condena histórica del presidente. Gastón Parra era, en mi opinión, el único peón disponible en un momento de crisis, en un ajedrez presidencial de solo peones.

Empiezan a circular rumores de que además de los ya esperados, y a regañadientes siempre aceptados, nombramientos políticos en la junta, los directores internos (tradicionalmente profesionales petroleros del más alto rango) serían nombrados en base a sus simpatías con el presidente, y no a sus méritos profesionales. Se circulan nombres, los que se oyen son precisamente aquellos que habían saltado a la prominencia como activistas políticos  internos bajo la protección de Ciavaldini, y que la posterior condescendencia de  Lameda en aras de la paz organizacional interna había dejado activos: Riera, Rodríguez, Marín, entre otros nombres.

Es entonces cuando ocurre la primera intervención pública de Gastón Parra, en sustitución de última hora del recién “renunciado” Lameda, y en el contexto de una interpelación a los ministros de la economía sobre la situación del país en la Asamblea Nacional. Parra no decepciona a la bancada del gobierno, y lanza un ataque desencajado, vitriólico y extemporáneo en contra de PDVSA, su administración y sus empleados. Todo esto frente a las cámaras de televisión y con cobertura nacional. Simplemente no lo podíamos creer.

La reacción de los empleados de PDVSA no se hizo esperar. Se empiezan a organizar asambleas internas en protesta a la actitud de Parra, y de lo que ya presentían como el fin de PDVSA como estructura apolítica. Estas expresiones de protestas, nunca antes vistas, tienen lugar en todos lados de la organización, en todo el país, aunque por razones obvias Caracas es el centro de mayor actividad; sobretodo PDVSA Gas e INTEVEP, que ya habían sido sitio de conflicto en los previos meses, cuando el gobierno trató de separarlos de PDVSA y adscribirlos a ministerios – una escaramuza que también había perdido el gobierno.

Grupos pequeños de directivos se comienzan a reunir para analizar una situación que empieza a emerger con una dinámica propia, con un obvio potencial destructor sobre la institución. Un grupo de directores discute la necesidad imperiosa de disuadir el gobierno de hacer los nombramientos que se rumoraban. Llegamos a la conclusión de que hay que tomar dos vías para ello. Por un lado, conversar con aquellos que eran los visibles candidatos internos a la Junta Directiva, para hacerles ver la inconveniencia de su nombramiento (ingenuo en retrospectiva, como muchas de las acciones que describiré a continuación); y por otro, tratar de hacerle entender a Gastón Parra el camino espinoso que se transitaba, en la esperanza de que él  disuadiera al gobierno (poco sabíamos de su poco peso en las decisiones). Una tercera vía es considerada como último recurso, la necesidad de asumir una posición pública como grupo directivo, para advertir al país de los peligros que se corrían con la politización de PDVSA. Se encomienda la redacción de un borrador de comunicado para su uso eventual.

Cómo era de esperarse, las negociaciones internas caen en oídos sordos, tanto los de Parra, como de los otros, y se activa la tercera opción: la posición pública. Esto, si he podido explicar con alguna claridad la tradición institucional, implicaba convencer a un grupo, de más de treinta gerentes del más alto nivel, a abandonar aquello de que siempre se habían sentido orgullosos, su neutralidad política, y suscribir un documento público en abierta contradicción con el gobierno, en la esperanza de que el escándalo público haría cambiar de opinión al presidente Chávez y sus  asesores.

Hoy es difícil entender tanta ingenuidad, pero en aquel momento se pensaba que Chávez era cautivo de extremistas, pero que él simplemente no lo era, y que no estaría dispuesto a poner en peligro la “gallina de los huevos de oro” en aras de unos nombramientos caprichosos e inconvenientes.

Hacia finales de febrero se realiza entonces, en la sala de reuniones de un edificio de apartamentos del este de Caracas, una reunión de un nutrido grupo de gerentes del más alto nivel de la empresa. Todos veteranos de mil batallas en los pozos petroleros y refinerías del país, pero en su gran mayoría novatos en esto de la política. Esta falta de experiencia es un factor que no puede subestimarse en la historia subsiguiente. La discusión fue acalorada y ruidosa, conscientes todos sin embargo de que la situación era delicada para el futuro de la industria.

