Saturday, December 21, 2019

NAVIDAD 2019 – Petrolia 2.0 - Públicado en La Gran Aldea 23/12/2019

Publicado en la Gran Aldea


Hace ya 15 años comencé lo que ya para mi es lo más cercano a una tradición: escribir algo para compartir en la época navideña con mis amigos; sustituto un tanto elaborado de esas tarjetas de buenos deseos que acostumbrábamos a intercambiar llegado diciembre.

Todo comenzó, como un ejercicio muy personal, llevado casi siempre por recuerdos que dejaba que afloraran como incipientes ideas, que dejadas a su albedrío pensaba podían tocar una nota sentimental en los que me leyeran: que es la Navidad sino una época para dejar emerger los sentimientos.

Con el pasar de los años he tratado de buscar ideas, que si no novedosas, sirvieran para que el destinatario se sintiera tentado a dedicarle unos minutos a leer mis cortas líneas, y pudiera, bien sonreír, o sentirse nostálgico; la nostalgia y la Navidad son casi inseparables.

En la Navidad del 2005, me topé, por puro accidente, con la idea de Petrolia (http://elrecadero.blogspot.com/2005/12/petrolia-2005-comienzo-escribir-estas.html) : un país imaginario, sin fronteras, donde habitaban los emigrantes venezolanos, para ese entonces en su mayoría petroleros, que todavía soñaban con un pronto regreso a casa. Con el correr de los años, Petrolia se tornó, al menos para mí, en un lienzo en el cual dibujar, cada diciembre, mis esperanzas, y la de muchos otros, por volver a casa; en retrospectiva una ingenua esperanza nunca realizada.

Muchos años han pasado desde que comenzó el goteo de gente fuera de Venezuela, en mi caso más de 12 años. Las gaitas que recuerdo ya son todas “clásicos”. En el camino he perdido a amigos con los que soñaba en la reconstrucción: Gustavo Núñez y Ramón Espinasa, entre otros. Mis padres hoy se marchitan en una Caracas a la que no puedo regresar, como tantos otros. Mis hermanos son un recuerdo lejano, hace tanto que no los veo. Pero también conservo amigos que como compañeros de viaje han hecho de este un periplo mucho más enriquecedor, y que decir de las nuevas amistades que se han ido formando en este mi nuevo hogar y que han alivianado la odisea. 

Hoy, Petrolia es mucho más que los innumerables petroleros expulsados de su tierra, los primeros damnificados de un régimen que ya se asomaba como la némesis de una sociedad adormecida. No sé que nombre se le debiese dar a ese país sin fronteras que es hoy habitado por más de cinco millones de venezolanos que se han visto forzados a dejar su patria, pero a falta de mejor idea la bautizaré como Petrolia 2.0.

En esa comarca, que hoy se extiende por toda la “bolita del mundo”, marcada por ese símbolo de la colonización criolla del siglo XXI, la arepera, la Navidad tendrá seguramente un sentimiento agridulce, es inevitable. Por un lado, la tristeza que ocasiona la distancia y la circunstancia; pero por otro, la realización de que los venezolanos si pueden reinventarse, sin importar la dificultad. Eso es una esperanza para cuando más temprano que tarde haya que reinventar el país, junto con los que hoy luchan en Venezuela día a día. 

En vez de buscar algo nuevo que decir, les comparto a todos, petroleros y no petroleros, amigos todos, un relato que escribí hace ya ocho años y que, para mí, inmerso como estoy en tareas para las cuales necesito renovar esperanza a diario, representa las ideas por las que lucho.

¡Feliz Navidad a Todos!


Thursday, December 15, 2011
Navidad en Campo Rojo


“Sin rencor ahora te digo, que lo nuestro ha
terminado, que este bello amor sagrado para mi, no
tendrá olvido, estoy donde solamente, tu y yo
somos los testigos, cuando tu cuerpo y el mío, en
su piel tierno amorío, se unieron ardientemente.”
Sin Rencor, Abdénago “Neguito” Borjas


El estruendoso silencio que hace una casa cuando todo deja de funcionar, le anunció a Betulio que la electricidad se había ido otra vez. Ya se había empezado a acostumbrar a las ya no tan inesperadas carencias, pero francamente, que se fuera la luz la noche de Nochebuena no era el mejor de los augurios. Betulio maldecía entre dientes, se imaginaba que la hallacas, que con tanta dificultad había conseguido intercambiando favores en el pueblo de Lagunillas, corrían el riesgo de pudrirse en la ahora inerme nevera.

Trató de pensar en positivo, después de todo Campo Rojo era un campo petrolero, y aunque lejos habían quedado los tiempos cuando la compañía se ocupaba de todo, desde el mantenimiento de las alcantarillas hasta cambiar los bombillos de las casas, todavía confiaba en que su amigo Jonás, de la superintendencia de mantenimiento, se estuviera ocupando de restablecer la electricidad. Vaya que Noche.

Betulio salió al porche de la casa que hace ya décadas habían construido los holandeses, se sentó en la vieja mecedora que había sido de su padre y miró al cielo estrellado que lo acompañaba desde su niñez. Estaba solo, Miriam y los niños habían ido a visitar a su hermana en Campo Florida; resignado se balancea en el desgastado mimbre, esperando, remembrando. La noche se ha silenciado, solo se oye el murmullo de voces en las casas vecinas y el lejano ronronear de los carros en la intercomunal. Al final de la calle de asfalto rasguñado se levanta el viejo balancín que alguna vez bebió de las entrañas de la tierra, pero que ahora despojado de vida y maniatado por luces multicolores, languidece.


A kilómetros de distancia, Heriberto se prepara para la Nochebuena. La nieve ha cubierto el jardín de la casa, a pesar del tiempo transcurrido la nieve le sigue maravillando, y no puede evitar recordar el viejo chiste del maracucho que ve entre los arboles nevados a su primer venadito. Para él los recuerdos de las navidades en Campo Rojo se le antojan ahora como postales amarillentas, un pasado lejano y nebuloso; ha dejado ya de contar los años desde la última celebración de la navidad en el campo. Distraído le echa un leño más al fuego que calienta la sala de la casa, a pesar de los años en estas latitudes no se acostumbra al clima; “más frío que culo de foca”, hubieran dicho en el campo.

Otra Navidad fuera de casa. No, esa no era la mejor manera de pensar. Esta era ahora su casa. Él y Erlinda eran los afortunados, el destino les había abierto nuevos senderos, era Navidad en esta su casa lejos de casa. En la sala el Ipod toca la banda sonora de las navidades de su niñez en el campo, gaitas de Cardenales y El Saladillo, “unplugged” como dirían sus hijas. Pronto la casa se llenará de amigos y ahogaran en risas y canciones la nostalgia que todos sienten pero que ninguno admite.

Betulio suspiró aliviado, la electricidad había vuelto a Campo Rojo, y con ello se había salvado la cena de Nochebuena, por ahora. El campo se había vuelto a iluminar, y en las calles se volvía a escuchar la música y las risas que escapaban por las puertas de las casas, todavía abiertas buscando mitigar el húmedo calor de la noche. El aire acondicionado está racionado por considerarse un lujo innecesario.

En las cornetas del viejo CD-player vuelve a sonar una gaita de esas que llaman modernas, llena de sonidos electrónicos que disfrazan el ancestral ritmo del furro. Betulio, sin razón aparente, piensa en Heriberto, su amigo de la infancia, su compañero desde la escuela, la vida los había separado. ¿Es que acaso había valido la pena el fratricidio inducido por el ahora moribundo proceso? Los años habían borrado la sin razón y solo había quedado Campo Rojo venido a menos la noche de Nochebuena. El rencor le había ganado al afecto.

