Hace unos días recibí un correo de mi amigo Lino invitándome a ver, a través de YOUTUBE, un video de un festival de gaitas zulianas en Canadá. Debo confesar, aquí y ahora, que a pesar de haberme criado en Maracaibo, nunca he sido muy fanático del género, esto sin duda debido a mis inútiles esfuerzos por aprender a tocar la “charrasca” y pertenecer a un grupo gaitero, en mi ya lejana adolescencia.
A pesar de ello, como cualquiera que haya crecido bajo el sol marabino, siento “un nudo en la garganta” oyendo a Ricardo Aguirre interpretar “La Grey Zuliana”. Más aún, puedo cantar la “Cabra Mocha”, “Sentir Zuliano”, “Aniceto Rondón” y hasta la “Gaita Onomatopéyica”. Sé distinguir entre el Padre Vílchez, Abdenago “Neguito” Borjas y Gustavo Aguado.
Con ese bagaje de recuerdos y ambigüedades, me dispuse a curiosear lo que Lino me había enviado, después de todo no había más nada que perder sino tres minutos y medio, y ese día en particular el tiempo no era objeción : http://www.youtube.com/watch?v=v5XMFZiYlnY
No crea mi paciente lector que este artículo es entonces un intento a la crítica musical, no faltaría más… aunque debo confesar que fui sorprendido por el talento de los gaiteros y en particular por las habilidades de “furrero” de Lino. Lo que si debe quedar claro es que, si uno es petrolero y además zuliano, la navidad no sería tal sin el sonido escandaloso de una gaita, así esta venga de más allá de ninguna parte.
Hace ya unos años, estando en Ciudad de México, me topé con un lugar ficticio que me di en bautizar como “Petrolia”. Petrolia no está en ninguna parte, pero al mismo tiempo está donde quiera que estén los petroleros venezolanos. Aquellos que habiendo perdido su trabajo en los sucesos del 2002-2003 en PDVSA, o antes, a raíz de la llegada de Chávez al poder, se diseminaron a todos los rincones del mundo en búsqueda de las oportunidades de vida que su propio país les negaba, y aún hoy les continua negando.
Para mí fue una sorpresa muy enriquecedora ver cómo aquellas líneas, escritas entonces como catarsis personal, terminaron resonando en el corazón de mucha gente, conocidos y desconocidos, en dondequiera que la “Web” abría un buzón.
En los cuatro años que han pasado desde entonces, venido diciembre, Petrolia aflora en mi subconsciente, con vida propia. El nombre del lugar sigue siendo el mismo, los habitantes nos hemos echado a cuestas unos años más y ciertamente no somos los mismos, labrados como hemos sido por las experiencias, buenas y no tan buenas.
Hemos visto crecer a nuestros hijos en los más extraños parajes o en algunos casos lejos de nosotros. Algunos continúan la vida del nómada, sin afectos. Otros han logrado echar raíces en tierras que nunca soñaron en conocer y que los han recibido con cariño. Los que quedaron en Venezuela, son parias en su propia tierra, victimas del odio filial que genera el barinés.
Durante este tiempo, hay amores que han languidecido y otros que se han hecho fuertes ante la adversidad. Hay tantas historias como lugares, tantas risas como lágrimas. Por cada historia triste conseguimos una que nos hace creer en la validez de la esperanza.
Cuando escribí por primera vez sobre Petrolia, buscaba motivación en la descripción de aquellos que veía enfrentar su destino día a día con más valentía y entereza de la que yo me sentía capaz. Buscaba esperanza en aquellos que se esperanzaban con una vuelta temprana a casa. Con el correr del tiempo empecé a reconocer, junto con los “petrolienses”, la necesidad de salir del duelo estéril y construir nuevas vidas.
¡Es Navidad! En nuestra tradición tiempo de esperanza. Tiempo de compensar a nuestros afectos, los viejos y los nuevos, algo del tiempo perdido. Tiempo de darles sonrisas a nuestros hijos, de abrazar las posibilidades de un nuevo año, de volver a creer en lo posible.
¡Es Navidad! En Riad, Houston, Caracas, Fort Mc Murray, Moscú, Buenos Aires, Lagos, Lagunillas, Maturín, Bogotá, Maracaibo; bajo nieve o en el desierto; en la ciudad más moderna o en el taladro más recóndito; donde quiera que haya un habitante de Petrolia, hay un pedazo de Venezuela. Un pedazo de la Venezuela posible, de la que construye, de la que no cree en el fatalismo, de la que se rebela en defensa de su libertad, de la que se niega ser atada a los héroes de bronce de nuestras plazas.
Escribo esto en una fría noche de Bogotá, donde el silencio ensordecedor en mi apartamento, me hace regresar a aquella calle arbolada, a Sinaloa 224, donde atisbé por primera vez a Petrolia. A los moradores de la ciudad de mi imaginación les envío mi afecto y admiración, donde quiera que ellos estén
Vuelvo a ver el video en YOUTUBE, gaita en la zona gélida, y no puedo sino arroparme con el calor de la sonrisa de los gaiteros, y en mí imaginación puedo alcanzar a oír, como si estuviera allí, al maracucho que grita: ¡Que molleja de frío!
P.D. Cuando escribí por primera vez sobre Petrolia, pensaba que el exilio iba a ser corto. No una muy buena predicción para alguien que se gana la vida atisbando hacia adelante. Hoy mis sentimientos son ambivalentes. Soy de los sortarios, mi nave ha encontrado refugio en un puerto que me ha recibido sin ambages, y mis compañeros de travesía han resultado ser grandes seres humanos. Todo me dice que el viaje será largo, pero mi alma aún abriga la esperanza, de si no el regreso, al menos del reencuentro con mis afectos. Tengo también la esperanza de que esta sea mi última carta desde Petrolia, y la primera desde ese nuevo hogar que nos debemos a nosotros mismos construir. Aunque el primer amor nunca se olvida, el último es el que debemos preservar.