Petrolia 2010
Llega la Navidad, y con ella la tentación de escribir sobre la nostalgia de la patria y de la melancolía que genera estar lejos de los afectos. Durante el último lustro, aquellos que me honran leyendo y comentando las líneas que dejo correr en la red de cuando en cuando, han visto en ellas una voz que resuena con algunas de sus propias inquietudes.
Durante todo este tiempo mis esfuerzos por comunicar la necesidad de seguir adelante con nuestras vidas, y no anclarnos en un pasado imposible de resucitar, ha sido siempre el norte. Sin embargo, las palabras toman vida propia y es así como muchos de los que me escriben encuentran significados y entrelíneas que nunca intento, al menos no de manera consciente.
Así que esta vez le advierto a mi fiel lector, que si estas líneas le lucen nostálgicas o melancólicas, esto es producto de la magia de la época navideña y no de un consciente deseo de mi parte de seguir mirando atrás.
Habiendo hecho esta inútil aclaratoria, reconozco que estas fechas fueron diseñadas, al menos para mi generación, en torno a la ingenua felicidad de la niñez, por lo que es freudianamente imposible que la mente no se retrotraiga a esa época, y que las imágenes que llevan los recuerdos, no emerjan de manera atropellada del lugar donde se alojan.
En mis anteriores entregas, quizás producto de mi situación personal y de mi desarraigo, escribí acerca de aquellos colegas petroleros, que habiendo sido expulsados de su trabajo y de su país, se habían esparcido por todos los rincones del planeta donde hubiese petróleo, en búsqueda de trabajo y a la expectativa de un pronto regreso al paraíso perdido de Venezuela, y ocupando un país imaginario que di en llamar Petrolia
Este año hubiese sido fácil repetir la fórmula. Después de todo, una creciente cantidad de colegas y compatriotas han tomado el camino del exilio y seguramente pasarán la Navidad solos y lejos de su patria, añorando entrañablemente el ideal de país en el que a estas alturas se ha convertido la Venezuela que dejamos atrás.
Pero para ser perfectamente franco, se me antoja que tal ejercicio luciría superfluo de cara a lo que ocurre en Venezuela mientras escribo esto. La pérdida acelerada de libertades, la expropiación del derecho a disentir y la expropiación de los espacios de dialogo entre las partes, abonan el camino hacia un conflicto fratricida o a la total pérdida de la república.
El triunfo del resentimiento sobre la convivencia, y la destrucción total de las reglas sociales, ante los ojos de una comunidad internacional indiferente, no son sino la tempestad que sigue a los vientos que han pasado desapercibidos para muchos durante los últimos años.
Muchos de los habitantes de Petrolia verán en los eventos de hoy, no sin razón, una suerte de reivindicación a su posición frente a los hechos que en el 2002/2003 condujeron al despido masivo de 20.000 trabajadores y el desmantelamiento de la capacidad productiva de PDVSA; pero eso, como dirían en Maracaibo, es "alegría de tísico".
Venezuela se acerca hacia un precipicio, de eso no nos debe quedar la menor duda. Hay que prepararse. No habrá soluciones milagrosas, ni podemos pedirle al Niño Jesús que nos regale una salida a este atolladero. Los que nos desgobiernan han escogido ya su estrategia: la destrucción y la tiranía. Se acaban las excusas para aquellos que han escogido la indiferencia como estrategia, y las prebendas por sobre los principios.
Con este telón de fondo es difícil reivindicar la esperanza y alegría que viene con la navidad. En el horizonte solo se ven nubarrones de tempestad. Pero lo obvio no es necesariamente verdad. Sin embargo, si algo hemos aprendido de la experiencia de Petrolia es que tenemos la capacidad de volver a empezar de la nada y construir una nueva vida para nosotros y nuestros afectos.
En esta Navidad entonces, recojo los deseos de todos mis compatriotas de Petrolia, no ya en la añoranza del pasado inalcanzable, sino en la solidaridad con la patria tambaleante y desesperanzada. Mis deseos son para que el destino nos otorgue la oportunidad y la fortaleza para reconstruir lo que hoy está siendo destruido por la banda de facinerosos que ocupa el poder.
Así que, aun reconociendo lo terrible de la situación de Venezuela, levantó mi modesta voz para que alcemos la vista por arriba de la polvareda del hoy, y reivindiquemos el verdadero espíritu de la Navidad. La Navidad es el tiempo del nacimiento de la redención, el tiempo de la victoria de la luz por sobre la oscuridad. Estas son ideas eternas que hacen que el hombre justo siempre este del lado de la libertad y en contra de la tiranía.
El pasado es un juego de niños en comparación con el reto que nos espera a la vuelta de página de la historia, pero es un reto que debe ser enfrentado con confianza y fortalecidos por la experiencia.
¡Feliz Navidad a todos!
P.D. A los que nos han acogido en tierras lejanas con los brazos abiertos, vaya nuestro eterno agradecimiento, y la seguridad de nuestra contribución a esa nuestra nueva patria.
Publicado en Analitica.com Diciembre 23, 2010