Heriberto, a pesar del frío, sale a ver la noche, de repente se siente atrapado entre sus recuerdos, uno de los grilletes del inmigrante. Camina alrededor de la casa, patea la nieve, que se levanta como una nube que refleja la luz de los faroles. En ese momento, y sin razón aparente, Heriberto no puede evitar pensar, aunque solo sea por unos instantes, en Betulio, su amigo de siempre. La vida los había separado, el afecto no había podido contra el rencor.

Erlinda le grita a Heriberto: “que hacéis allá afuera, metéte a la casa que te vais a congelar las orejas”. Heriberto parece ver una sombra entre los arboles. No, es solo su imaginación. Encogiéndose de hombros se dirige a la casa donde construye nuevas memorias. Mientras camina alcanza a decir, sin saber a quien ni porque: ¡Feliz Navidad Hermano!

Betulio se levanta de la mecedora para llamar por teléfono a Miriam, ¡coño! ¿donde se habrá metido? No quiero estar solo en esta noche de fantasmas. Le parece oír una voz conocida que lo llama, se sobresalta, busca la cara en la calle, pero no ve a nadie. Encogiéndose de hombros camina hacia la puerta de la vieja casa de mil memorias y deja que estas lo envuelvan, murmura entre dientes: ¡Feliz Navidad Hermano!

Monday, November 18, 2019

Algo más que Energía - Publicado en la Gran Aldea 08/11/2019

LA GRAN ALDEA


“La repetición constante de la letanía y las exageraciones ambientales que a menudo se oyen tiene muy serias consecuencias. Nos atemorizan y hace mas probable que usemos nuestros recursos y enfoquemos nuestra atención en resolver problemas fantasmas, mientras que ignoramos los verdaderos y perentorios problemas” Bjorn Lomborg


En una semana cualquiera, alrededor del globo, 3 millones de personas migran de las zonas rurales a zonas urbanas, 156 millones de seres humanos al año, y si hacemos las matemáticas eso es alrededor 300 personas por minuto. Estas multitudes terminan invadiendo terrenos baldíos y construyendo comunidades ilegales alrededor de las ciudades “formales”, y con poco o ningún acceso a los servicios que la sociedad moderna considera como la base de un bienestar mínimo: agua, electricidad, salud y comunicación. Hoy día mil millones de personas, 1/6 de la población mundial vive en estas condiciones.

Aproximadamente el 54% de las personas en todo el mundo ahora viven en ciudades, en comparación con el 30% en 1950. Las fuentes estiman que esto crecerá a 2/3 de la población mundial en los próximos 15-30 años. Más de la mitad de los habitantes urbanos viven en las 1,022 ciudades con más de 500,000 habitantes. Actualmente hay 29 mega ciudades con poblaciones de más de 10 millones, frente a las 2 de 1950 y se proyecta que crezcan entre 41 y 53 para 2030. Estas comunidades al margen son lo que Robert Neuwirth llama en su libro “Las ciudades en la Sombra”, las ciudades del futuro. Estas comunidades estimulan la entropía, es decir el grado de desorden, de la comunidad organizada a su alrededor, en su legítima búsqueda de libertad, representación política y en última instancia bienestar personal.
El vínculo entre el uso de la energía y la intensidad económica es complejo y muy dinámico y depende de la etapa de desarrollo que se analice y de la nación que se trate. Sin embargo, uno puede concluir con cierta certidumbre que la tasa de uso de energía es función directa de el nivel de desarrollo económico de las sociedades humanas.

La calidad de vida es también un concepto complejo y significa diferentes cosas para diferentes sociedades o grupos sociales. Sin embargo, uno pudiera proponer que el acceso a servicios médicos y nutricionales como vía hacia una larga expectativa de vida, al igual que el acceso a una buena educación y el ejercicio de libertades individuales establece una parte importante del bienestar del ser humano
Es de esperar, entonces, que la emergencia de estas ciudades informales no solo contribuya al aumento en el consumo de la energía, sino que también contribuyan al aumento en la ineficiencia del uso de las fuentes de energías tradicionales.

Algo más difícil de establecer es el vínculo entre el consumo de energía y los arreglos políticos que garantizan el disfrute de lo que hoy conocemos como los derechos humanos. Esto no es de sorprender, ya que las libertades individuales fundamentales, así como las instituciones de participación democrática fueron codificadas por nuestros ancestros muchas generaciones antes de la emergencia del uso intensivo de la energía.

La Agencia Internacional de la Energía ha delineado sucintamente los retos que enfrenta el mundo a comienzos del siglo XXI: “El mundo se enfrenta a dos amenazas relacionadas con la energía. Por un lado, la no disponibilidad de los recursos de energía adecuados a precios razonables y por el otro el daño ambiental causado por el exceso consumo de esos recursos”.

Estas señales de alarma, compartidas universalmente con diversos grados de urgencia, son el anverso de la demanda creciente por energía y el consiguiente bienestar que las “multitudes” ya descritas consideran su derecho inalienable. Esta es una discusión compleja no solo porque no tiene una solución única, sino porque su dinámica hace que el objetivo este en continuo movimiento.
En este contexto, y desde la publicación del primer estudio del Club de Roma en 1972: “Los Límites de Crecimiento”, se ha tratado de establecer la discusión de estos temas dentro de dos conceptos que a primera luces lucen complementarios, pero que un análisis mas crítico los muestra contradictorios: el concepto de recursos finitos y de desarrollo sustentable.

Los recursos o son finitos o no lo son. Si lo son, la única manera de asegurar de que duraran para siempre es no usarlos más, con el efecto negativo que esto tendría en el desarrollo económico de la sociedad humana. No es solo que debemos parar el crecimiento, sino que para evitar el agotamiento de recursos finitos deberíamos reducir el consumo neto a cantidades infinitesimales. Por supuesto, ni los más fanáticos propulsores de la sustentabilidad estarían dispuestos a ir tan lejos, y en su intimidad aceptan que la humanidad encontrará maneras de balancear la demanda y la oferta de recursos.

Por otro lado, hay aquellos que piensan que tal discusión es banal ya que para propósitos prácticos el concepto de recursos finitos es falaz desde el punto de vista de la cadena económica de producción, y aunque no lo fuese, la humanidad encontraría maneras de sobrevivir sin algún recurso en particular.
El concepto de sustentabilidad es aún más controversial. Wilfred Beckerman (A Poverty of Reason: Sustainable Development and Economic Growth) argumenta que mantener el ambiente tal como se encuentra hoy sería una acción inmoral, dado el agudo estado de pobreza y de degradación ambiental en el cual una gran parte de la población vive. Más aún, el mismo autor argumenta que si el objetivo es mantener el desarrollo de hoy salvaguardando las necesidades de las generaciones futuras, no es posible determinar de una manera clara y robusta ni el sacrificio necesario de las generaciones presentes, ni las necesidades de las generaciones futuras.

Esto nos lleva de vuelta a la cuestión de las poblaciones emergentes y como establecer las oportunidades para que la sociedad pueda satisfacer sus necesidades de calidad de vida tanto física como espiritual, sobre todo cuando la persecución de ese objetivo no puede estar divorciado del uso de cada vez más energía.
¿Pero es esta visión posible, dada las aparentes limitaciones que el uso de los recursos naturales parece tener? El calentamiento global y otras barreras amenazan con atraparnos en una discusión circular sin resolución aparente.

Sin embargo, la convergencia de las fuerzas de mercado, ambientalismo e innovación tecnológica presenta la oportunidad de una nueva síntesis hacia delante. Las poblaciones emergentes de las ciudades del futuro son la fuerza, que, junto a la economía establecida, mueve el mercado de la energía hacia un nuevo horizonte: no el horizonte de la búsqueda de la utopía agraria de los intelectuales luditas, sino el horizonte del uso de la tecnología como herramienta de liberación individual y grupal.

