Hace ya unas semanas que no encuentro ni el tiempo ni la motivación para sentarme a escribir, tal y como me lo había prometido a mí mismo que lo haría en mis propósitos de año nuevo (2009). No faltan los amigos que, en su generosidad, cuando me ven preguntan por las razones de mi silencio, a lo cual contesto siempre con alguna excusa trivial que me salve de una explicación que seguro no quieren oír.
Para aquellos que como yo intentan chapotear en esto de la escritura, la página en blanco es siempre un obstáculo que luce infranqueable, una barrera atemorizante. No es solo que hay que decidir acerca de que escribir, sino que una vez escrito aquello que uno iba a escribir, debe estar uno dispuesto con estoicismo a escuchar las opiniones de aquellos que adquieren el derecho a opinar como retorno a la inversión de su tiempo en la lectura de lo escrito.
Hace unos meses, aquí en Bogotá, tuve la oportunidad de compartir una tertulia con Ibsen Martinez, uno de mis héroes desde sus tiempos como el libretista de "Por Estas Calles". En esa muy amena conversación, que trató de lo humano y de lo divino, de béisbol, de política y de petróleo, finalmente Ibsen le dedicó lo "mejor" de su verbo a criticar a aquellos, que sin ser escritores de oficio, se atrevían a invadir lo que él veía como su territorio, aprovechando las herramientas cibernéticas, y con resultados en su opinión generalmente desastrosos.
Me imagino que ese día Ibsen, sin premeditación, pero si con alevosía, enterró la posibilidad de que yo escribiera algún día la gran novela petrolera venezolana. ¡Por ahora!
Sirva todo este introito, no para explicar porque no escribo tanto como desearía, sino para aclarar porque la mayoría de las cosas que sí escribo, terminan en el "archivo vertical", léase la papelera.
Contrario a lo que Freud enseñó, el reconocer el origen del trauma no cura la sicosis, al menos en mi caso. La hoja en blanco siempre emerge amenazante, altanera, infranqueable, celosa de su virginidad, ansiosa de no ser profanada por los pixeles equivocados (hoy en día solo los neo-luditas usan papel y lápiz).
La vida, cuando comienza, es también una hoja en blanco. Preñada de posibilidades, de horizontes interminables, de dramas y alegrías que se repiten desde que el mundo es mundo, pero que en lo individual siempre son novedades sorprendentes.
El devenir de nuestras vidas nos obliga a ser los escritores inadecuados de esas páginas. Si tenemos suerte, encontramos en el camino quien nos hable de la sintaxis adecuada y de la conjugación correcta a ser utilizada, pero pocas veces nos enseñan de que escribir; eso debemos aprenderlo en el camino, a la fuerza, con noches oscuras pero también amaneceres, entre mares turbulentos y tranquilas bahías, entre errores y aciertos.
Cuando era niño tenía sueños que poblaban mis noches e iluminaban los días. Mi primera aspiración fue querer ser musculoso a lo Charles Atlas, el ser llamado "el flaco" era demasiado denigrante (ah! tiempos aquellos). Luego quise, humildemente, ser el Papa, sueño que se me antojaba posible pues era solo la progresión natural de la vocación sacerdotal que los jesuitas y mi Tía paterna, Carmen Julia, me habían sembrado. Afortunadamente para la Iglesia, este capricho no duró mucho.
Al sacerdocio le siguió la ambición de emular a Luis Aparicio Jr., sueño natural para alguien criado en la Tierra del Sol Amada, pero para el cuál no tenía ni la ambición ni las condiciones requeridas: era muy mal bate, fue así como migre a jugar en la arquería del equipo de del futbol colegio y de ahí, vía la natación, al waterpolo.
Con la adolescencia, le cedí el control de mis sueños a mis hormonas y a la sentimentalidad. De la mano de mi hermano mayor y su guitarra, aspiré a ser Paul Mc Cartney a su John Lennon, para luego seguir sus pasos en la ingeniería. De la mano de mi hermano menor aspiré a la intelectualidad y a la revolución, lo cual a la sazón me parecían sinónimos. Música y conocimiento son las pasiones de esa época que han perdurado a través de los años, y que hoy me conducen a garabatear páginas.
De muchas caras y experiencias están llenas las que alguna vez fueron página en blanco. No las he escrito solo, infortunado es aquel que escribe su vida en soledad. Tortuoso ha sido el camino que nos ha traído hasta aquí, pero siempre ha sido interesante. Las inevitables lágrimas siempre han regado tierra fértil y se han transformado en nuevas y mejores experiencias.
Aunque toda mi juventud la pasé evitando trabajar en la industria petrolera, mi vida adulta la he transitado en ella. Mi familia, mis afectos, mis amores, mis hijas, mis amigos, mi educación, mis éxitos y mis fracasos, todos son actores en la novela de la industria petrolera de Venezuela, y hoy de Colombia. El petróleo ha sido y continúa siendo generoso conmigo, a pesar de mi precoz y aún continua desafección por él.
El año en que nací, mi abuelo, veterano del Barrosos No.2, se acogía a su jubilación de la entonces Shell de Venezuela, y pasaría el resto de sus días haciendo crucigramas y en discusión solitaria con los narradores de noticieros de televisión.
Hoy, después de un largo camino, que se ha hecho muy pero muy corto, llego al mismo punto en que Luis Julio se encontraba hace sesenta años. Sin embargo, otro es mi destino. Lejos estoy de querer hacer crucigramas como ocupación de vida, aunque discutir con los noticieros de la TV lo llevó en la sangre. Debo construir un nuevo hogar lejos de casa. Aún hay muchas páginas en blanco que llenar, amigos que cultivar, amores que conservar.
El presente nos trae el mayor reto de nuestra vida, contribuir a la construcción del país que nos ha adoptado como suyos, mientras luchamos por recuperar el país que nos vio crecer. Es un desafío en el cual afortunadamente no estoy solo, me acompañan muchos otros que, como yo, aun sueñan y luchan.
Dijo alguna vez el historiador Manuel Caballero: "soy periodista cuando escribo y escritor cuando corrijo". Esta página la escribo aspirando ser lo primero, en la esperanza de que algún día pueda aspirar a ser lo segundo.
La Cabrera, en un domingo frío y lluvioso en Bogotá, un 24 de Octubre de 2010. A mi lado, al calor de la humeante chimenea, Emiliana y Anabella escriben sus discursos de apertura como embajadoras ante la Organización de las Naciones Unidas (versión escolar)…mañana será muy pronto.
Publicado en ABC DE LA SEMANA