Por un lado, había aquellos que sostenían que lo mejor era mantener la neutralidad tradicional, y no inmiscuirnos en lo que claramente era una decisión, por inconveniente que pareciese, que era potestad legal del presidente. La otra posición era que teníamos  descargar nuestra responsabilidad con la institución, su historia y su futuro. El argumento que  más peso empezó a tomar durante la discusión era que nuestra gente ya había tomado el camino del activismo, y que si no establecíamos una posición ante los eventos que se avecinaban, perderíamos la autoridad formal sobre la organización, con la obvia consecuencia del desboque de una anarquía que destruiría la empresa.

Algunas veces las palabras pesan más que las acciones. Se hizo lectura del borrador de comunicado que se había preparado, y de alguna manera esta lectura coaguló las voluntades hacia tomar una posición pública. La evocación de los vituperios que Parra había emitido públicamente, y  la larga lista de descalificaciones públicas que como institución habíamos sufrido durante  los últimos tres años, catalizan la decisión. No muy racional, lo acepto, pero así es como lo recuerdo. Después de una larga y bizantina discusión sobre si el comunicado debía ir firmado o anónimo, se decide firmarlo. Dos del grupo son comisionados para recorrer de un extremo a otro la ciudad hacia el diario el Nacional, de manera que el comunicado pueda ser publicado en la última edición. El tiempo corría, la historia no esperaría por nosotros. Debo hacer énfasis otra vez en que el objetivo primario del grupo era desactivar la situación, poniéndole presión pública al gobierno y recuperando la autoridad sobre los grupos de empelados, tecnicos y obreros. Nunca imaginamos las fuerzas que se estaban desencadenando.

El Comunicado, publicado en el cuerpo “E” de El Nacional, escondido entre los clasificados, causa un revuelo nacional. La reacción del país político es una de incredulidad, incluyendo la de nuestros mayores que la consideran inicialmente como un exabrupto. El efecto en los empleados es exactamente el opuesto al deseado y lo toman como un apoyo implícito a sus acciones – en retrospectiva la reacción natural.

El gobierno anuncia los nombramientos, tal como habían sido rumorados. Parra nos había estado engañando todo este tiempo diciendo que estaba negociando con el ejecutivo una junta directiva más aceptable. Las decisiones ya habían sido tomadas. Chávez no era rehén de ningún grupo, estaba empeñado en un curso de colisión con la industria.

La situación se deteriora rápidamente. Las marchas de protesta de los empleados se multiplican, primero de forma disciplinada durante las horas de almuerzo en los estacionamientos de las diversas sedes corporación, por aquello de no usar indebidamente el tiempo de la compañía, y luego  escalando hacia la calle. También proliferaron las ruedas de prensa y comunicados. Se comienza una rueda de reuniones con las fuerzas políticas, para explicar nuestro punto de vista. Está sobre el banquillo de los acusados no solo la industria actual sino sus actuaciones desde su fundación. Los medios del gobierno, como lo harían otra vez en diciembre de ese mismo año, le dan palestra a todo el que tenga algo malo que decir de la industria y sus empleados.

Los periodistas de la fuente nos observan boquiabiertos, al ver transformarse a  los recatados ejecutivos petroleros en voceros respetuosos, pero en abierta contradicción, con el gobierno. Empiezan a emerger liderazgos naturales, ante la renuencia de la mayoría alta gerencia de involucrarse más allá de las palabras del comunicado inicial.  Nombres en ese momento desconocidos para la opinión pública, pero que luego adquirirán notoriedad durante el Paro Cívico de final de año: Medina, Fernández, Quijano, Gómez, Paredes, Ramírez, entre otros.

En qué momento durante los meses de marzo y abril del 2002, que es cuando los sucesos que trato de narrar aquí se desarrollan, grupos civiles y militares de oposición identifican la situación cómo un vehículo para el asalto al poder, es algo que no me toca a mí decir; primero porque no lo se, y porque se escapa de esta narrativa. 