Tal como el desarrollo del comercio informal en todo el mundo revela, las poblaciones del mundo no están esperando sentadas por la ayuda de los llamados países desarrollados o esperando por la caridad de los capitostes locales. Estas poblaciones demandan energía, orden, pero sobre todo libertad de aspirar a la modernidad; y estas fuerzas, en conjunción con las nuevas formas de colaborar que la tecnología habilita, están estructurando una revolución silenciosa que soslayará con toda seguridad a los guardianes de la ortodoxia política.

Estas poblaciones demandan el mas viejo de los ideales humanos: la libertad de decidir por si mismos como combinar los recursos de la naturaleza y su talento para lograr su bienestar y el de los suyos. Esta es una fuerza casi irresistible, y la interconexión que hoy es omnipresente hace que tal sueño sea posible, mas temprano que tarde. Los intentos de gobiernos individuales o de organizaciones multinacionales de tratar de restringir o dirigir la libertad económica del individuo han resultado ser catastróficos, y en última instancia una pérdida de oportunidad inconmensurable, y contra eso también habrá luchar.
¿Quien suplirá la energía que hará posible ese futuro? Es difícil de extrapolar, pero seguramente será una sorpresa para los que hoy se creen indispensables, solazándose dentro de una ciudadela que los aísla del tumulto de la revolución tecnológica y económica emergente.

Sunday, October 13, 2019

¿Nueva Narrativa o Nuevos Narradores?. Publicado en La Gran Aldea, Oct 2019



“La historia no es más que un conjunto de mentiras acordadas”. Napoleón Bonaparte


No hay reunión de venezolanos interesados en el futuro de su país, donde no se mencione que hay que desarrollar una nueva narrativa: una manera diferente de comunicar y vender las nuevas o no tan nuevas ideas con las que se pretende construir un mejor futuro o al menos sustituir un presente que se nos antoja odioso.

Nuestras memorias determinan nuestras narrativas . Nos enfrentan a diario con la imagen que construimos de nosotros mismos, bien porque refuerzan nuestra autoestima, o bien porque nos recuerdan el origen de lo que percibimos como nuestras debilidades.

Sin embargo, no hay recoveco en nuestra memoria que no haya sido modificado por el mero hecho de recordar. Buenos y malos recuerdos están continuamente en metamorfosis. Los unos cuando nos da por revivir momentos que nuestra memoria clasifica como felices, y los otros porque lo que nos ha dado tristeza siempre acecha, en particular en la penumbra. 


Las naciones, me atrevería a decir, sufren un poco de ese mismo síndrome: sus memorias y su historia, que no necesariamente son lo mismo, sufren una transformación continua. A diferencias de nuestras memorias personales, las naciones tienen su historia escrita, que trata de hacer de esas memorias verdades inamovibles, dogmas cuasi religiosos, que se erigen en los relatos que nos identifican como grupo.

Sin embargo, de cuando en cuando, bien porque nuevas generaciones de historiadores revisan la historia a la luz de nueva evidencia o su particular visión, o bien porque un nuevo estamento político decide revisar el pasado para ajustarlo a su proyecto, la historia como es contada es modificada. 

George Orwell, en su novela 1984, apuntaba: "Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”. En el libro de Orwell, el protagonista, Winston Smith, está cargo de modificar los archivos históricos para armonizarlos con la cambiante realidad política, borrando la existencia de personajes que, aunque alguna vez fueron parte de la historia oficial, al estado se le antojan como incómodos; Orwell imaginó esto sesenta años antes de que existieran las herramientas digitales que hoy día permiten desaparecer a la nada, o crear de la nada, narrativas enteras.

Por otro lado, hay ideas (información) que pasan de generación en generación, sirviendo de pegamento a comportamientos que denominamos cultura. Richard Dawkings, en su libro El Gen Egoísta (1976) acuño el término meme (por su semejanza fonética con gene) para referirse a una unidad de información cultural que se transmite de un individuo a otro y de una generación a la siguiente. Dawkings propone que los memes pueden agruparse constituyendo un sistema de memes interrelacionados, como por ejemplo una mitología; y como los genes ellos tienden a replicarse, y también a mutar.

Cuando la historia como disciplina no soñaba en ser inventada, las narraciones orales, los cuentacuentos, las mitologías, hacían sus veces. Ya decía Bernard Le Bovier de Fontenelle, en su “Origen de las Fábulas” (1724): 

“¿Por qué nos habrían legado una masa de falsedades? ¿Qué pudo haber sido este amor de los hombres por la falsedad manifiesta y ridícula, y por qué no duró más? Porque las fábulas griegas no eran como nuestras novelas, que son cuentos y no historias; no hay historias antiguas aparte de estas fábulas.”

Todo esto no pasaría de curiosidad académica, sino fuese porque la historia, o en su defecto esas mitologías, en el sentido más amplio de la palabra, modelan el comportamiento de las sociedades o son usadas por grupos dentro de ella para justificar decisiones políticas e ideologías.  

La visión que Venezuela tiene de si misma no solo no escapa a estos síndromes sino que es un producto inacabado del pugilato entre las mitologías militaristas, sobre todo las construidas durante más de 200 años sobre la narrativa de Simón Bolívar y la gesta de la independencia, y la mitología de una modernidad no del todo legítima por haber sido construida por la renta petrolera. 

Pero hete aquí que nos encontramos en el umbral de la tercera década del siglo XXI, con un país en ruinas económica e institucionalmente, con una población en pobreza cuyas opciones son morir de mengua o emigrar con un destino incierto.  La mayoría de los grupos que aspiran o detentan el poder debaten entre si con herramientas discursivas basadas en unos memes que, a punta de mucho mutar, hoy no son más que aberraciones de la ideas o hechos que los originaron.


Siendo Venezuela lo que es, el petróleo es mayoritariamente el tema sobre el cual se predica la necesidad de una nueva narrativa. Por un lado se reconoce explícitamente que la industria y su institucionalidad debe ser transformada radicalmente, pero por el otro lado, entendemos que nuestra carga de memes alrededor de ella hace el intento de cambiarla casi una tarea de Sísifo.

Los memes de la soberanía y el nacionalismo son un lastre importante. Rómulo Betancourt veía, no sin razón, que el capital extranjero que explotaba el petróleo apuntalaba a la dictadura y se llevaba una tajada más que razonable de la actividad y que había que modificar esa relación de poder. Hoy, 60 años más tarde, otra dictadura, esta vez disfrazada del nacionalismo que predicaba Betancourt, y al que pocos se atreven a cuestionar, usa el petróleo para también doblegar a la sociedad.

Pero a pesar de su evidente fracaso, el meme del control monopólico por el estado de la actividad petrolera sigue vivo. Sobrevive en los que lo usufructúan o esperan usufructuar el poder político. Sobrevive en las universidades, en los petroleros, en la industria privada, en fin, sobrevive en una sociedad acostumbrada a vivir a la sombra de la renta.

Así las cosas, cambiar la narrativa pasa por cambiar como contamos la historia o que al menos la contemos con todo y sus lunares. Cambiar la narrativa es quitarle el valor mitológico a lo que ha pasado. Debemos diseñar un nuevo abecedario, adaptado a una realidad social y económica que no reconocerían ni Betancourt, ni Pérez Alfonzo, ni ninguno de esos prohombres del pasado que tanto citamos pero que poco entendemos. 

¿Pero están los jóvenes de hoy interesados en el petróleo y su narrativa? En un mundo donde la palabra meme representa una viralidad instantánea y perecedera, quizás esto de la nueva narrativa no es más que una ansiedad de otra generación. En un mundo donde los combustibles fósiles son casi impresentables en sociedad quizás estamos teniendo como sociedad un debate anacrónico.

Los retos que tenemos como país no hay duda de que pasan por el nudo gordiano de cómo mejor desarrollar nuestros recursos naturales, pero eso no es más que el puente hacia una nueva realidad. Quizás, perdemos la oportunidad, dada por la destrucción del país, de discutir como construir una sociedad del conocimiento, capaz de competir en el mundo interconectado de hoy, empeñados como estamos en zanjar una diatriba acerca del petróleo que ya no tiene relevancia y cuyas soluciones ya se han encontrado en otras latitudes.  

La nueva narrativa empieza por tener nuevos narradores con nuevas historias. Se buscan voluntarios

Tuesday, August 27, 2019

Petróleo, Colapso y Redención - Publicado en La Gran Aldea. Agosto 27, 2019

LA GRAN ALDEA

Una casa muerta entre mil casas muertas, mascullando el mensaje desesperado de una época desaparecida”. Casas Muertas, Miguel Otero Silva.

En 1955, Miguel Otero Silva (MOS) publica su novel Casas Muertas, donde da cuenta de un pueblo en los llanos venezolanos llamado Ortiz y de su devenir a consecuencia de las enfermedades y de las migraciones de sus habitantes a las ciudades y las zonas petroleras.

Carmen Rosa Villena -protagonista de esta historia- dejó el pueblo de Ortiz, presa de temor y cargada de esperanzas, para iniciar una nueva vida en la moderna Venezuela. Modernidad que nace, crece y se desarrolla gracias a la presencia del petróleo, narrada y descrita en detalle en la novela Oficina Nº1, del mismo Otero Silva.

Seis décadas más tardes y sin un MOS que le sirva de cronista, la Venezuela que se desarrolló por y a pesar del petróleo, se transforma en Casas Muertas a lo largo y ancho del país, donde ya la gente no huye del campo a las ciudades o los campos petroleros, sino fuera del país, en cantidades sin precedentes en Latinoamérica (más de 4 millones según cifras de la OEA). 

En 1998, Venezuela produjo 3,4 millones de barriles de petróleo por día (MMBOPD), un máximo histórico desde los días previos a la nacionalización de la industria petrolera en 1975. En junio 2019, Venezuela produjo 745 MBOPD de acuerdo con fuentes secundarias (OPEC Monthly Oil Market Report – julio 2019). Las refinerías del país, otrora centros industriales de clase mundial, procesan hoy menos del 20% de su capacidad nominal; la poca gasolina que hoy se consume es importada a un alto costo. En el oriente del país, cada 24 horas se queman o ventean más 1.8 billones de pies cúbicos de gas, no sólo un gigantesco crimen económico sino también ecológico. La empresa estatal, PDVSA, alguna vez admirada en el mundo petrolero, no es mucho más que una caricatura de su gloria pretérita, sus trabajadores uniéndose al éxodo de sus compatriotas.

Este inusitado colapso en la producción, en toda la actividad, en el espacio de 20 años, es único dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y le da a Venezuela la dudosa distinción de ser la nación productora de petróleo de peor desempeño, en un momento en que los productores de petróleo compiten por cuota de mercado y los precios del petróleo luchan contra la volatilidad.

Que la industria petrolera venezolana, alguna vez la joya de la corona, se encuentre en esta situación es, para la mayoría de los venezolanos, una sorpresa inesperada y amarga, y para los extraños un acertijo difícil de descifrar.

Esta situación se hace aún más desconcertante cuando uno recuerda que Venezuela tiene los mayores recursos de petróleo extra-pesado del mundo, las mayores reservas convencionales probadas de petróleo en América Latina y un potencial de gas natural muy significativo, tanto en tierra como en costa afuera.

Muchos analistas han intentado explicar este enigma y, de hecho, han encontrado explicaciones plausibles que van desde una intervención estatal excesiva y la corrupción resultante, hasta la falta de capacidad técnica y, en los últimos tiempos, la falta de inversión debido a la caída de los precios del petróleo desde 2014.

En la década de 1990, PDVSA, con el reacio apoyo del Estado, implementó una estrategia para atraer a las empresas extranjeras para que invirtieran en toda la cadena de valor. Las crecientes oportunidades de mercado en Asia y América Latina, así como el tamaño de la base de recursos venezolana presentaron una oportunidad única para utilizar a la industria petrolera como motor de crecimiento para el resto de la economía. Dos principios fundamentales guiaban la estrategia: El país tenía más recursos a desarrollar que capacidades para lograrlo, y la necesidad de introducir tecnología y competencia a una industria que comenzaba a mostrar síntomas de ineficiencia producto del monopolio que ejercía.

Con la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1999, la industria petrolera venezolana entró en una etapa donde se mezclaron todos los peores rasgos de la relación de la sociedad venezolana con el petróleo. El Gobierno, envalentonado por los altos precios del petróleo (2004-2014), repitió sin pudor todos los errores de las administraciones que lo precedieron: Controles de cambio, sobrevaluación de la moneda, destrucción del aparato productivo y adquisición de una deuda externa impagable.

Además de eso, renegoció la mayoría de los contratos existentes con las compañías petroleras extranjeras, expropiando a quienes no dieron su consentimiento a los cambios; los contratistas petroleros, considerados adversarios políticos, también fueron nacionalizados. PDVSA se convirtió en un brazo político del Gobierno, convirtiéndose en una palanca para su estrategia geopolítica en la región y una fuente de fondos extrapresupuestarios para sus programas sociales; la industria petrolera se convirtió en moneda de canje para obtener favores políticos, bajo un discurso de falso nacionalismo.

Mientras tanto, durante ese mismo período de altos precios del petróleo, no hubo nuevos proyectos petroleros. Los viejos campos de producción languidecían por falta de inversión y conocimientos técnicos, y al contrario de lo que otros países productores de petróleo hicieron durante los años de bonanza, Venezuela no invirtió lo suficiente en su industria petrolera. El país, bien por negligencia o porque los altos precios del petróleo maquillaban la crisis que se gestaba, asistía silente.

A medida que los precios del petróleo comenzaron a desmoronarse en noviembre de 2014, el sector petrolero y PDVSA, en particular, se desquiciaron. Hubo accidentes catastróficos en refinerías y plataformas de perforación; derrames; pérdida de capacidad de refinación y, por lo tanto, necesidad de importar para suministrar gasolina al mercado interno; y lo más revelador, la rápida disminución de la capacidad de producción y la aparente incapacidad o voluntad de recuperarla.

Hoy Venezuela, en medio de la hiperinflación y una profunda crisis política, continúa cayendo en barrena, y con ella su sector petrolero. El aparente paraíso socialista ha resultado ser sólo una Aldea Potemkin, con pórticos pintados con renta de petróleo, pero sin sustancia detrás de ellos.

Uno pensaría que, después de la experiencia de los últimos años, los venezolanos deberíamos haber aprendido la lección de que tener abundantes recursos en el subsuelo no garantiza que la sociedad se desarrolle de una manera harmónica; y que tener a un Estado que controla la renta petrolera no ha traído más que sinsabores y una aberrante relación Estado – sociedad.

La idea de que el control estatal de las mal llamadas industrias estratégicas, el petróleo incluido, es la mejor vía al desarrollo, sin embargo, perdura en el ADN de la política venezolana, aún en las nuevas generaciones que consideran este particular “maná” como un derecho de cuna.

El calentamiento global, la cambiante matriz energética mundial, el desarrollo del “shaleoil”, la nueva OPEP (con Rusia en precaria alianza con Arabia Saudita), la emergencia de energías alternativas competitivas, entre otros, son factores que a principios del siglo XXI lejos estábamos de imaginarnos. Atrás quedaron los días en que el petróleo venezolano era el objeto de deseo de la industria petrolera mundial. Ahora, con una industria en ruinas, cercada y debilitada por legislación rígida e inadecuada, debemos escalar una empinada cuesta en poco tiempo.