En retrospectiva, uno puede intuir que el gobierno debe haber sabido lo que estaba ocurriendo, e instaló su propia contra-conspiración. Lo que sí es cierto es que durante este tiempo los recién nombrados miembros de la junta directiva de Gastón Parra pasan a ser eunucos organizacionales, y en última instancia agentes provocadores. La compañía empieza a entrar en anarquía; las negociaciones de algunos miembros de la alta gerencia con el gobierno no rinden ningún fruto y los ánimos siguen caldeándose en los niveles medios.

El domingo 7 de abril, mientras se realiza una marcha de empleados en la Av. Rio de Janeiro de las Mercedes, el presidente Chávez ejecuta su infame despido público de siete de los más públicos lideres medios de la petrolera usando un pito para declarar su expulsión, en cadena nacional. Este acto vil, evidencia de un profundo resentimiento que en el tiempo se transformó en su cotidiana forma de dirigirse al país, enardece a parte importante de la sociedad civil, que pasa de su tradicional cuestionamiento de la clase petrolera, a aglutinarse en rechazo de las acciones del presidente y su cadre. Otros tantos ejecutivos petroleros, entre los que se encontraba quien escribe, son también retirados de la industria ese mismo día de manera oficiosa. El rumor que se distribuye es que a cada miembro de la nueva junta directiva se le dio el beneficio de proponer nombres para el escarmiento público. Se empieza a gestar lo impensable, un paro.

Es así como actos que supuestamente estaban diseñados para amedrentar, se convierten en combustible para el fuego de anarquía, que ya se adueñaba de la industria petrolera y que amenazaba de extenderse al país.

Llega entonces el 11 de abril, día de la marcha convocada por Fedecámaras (Pedro Carmona) y la CTV (Carlos Ortega), en apoyo a PDVSA y los despedidos. Extraña pareja de aliados políticos. 

El día amaneció soleado. El punto de congregación era el Parque Cristal en la Av. Francisco de Miranda. Más allá de mi propia expectativa, la aglomeración de gente se convirtió en multitud y luego en un rio de gente interminable. A la cabeza de la marcha un gigantesco tricolor. 

La marcha avanzó lentamente hacia Chuao, por la autopista. Cuando finalmente llegó al edificio de la antigua Maraven, pudimos darnos cuenta de la miles y miles de personas, que, sin organización, sin preparación, habían tomado la bandera de PDVSA como suya, al menos por un día. 

Lo que ocurre después es bien sabido. La marcha se desvía a Miraflores. Poco sospechábamos que se caminaba a una emboscada, aunque debía haberlo supuesto cuando un colega me dice que Parra y la Junta habían renunciado la noche anterior y el gobierno lo mantenía oculto, en lo que ahora sabemos fue una perversidad fríamente calculada.

Ese día, murieron 19 personas asesinadas de ambos lados de la barda política, por pistoleros todavía no identificados, en los alrededores de Miraflores. Lo que comenzó como una disputa meramente organizacional en la industria bandera del país, había escalado a un conflicto fratricida, dentro y fuera de PDVSA.  El  resto de la historia creemos saberlo. El presidente renuncia ese mismo día bajo presión militar, solo para regresar tres días después debido a la incompetencia de los que habían logrado hacerlo renunciar al enfrentarlo con su fechoría.

El 12 de mayo, regresamos a PDVSA. Parra y su grupo habían abandonado sus puestos la noche anterior. Antes que nada, esa mañana, en el estacionamiento del edificio de La Campiña se izó la bandera y se cantó el Himno Nacional en honor a los asesinados del día anterior. Lloramos sin ningún pudor. En mi opinión, nada justificaba la pérdida irracional de esas vidas, en medio de la locura de alguien que se imaginaba batallas épicas donde solo había ambición de bandoleros. Nuestra ingenuidad política nos  había convertido en piezas en un juego diabólico de poder del cual no conocíamos las reglas. Ya nunca seríamos los mismos. 

El regreso de un Chávez  muy debilitado y contrito, en la madrugada del 13 de Abril, permite creer, por unos días, que PDVSA y el país se pueden recuperar. Eso como hoy sabemos no ocurrió, pero eso es otra historia. 



[1] Eddie Ramírez ha escrito extensamente sobre está época y es lectura obligada para los que quieran saber más (Ni un Paso Atrás, es su libro de obligada referencia)

THE MARKET ABSORBS THE IMPACT OF GEOPOLITICS

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