Si queremos volver a ser actores de relevancia, ya que el petróleo aun nos da una ventana de oportunidad, debemos liberarnos de ideas que han demostrado ser fallidas: Monopolio estatal, legislaciones inflexibles, control centralizado de la renta, el perjudicial divorcio entre petróleo y sociedad, entre otras.

Los recursos humanos, financieros y tecnológicos necesarios para esa reconstrucción sólo emergerán si somos capaces de estructurar las condiciones legales, sociales y fiscales que nos hagan competitivos con relación al resto del mundo petrolero.

Por otro lado, mientras el país discute en cómo salir del atolladero en el que se encuentra, y hace contabilidad del número de barriles que necesitaremos para tan titánico esfuerzo, nuestros competidores y aliados siguen su marcha hacia un futuro del que parecemos tomar poca cuenta.

Por eso y más, el petróleo ya no será suficiente para desarrollar una economía que compita en siglo XXI. El petróleo, como el carbón, seguirá perdiendo relevancia. ¿A qué velocidad? No sabemos. La vieja conseja de sembrar el petróleo no nos ha servido mucho, pero al menos como catalizador del desarrollo debemos usarlo.

La mejor manera de conseguir la redención de este infierno que es hoy Venezuela es liberarnos de los fantasmas que continúan atándonos al pasado. Nuestros mitos están hechos de héroes a caballo que, inmortalizados en bronce en medio de plazas, son incapaces de adaptarse al huracán de cambio que enfrentamos. Es nuestro deber crear nuevas narrativas, que nos lleven a acceder a la modernidad, sin tener que dejar atrás más “Casas Muertas”.

Monday, April 01, 2019

Ramón Espinasa - Retrato Hablado. Publicado en Prodavinci el 28/03/2019

Prodavinci

Para Fernanda y Alicia
Escribir sobre Ramón Espinasa, a los pocos días de su desaparición física, es un atrevimiento y un riesgo. La tristeza que provoca su pérdida todavía no ha empezado a decantar, y uno puede ser víctima del sentimentalismo y edulcorar en demasía el justo homenaje a su vida y quizás dejar fuera cosas que son importantes.
Además, no estoy muy seguro de que Ramón me hubiese escogido para que escribiera sobre él, no fuese a ser que usara la oportunidad para ganarle un último asalto de la esgrima intelectual, usualmente puntuada de humor y sarcasmo fraternal, que caracterizó nuestra relación por más de 30 años.
Pero ni modo, querido amigo, me toca decirte unas últimas palabras, que acompañen a las que te susurré ese jueves 21 de marzo de tu partida, y que espero al menos te hayan hecho sonreír mientras el gran arbitro tocaba el pitazo final de tu partido.
La personalidad de Ramón era como sus presentaciones y escritos sobre petróleo y energía: multicapas. A Ramón le gustaba construir los argumentos curva a curva, palabra a palabra, lámina a lámina. Me imagino que así funcionaba su cerebro analítico: sus argumentos generales se desprendían de su entendimiento de los elementos básicos y los episodios históricos. No era raro observar que, en el medio de sus siempre muy entretenidas e iluminadoras presentaciones, Ramón pausara por unos instantes, mirara al cielo como buscando respuestas que se le escapaban, y luego, con la naturalidad del sacerdote en homilía, compartiera con la audiencia una epifanía que seguro venía semanas rumiando.
De esas multicapas, solo podré deshojar alguna que otra aquí, que espero le hagan justicia al ingeniero, economista, hombre, maestro y amigo que fue Ramón, pero que por definición será una semblanza incompleta.
Conocí a Ramón a comienzos de 1987, en las oficinas de Maraven en Chuao. Inmediatamente hicimos buenas migas. Compartíamos una historia paralela de experiencias: ambos habíamos estudiado con los jesuitas (él en la UCAB y yo en el Colegio Gonzaga); ambos habíamos estudiado en Inglaterra nuestros posgrados y también habíamos vivido en Holanda; y ambos éramos considerados como “outsiders” por los petroleros de vieja raigambre.
Ramón, sin embargo, no tardó en construirse y hacerse dueño de un espacio propio, que no exagero al decir marcaría el destino de la industria petrolera venezolana en la siguiente década, y dejaría una huella que hasta hoy perdura.
Por esos azares del destino de los cuales está hechos la vida, Ramón consiguió en Maraven potentes mecenas para sus ideas. Carlos Castillo (+), presidente de la petrolera, propugnaba como pocos la importancia de profundizar en el análisis de la economía política del petróleo, tema en el que Ramón destacaba. Este apoyo empoderó a Ramón dentro de la empresa y fuera de ella. Mucho de los diálogos entre el Catire Castillo y Ramoncito se realizarían en el llamado Laboratorio de Salud al ritmo de las trotadoras que ambos economistas frecuentaban; no hay como el sudar juntos para neutralizar las jerarquías. Me consta el afecto y la admiración que estos dos hombres se profesaron siempre.
Luis Giusti, también de Maraven y luego presidente de PDVSA, también reconoció tempranamente en Ramón no solo un amigo entrañable, sino al pensador que complementaría la visión de transformación petrolera que se materializaría durante el quinquenio 1994-1998, pero cuyo período de gestación había comenzado en los 80, en los departamentos de planificación de Maraven y luego en PDVSA, a donde Ramón acompañaría a Luis en su aventura de transformación.
Ramón entonces, abiertas sus alas, se convierte en una referencia a nivel nacional e internacional y si se quiere una de las caras de la exitosa estrategia conocida como “Apertura Petrolera”, cinco años de mucha fecundidad y satisfacciones. Creo que no exagero al decir que muchas de las ideas que aún hoy se tratan de impulsar para transformar la industria petrolera y su relación con la sociedad venezolana tienen su origen en Ramón y su equipo en esos años.
Era tal la importancia que Ramón le daba a su trabajo en PDVSA en esa época, y su estimación de para qué era bueno, que es la única persona que yo sepa que haya declinado la oferta de ser ministro (dos veces); el entonces presidente Caldera le ofreció la cartera de planificación. Un ejemplo para las nuevas generaciones.
La llegada de Hugo Chávez a la presidencia, en 1999, marcó no solo el fin de una época política, si no también el final del sueño de una mejor industria petrolera venezolana. Ramón, al igual que la mayoría del equipo que acompañó a Luis Giusti en su gestión, fue objeto de persecución política y finalmente fue ignominiosamente expulsado del edificio la Campiña y de su trabajo –le cambiaron la cerradura a su oficina un buen día para hacerle saber que no era bienvenido–. Este episodio le provocó a Ramón una tristeza enorme. En su ingenuidad, que era tan grande como su ingenio, no solo no lograba entender las razones políticas de su expulsión del “paraíso”, sino que le causó mucho dolor ver como amigos en quienes buscó apoyo le daban la espalda. Pocos sabían esos “amigos” que a ellos también les llegaría su hora.
Ramón pudo, a costa de un enorme sacrificio familiar que le acarreó mucho dolor, reinventarse profesionalmente. Sus verdaderos amigos le tendieron a mano y empezó su nueva vida como consultor internacional, finalmente recalando en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, donde se convirtió en una referencia continental no solo en petróleo, sino también en energía y en general en industrias extractivas. No hay una capital en Latinoamérica donde Ramón no haya estado, sea conocido, querido y sobre todo admirado.
Creo que no hubo un solo día durante su exilio en Washington en que Ramón no haya pensado en el día en que pudiera volver a Venezuela a colaborar en su reconstrucción. Siempre encontraba el tiempo para pensar y escribir sobre Venezuela, y más de una vez hubo que convencerlo de que abandonar su trabajo en el BID, para colaborar tiempo completo con alguna campaña política, siempre al borde de desalojar al chavismo, era un empeño quijotesco. No había un foro sobre Venezuela y su petróleo donde Ramón no fuese invitado de excepción. Tal era la naturaleza de su pasión por su patria.
En el 2005, Ramón conceptualizó y trabajó en la fundación de lo que hoy se conoce como el Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA, del cual él esperaba ser su coordinador. En ese instituto él había puesto su esperanza de regresar a Venezuela. Infortunadamente el sueño no se dio por diversas razones. Sin embargo, a pesar de su profunda decepción, Ramón siguió vinculado al Centro y fue uno de sus más brillantes profesores en Caracas y Bogotá, mientras que convencía a algunos de nosotros, que íbamos a renunciar en solidaridad con él, a continuar colaborando con el Centro. Una deuda que todavía está por saldar.
Así como Ramón podía ser obcecado con sus ideas, podía también modificar su manera de pensar, a su propio ritmo, claro está. De una visión muy estatista sobre el petróleo en sus inicios, mutó a entender que el monopolio estatal de la actividad y el control de la renta eran perversos y se convirtió en un apóstol de la idea de cambiar la relación petróleo y sociedad y transformar las instituciones que lo regulaban.
Su idea central del petróleo como actividad productiva y motor de transformación, y no simplemente como generador de renta, lo acompañó siempre, y la sembró en muchos a los que influyó en las nuevas generaciones. De igual manera promovió la creación de una agencia reguladora de la actividad de hidrocarburos, mucho antes de que ella estuviera de moda.
Su último proyecto en el BID, que no pudo ver concluido, es un esfuerzo por cambiar la visión que la región tiene sobre su industria extractiva: de una de expoliación, a una de creación de valor compartido y transformación social; una meta realmente ambiciosa y de largo aliento.
Después de mi salida de PDVSA, en 2003, Ramón se encargó de tenderme su mano y su afecto: él ya había pasado por lo mismo. Juntos recorrimos Centroamérica con Mercedes Briceño en un proyecto para el BID sobre fondos de estabilización. El reporte debe yacer en alguna gaveta, pero las muchas y valiosas experiencias de vida nos acercaron mucho más.
Desde mi venida a Colombia, en el 2007, para trabajar en Pacific Rubiales, Ramón fue invitado obligado en nuestras reuniones estratégicas anuales: nos dejaba su inigualable manera de explicar lo complejo, renovaba sus lazos con petroleros venezolanos de toda la vida y hacía nuevos amigos en un país que también lo acogió con afecto y admiración, y que hoy también sienten su partida. Alguna vez jugó con la idea de trabajar con nosotros, pero la atracción por la investigación y la trascendencia de las ideas siempre pudo más.
Ramón deja un legado académico y profesional como ninguno, pero sobre todo un legado humano. En el tiempo que lo conocí siempre tuvo cuidado de rodearse de jóvenes talentosos que no solo eran sus escuderos, sino también sus estudiantes y en última instancia sus amigos. Todos ellos, muchos hoy en posiciones de influencia en el sector de energía, han expresado su afecto por Ramón y seguro estoy que para ellos sus enseñanzas trascenderán.
Ramón amó y fue amado, tuvo grandes virtudes y su dosis de defectos, un gran venezolano y un buen ser humano. Fue un hombre público, pero celoso de su privacidad. No conoció montaña que no quisiese escalar, incluida la de sus propios temores.
Joan Manuel Serrat y el himno del Barça, que fueron la partitura de su vida, lo acompañaron en su último aliento.
En uno de sus últimos correos, comentando una semblanza sobre sus tíos y padres que hizo su prima Maite, escribió: “Parece que al final del día todos somos unos nómadas. No me parece mal.”
Que tu Dios esté contigo, Ramoncito.

PDVSA - Ser o no ser. Publicado en Prodavinci el 20/03/2019

Prodavinci


“No debemos olvidar en la euforia de este gran momento nacional que el camino de nuestra independencia económica recién se comienza. Será tarea cotidiana sin complacencias ni complicidades. Ahora no tendremos excusas para nuestros fracasos. La tarea es absolutamente nuestra y la riqueza que podamos crear será obra nuestra. Pero también ahora seremos responsables o culpables de la miseria de nuestros niños, del abandono de nuestros cultivos y del desamparo de nuestros hogares”.
Discurso de Carlos Andrés Pérez en agosto de 1975 con motivo de la Nacionalización de la Industria de los Hidrocarburos
Desde el momento de su creación, Petróleos de Venezuela (PDVSA) ha sido objeto de admiración, envidia (que es otra forma de admiración), odio, sospecha, indiferencia y, para abreviar, de casi todo el espectro de sentimientos humanos por parte de los venezolanos. Durante toda su existencia, PDVSA ha sido sinónimo de la industria petrolera venezolana y aún hoy, a pesar de estar sumida en una crisis sin precedentes, o quizás por ello, continúa siendo una pieza central a la hora de tratar de entender los derroteros por los cuales transita la República. 
En esta hora menguada que vive Venezuela, sabios y legos se enfrascan en un debate apasionado sobre si PDVSA debería o no existir en la Venezuela reconstruida postchavismo, aunque nunca nos queda claro si discuten sobre lo mismo, ya que sospecho que cada uno tiene una idea propia de lo que es o de lo que significa PDVSA.
Cuando hablamos de PDVSA, ¿a qué nos referimos? 
  • ¿A la PDVSA de la etapa postnacionalización que le tocó recuperar la industria de los efectos de la falta de inversión de las compañías extranjeras, y que derrumbó el mito de que las reservas petroleras del país eran de muy corta vida? 
  • ¿A la PDVSA de los cambios de patrón de refinación, exploración de la Faja del Orinoco y comienzos de la internacionalización, con una visión de convertirse en actor importante del mercado mundial?
  • ¿A la PDVSA de la llamada Apertura Petrolera, que ante la ingente base de recursos del país convenció al país político de la necesidad de atraer de vuelta la inversión extranjera para desarrollar las oportunidades existentes y buscaba nuevos espacios industriales?
  • ¿A la PDVSA actor y víctima de los enfrentamientos políticos de principios del siglo XX?
  • ¿A la PDVSA “roja rojita” que nació de la anterior y que derivó en un conglomerado de clientelismo nacional e internacional?
  • ¿A una PDVSA ideal todavía por definir?
Cada uno de nosotros tiene una memoria o idea muy particular de cómo era PDVSA o cómo debiese ser, dependiendo de la edad, de si trabajó en ella o no, si le fue bien o no, de su sesgo profesional o político y, sobre todo, si se ve o no con un rol futuro en ella. Todo esto hace que la respuesta a la pregunta no sea única o definitiva.
Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela y autor del libro “Venezuela, Política y Petróleo”, que a pesar de los años transcurridos es el mejor esfuerzo de un político venezolano por escribir sobre su visión de la relación entre el petróleo y la política, expresó lo siguiente en su discurso de cierre de campaña presidencial en 1958:
“Estamos viviendo de prestado de una riqueza, de la riqueza del petróleo, que nos va a durar apenas unas pocas décadas. Contra reloj, en ese lapso tenemos que crear una economía nuestra, una agricultura poderosa, una ganadería próspera, una industria potente, para que cuando desaparezca el petróleo y no quede de él sino el testimonio de unas cabrias enmohecidas y unos socavones en Oriente y Occidente, no veamos ese fenómeno con desoladora tristeza, sino como algo que se esperaba y para lo cual estábamos preparados”.
“…porque Venezuela, después de treinta años de industria del petróleo del país, no puede continuar siendo una espectadora pasiva, con los brazos cruzados, de la forma cómo se explota, de la forma cómo se refina, de la forma cómo se comercializa el petróleo nacional.”
Creía Betancourt, al igual que muchos de sus contemporáneos, que por una parte el petróleo como fuente de riqueza económica para Venezuela tenía sus días contados y por la otra en la necesidad imperiosa de que los venezolanos, en particular el Estado, se ocuparan de tomar control político y operacional de la industria petrolera.
Es así como la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) es creada bajo la figura de instituto autónomo por decreto Nº 260 del 19 de abril de 1960 y publicado en la Gaceta Oficial Nº 26.233 del 21 de abril del mismo año. Esta primera compañía estatal tendría una actuación modesta en las actividades de exploración y producción y será fusionada con otras operadoras durante el proceso de nacionalización de 1975-1976; la construcción de una empresa petrolera requería de una combinación de recurso humano, tecnología y músculo financiero que el Estado no estaba en capacidad de proveer.
En 1975, durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, se aprueba la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y Comercialización de Hidrocarburos (LOREICH), como culminación de un proceso de cada vez mayor control de la actividad por el Estado. En esa ley se crea PDVSA como una empresa que funcionaría como casa matriz, con la responsabilidad de la planificación y el control financiero y operacional de la industria. La operación como tal quedaría en manos de las 14 empresas (ahora propiedad del Estado) que en ese momento existían en Venezuela, argumentando que con esto se garantizaba la continuidad operacional. Esta decisión fue en su momento bastante polémica, ya que algunos preferían que fuese la CVP la que fungiese como casa matriz y única operadora.
Para nuestros propósitos, es importante explicar que la PDVSA original era pequeña en tamaño y modesta en alcance: tenía principalmente un rol de coordinación de las filiales; estas, seguramente veían a PDVSA como una incomodidad necesaria. PDVSA, además, servía de muro de contención entre la operación petrolera, por definición una actividad técnica, y el mundo político, función en la que sin duda fue exitosa por largos años.
En el transcurrir del tiempo, PDVSA se fue fortaleciendo en su rol de casa matriz y el balance del poder organizacional fue migrando de las filiales a la casa matriz. El contacto con el Gobierno, el control presupuestal y las decisiones sobre las carreras de los ejecutivos se convirtieron en las palancas por medio de las cuales se fue consolidando su autoridad sobre las filiales. La operación y la concentración de know-howtécnico/comercial continuaba, sin embargo, en las filiales operadoras, que además se habían venido consolidando en solo cuatro de ellas.
Un factor de gran importancia en la transformación que tuvo PDVSA en esa etapa fue el relevo generacional. De una industria totalmente poblada por obreros, técnicos y profesionales formados en los tiempos y las formas de las multinacionales, una nueva generación se empieza a abrir paso en la estructura. Aunque educada en la tradición de excelencia de las operadoras extranjeras, la nueva camada genera una cultura de empresa estatal con rasgos de multinacional, creando un híbrido organizacional, particular de cada filial y de cada región operadora y que ven en PDVSA un “primus inter pares”.
En esa consolidación como casa matriz, PDVSA empieza a atraer a lo mejor del personal de la industria y a los profesionales que salen de las mejores universidades nacionales y del plan de becas Mariscal de Ayacucho. Además, los proyectos transformadores de la industria: cambio de patrón de refinación, desarrollo de la Faja del Orinoco, Internacionalización, Apertura Petrolera, etc., aunque ejecutados por las filiales, son coordinados y motorizados desde la casa matriz. PDVSA ya no es una Siberia organizacional, sino el paso obligado para aquellos que buscan ascender e influir en la corporación.
En enero de 1998, con la fusión de las cuatro filiales operadoras bajo el paraguas de PDVSA, otra corporación surge. PDVSA no es ahora solo una entidad coordinadora, sino que formaliza su control sobre las operaciones e intenta crear una identidad cultural propia, diferente al legado de las multinacionales; esta decisión fue y es todavía cuestionada por muchos, pero no es el objetivo aquí abrir esa particular discusión. Basta decir que los acontecimientos posteriores no nos permitieron juzgar los efectos de esa decisión con la perspectiva adecuada.
De 1999 a la fecha muchas cosas han pasado con PDVSA, ahora convertida en instrumento de política partidista, foco de corrupción y divorciada de su actividad primigenia: desarrollar y comercializar los recursos de hidrocarburos de Venezuela. Esa PDVSA chavista se nos presenta a muchos como la antítesis de todo lo que debería ser el guardián honesto de nuestros recursos de hidrocarburos: débil técnica y organizacionalmente. Una oscura etapa de la que debemos aprender lo perverso que puede ser un Estado que monopolice la sangre que mueve la economía de un país.
En suma, siempre el mismo nombre, PDVSA, pero nunca la misma organización.
Regresemos entonces a la discusión de si debemos o no “rescatar” a PDVSA y qué significa eso en realidad. Como hemos visto, no existe una única PDVSA que nos sirva de modelo para el mentado rescate, sino que seguramente existen otras versiones diferentes a las que aquí se mencionan. Más aún, me atrevo a asegurar que ninguna de las versiones de PDVSA del pasado es la adecuada para enfrentar el estado de colapso en que hoy se encuentra la industria petrolera nacional.
¿Qué hacer? 
Antes de aventurar cualquier estrategia, es necesario entender cuáles son las variables que influyen sobre la industria petrolera venezolana, su inserción en el mercado nacional e internacional, y de ahí esbozar una visión futura.
Así las cosas, es importante contestar ciertas preguntas: ¿cuál es el futuro del petróleo? ¿Cuál es la visión del rol de la industria petrolera nacional en el modelo de desarrollo del país? ¿Cuál es el estado de las instalaciones existentes? ¿Cuál es el rol del capital privado? ¿Cuál es el rol de una compañía estatal? ¿Cuáles son las necesidades de inversión en el sector?  ¿Cuáles son los requerimientos tecnológicos? ¿Con qué recurso humano se cuenta? ¿Cuál es el mejor vehículo legal/económico para que el Estado ejerza su rol? ¿Qué implicaciones institucionales tienen las respuestas a las anteriores preguntas? 
Una vez contestadas las preguntas sobre el sector, debemos entonces proceder a entender el entorno general en el cual opera la industria: ¿Cuáles son las necesidades de ingreso petrolero de parte del fisco? ¿Cuál es la disponibilidad de fondos de parte del Estado para invertir en el sector? ¿Existe capital político para las reformas que se buscan implantar de manera sostenible? ¿Existe interés real y sostenido del capital privado para participar en el sector? 
De modo que rescatar a PDVSA, cualquier cosa que esto signifique, no puede ser un objetivo a priori, menos aún el producto de la nostalgia por tiempos mejores, o la búsqueda de resarcimiento de derechos vulnerados o retribución política. La decisión debe ser el resultado de un análisis serio de lo que se quiere hacer con la industria petrolera nacional. Además, hay que tener muy en cuenta que estas decisiones no pueden ser ejercicios de escritorio, sino que deben estar basadas en la realidad ineludible de que, por primera vez en nuestra larga historia petrolera, la infraestructura de la industria, sus niveles técnicos y su cultura organizacional han sido dañadas hasta niveles de colapso generalizado.
La idea que encarna PDVSA ha demostrado tener una resiliencia extraordinaria en el imaginario de la sociedad venezolana, en particular porque su destrucción por el chavismo la convierte en objeto de nostalgia.  En retrospectiva, no era imposible predecir el destino de PDVSA: ser contaminada con la política y finalmente ser destruida. Lo admirable es lo exitoso que fueron sus diferentes líderes en la era pre Chávez en hacer de ella una institución de excelencia, a pesar de la política.
PDVSA es mucho más que un buen recuerdo, es una muestra de lo que podemos construir como sociedad, pero es una criatura de su tiempo y de su circunstancia. PDVSA puede y debe ser sustituida por otra idea o institución que refleje mejor este tiempo y esta circunstancia; ese es el reto de la generación que hoy se asoma al escenario de la historia, más ligera de equipaje. 
La actual coyuntura es la oportunidad para soñar con un mejor futuro y diseñar una nueva industria petrolera nacional, construida sobre las lecciones del pasado, la ruina que es el presente, y adecuada los enormes retos de Venezuela y a la nueva e inquietante realidad de mercado que enfrenta el petróleo en el entorno mundial.

Thursday, February 21, 2019

ACLARATORIA DE LUIS GIUSTI

Luis E. Giusti, quién fuese presidente de PDVSA, poco se ha referido a su gestión y menos defendido de los ataques a su persona. Leer entonces esta rara ocurrencia, que circuló en su círculo de amigos y relacionados, es relevante para aquellos que les interesa Venezuela y su industria más importante.




Estimados compañeros petroleros:

Soy amigo de que los hechos hablan por si solos y no así las opiniones y mucho menos las especulaciones. Es por eso que a continuación presento una breve descripción de mi trabajo en PDVSA entre 1994 y 1999.

Para aquellos que no me conocen o que poco me conocen, me tomo la libertad de aclarar que desde hace 20 años estoy establecido en USA, con excepción de 6 años en Londres durante los cuales estuve en el Directorio del Grupo Royal Dutch Shell, me he mantenido trabajando en tareas de mi profesión como ingeniero de petróleo, y estoy en la Junta Directiva de varias empresas petroleras internacionales, además de ser Asesor en CSIS un think-tank en Washington, D.C.

Desde la Presidencia de PDVSA, tuve el privilegio de conducir la Apertura Petrolera, concebida varios años antes. Dicha apertura muy poco requiere que se la defienda. Fue un complejo proyecto muy exitoso, cuyo objetivo principal fue el de incorporar a la Faja Petrolífera del Orinoco al desarrollo de la estructura operacional y comercial del país (mas allá de las cuencas tradicionales, La Faja habría de proveer un futuro petrolero de mucho mas largo plazo). Para ello se adelantó un proyecto cuyas primeras inversiones fueron en dos unidades de coquización, una por $4,000 millones a cargo de Conoco y otra por $7.000 millones a cargo de la francesa “Total”. A eso hubo de sumarse toda la infraestructura de oleoductos, patio de tanques, muelles, etc en el complejo de Jose en las costas de Anzoátegui, porque hasta ese momento, la Faja era un “gigante dormido” a unos 200 kilómetros de la costa.  Simultáneamente se implementaron 37 convenios operativos con empresas mixtas PDVSA-Privados. Resultantes de lo antes descrito, ingresaron al país ~$50,000 millones.

Después habrían de venir otros proyectos de coquización que sumaron capacidades adicionales fortaleciendo a PDVSA.

En otro orden de ideas, se realizaron varios convenios con refinerías internacionales, entre las cuales destaca la de la empresa Hess en St. Croix, que dio origen al mayor contrato de largo plazo de colocación de crudo extra-pesado en el mercado internacional.

La Apertura no solamente permitió fortalecer a PDVSA y a nuestro país, sino que gozó del reconocimiento mundial, tanto en la industria petrolera global, como en foros internacionales y entidades multilaterales. (PDVSA se convirtió en la empresa petrolera No. 2 del mundo, después de Saudi-Aramco).

En cuanto a la integración de las filiales, aunque a algunos les pese, el absurdo concepto de “la competencia perfecta” jamás debería ser adoptado por ninguna empresa con vocación de eficiencia y creación de valor (varias filiales de una misma casa- matriz con tareas similares, jamás deben competir unas con otras). Es importante apuntar, que la integración se tradujo en ahorros por $12.000 millones anuales.

Sin embargo, el proceso se condujo profesionalmente y con el mayor respeto por el personal. Conviene señalar que hoy en día el proyecto de integración de las filiales forma parte de un caso de estudio en la escuela de negocios de Harvard.

No puedo dejar de referirme a la sustitución del CEPET, que ya requería de un nuevo impulso, por el CIED, una universidad corporativa que abrió nuevos espacios a PDVSA y que firmó tres acuerdos internacionales, uno de gerencia con la Universidad de Harvard, uno de petróleo y gas con la Universidad de Tulsa y un tercero con el “Institute for Creative Leadership”, entidad en la cual se estudia el exclusivo programa “Looking Glass”. Fue una entidad caracterizada por su excelencia nacional e internacional, la cual lamentablemente fue desmantelada por el Chavismo, como muchísimas otras cosas en nuestro país.

Para concluir, es importante señalar que la Apertura Petrolera y la Integración fueron discutidas a fondo y aprobadas por la Junta Directiva de PDVSA, después en el Consejo De Ministros y la Presidencia de la Republica y al final en el Congreso Nacional, tal como lo mandaba la ley.


En la discusión de la integración, participó toda la cúpula de la pirámide de las tres filiales juntas, en la cual un grupo de unas 250 personas respaldaron unánimemente la decisión de la integración. (Alli estaban Arnold Volkenborn, Julius Trinkunas, Eduardo López Quevedo, Joaquin Tredinick, Emilio Abouhamad y una multitud de sus empleados). Mención especial merece Trinkunas, quien fue mi asociado en el primer proyecto de integración, el de las refinerías de Amuay y Cardón, que se tradujo en un aumento del volumen intercambiado de 20,000 BPD a 80,000 BPD, al no simplemente enviar lo no requerido, sino optimizando las cargas a las plantas.
Posteriormente, recuerdo sus palabras en mi oficina después de que ese proyecto fue concluido: “Estoy totalmente de acuerdo con lo que estás haciendo en PDVSA, pero ya mi familia está toda en USA y no tengo fuerzas para comenzar esta nueva etapa y por eso me quiero jubilar”. Un excelente profesional y un hombre recto y noble. QEPD.

En las discusiones de la apertura, participaron muchos profesionales petroleros y mas adelante representantes del Congreso Nacional. Algunos nombres, Claus Graf, Luis Urdaneta, Juan Szabo, Carlos Jordá, David Escojido, Vicente Yatas, Fernando Sanchez, Eduardo Blanco, Ramón Espinasa, Nelson Olmedillo, Humberto Vidal, Ronald Pantin, Gustavo Inciarte, Pancho Guedez, Hector Riquezes, Juan Mendoza Pimentel, Luis Pacheco, Tito Boesi, Luis Pellicer, Lombardo Paredes y otros.

Mención especial merece el Ministro Erwin Arrieta Valera, quien venciendo su resistencia inicial, se convirtió en el adalid de la apertura petrolera.

En el Congreso Nacional destacaron entre otros, los nombres de Humberto Calderón Berti, Virgilio Avila Vivas, Ramón José Medina, José Mendoza Angulo y Alexis Matheus, quienes tuvieron que resistir los embates de Alí Rodriguez y Pastora y Pablo Medina.

Hace algunos años mi buen amigo, el geólogo Ernesto Fronjosa, realizó un trabajo al respecto, según me dijo para ser presentado en alguna entidad universitaria.

Quiero finalizar con un mensaje de optimismo dirigido a nuestro valiente pueblo. Venezuela está a punto de superar el caos reinante como resultado de 20 años de dictadura. Es el momento de la unidad de todos los venezolanos como hermanos, sin egoísmos ni propósitos ocultos. El gobierno nacional dirigido eficientemente por Juan Guaidó merece el respaldo de todos los venezolanos. Ni los sectarismos ni las rivalidades, y mucho menos el odio y las calumnias, deben tener espacio en el propósito común de superar finalmente el desastre que aflige a nuestra querida Venezuela. En esta nueva etapa de nuestra vida republicana, hay que abandonar los apetitos de poder y el “quítate tu para ponerme yo”.

Ojalá que odios, calumnias y bajezas como las que dieron origen a tener que presentar mi caso ante el país, desparezcan de nuestro nuevo mundo.

Luis E. Giusti L.

THE MARKET ABSORBS THE IMPACT OF GEOPOLITICS

El Taladro Azul    Published  originally in Spanish in    LA GRAN ALDEA M. Juan Szabo and Luis A. Pacheco    The history of conflicts in the...