A mediados de 1996, estando todavía PDVSA organizada bajo el modelo de filiales verticalmente integradas, fui asignado para ser Sub-Gerente General de la División de Operaciones de Producción de Maraven (DOP), con sede en Lagunillas/Maracaibo. Una envidiable oportunidad que me daba la organización, y que tomé a pesar de las dificultades que ello implicaba, ya que me permitía acercarme a la parte operacional de la empresa desde una perspectiva única.
Familiarmente, sin embargo, fueron unos tiempos difíciles, ya que mi hija mayor, Anabella, tendría un poco más de un año, y Emiliana, mi hija menor, apenas estaba en el período de gestación, y mi ida a Lagunillas implicó una separación en distancia que no fue fácil de sobrellevar.
Les cuento todo esto para poner en contexto la narración que aquí les comparto. En esas noches de campo petrolero, que se hacen largas cuando uno no es parte de la cultura etílica con la que mitiga la soledad, mucho es lo que piensa uno. Durante una de esas noches me dio por tratar de escribir algo que combinara esa ausencia de familia que sentía, con las realidades que veía de un modelo de industria petrolera que daba señales de agotamiento.
Es así como surgen las líneas que siguen, que fueron publicadas en la revista Tópicos en su edición 657, de diciembre de 1996, y que hoy, veinte años más tarde, me vinieron a la mente leyendo un ensayo de Gustavo Coronel sobre los cuarenta años de PDVSA (http://lasarmasdecoronel.blogspot.com.co/2016/01/40-years-of-petroleos-de-venezuela-my.html) y la discusión que ha originado.
La historia que sigue es el resultado de "escanear" la revista, y conserva el texto original tal como fue publicado, a excepción de ciertos errores de sintaxis que he identificado y corregido. No he corregido la estructura de la narrativa, que hoy veinte años más tarde se me antoja como imperfecta, para mantener el espíritu y forma original.
Anabella
abrió sus ojos tan pronto como escuchó el ruido en la calle, se levantó
lentamente de la cama, y estirando los brazos para sacudirse la modorra
matutina se acercó a la ventana, dejando que la luz del sol la abrazara con
intensidad. Eran las 6:30 de la mañana. Anabella tendría que enfrentar la
tarea de revisar los archivos de su padre, tratando de reconstruir los
acontecimientos que habían llevado a la crisis por la cual atravesaba la
hacienda familiar.
Anabella y su hermana Emiliana, eran la cuarta generación de una familia que había crecido a la sombra de una
hacienda que, habiendo comenzado modestamente y crecido hasta ser una de las
más grandes del continente, se había deteriorado inexplicablemente durante el
tiempo de su padre, hasta convertirse sólo en una sombra de lo que fue en su
época más brillante.
El
trabajo que Anabella se había asignado a si misma le generaba sentimientos ambiguos. Por
un lado el reconstruir el pasado la acercaba un poco más a ese padre que poco
había conocido y que mucho extrañaba. Por el otro, desenmarañar la compleja,
pero, en retrospectiva, obvia madeja de acciones y omisiones de la generación
de su padre, de alguna manera la entristecía. No es nada fácil ser historiador
cuando la historia es acerca de uno mismo.
Sin embargo, Anabella estaba
dispuesta a concluir lo que había empezado. Quizás nunca podría descubrir toda la
verdad, aunque ya había llegado a la conclusión de que había varias verdades
escondidas en los hechos, pero al menos el presente y por lo tanto las
posibilidades del futuro habrían dejado atrás las sombras que los acosaban.
Hoy, Anabella se sentó de nuevo de cara a su Explorador, desde donde podía tener acceso a los
archivos que su padre había coleccionado o escrito acerca de los
acontecimientos de finales de la centuria automotor. Después de identificarse
por medio de su huella vocal, Anabella reemprendió la emocionante y a veces angustiosa tarea de
entender el pasado...
“...Oleo
cerró el consejo de familia resumiendo lo acordado y tratando de asegurarse de que todos los miembros
estuviesen claros acerca de lo que había que hacer y su importancia. La
reunión había sido más tensa que de costumbre y los desacuerdos silenciosos
habían hecho más ruido que las voces de asentimiento. Por motivos que Oleo
trataba de ignorar, los asuntos importantes ya no eran discutidos públicamente.
En particular, sus tres hijos mayores se cuidaban mucho de disentir en público
sobre lo que ellos consideraban eran sus deseos, no importa cuan en desacuerdo
estuviesen con los objetivos o los métodos propuestos. Casi sin proponérselo,
Oleo había anulado la atmósfera de discusión necesaria para que se ventilaran
con claridad los problemas, el incentivo había dejado de ser el anhelo juvenil
de crecer, aprender y construir el futuro de la familia juntos, y había pasado
a ser la lucha por la sucesión al frente de la familia"
"....Oleo
no sólo había oído las recomendaciones que su hijo menor le había hecho
producto de un análisis de la situación, sino que las había hecho suyas. Su
instinto le decía que aunque no todas las piezas encajasen perfectamente los
cambios de piel eran saludables. Augusto, el menor, sugería que, a pesar del aparente
bienestar con que se percibía la actividad de la hacienda, se podían ya
detectar indicios que apuntaban a que la salud a largo plazo del negocio, y
por lo tanto de la familia, dependía de que se empezaran a tomar acciones que
cambiasen drásticamente la manera tradicional como se habían venido haciendo
las cosas..."
"...claro que todos sabemos que las cosas están cambiando. Por
supuesto que la familia ha crecido y la complejidad de la hacienda se ha
incrementado. Sin embargo, los precios se mantienen altos y, hoy como ayer,
éste sigue siendo un muy buen negocio. Yo no sé por qué papá se empeña en
hacerle caso a Augusto, ese imberbe no es más que un seguidor de las
perecederas modas de las que oye hablar en la INTERNET. No tengo tiempo para
todo esto, alguien tiene que producir. Pero no hagamos mucho ruido, oponerse
públicamente a los ‘cambios’ es obviamente una mala estrategia. Aunque yo sé
como manejar esto mejor que nadie, ya que lo llevo haciendo por más de 20 años,
hay que complacer al viejo..., ya pasará".
Anabella detuvo su actividad por un instante, las palabras e imágenes se agolpaban en su mente. Como todos los días, se preguntaba a sí misma por cual razón lo que su padre y abuelo
habían visto, y que a través del cristal del tiempo se
veía tan lógico y razonable, había sido imposible de entender para los otros
miembros de la familia. Quizás, y esto era sólo una especulación de su parte, el éxito del
pasado fue un peso demasiado grande sobre los hombros de la familia y le
impidió levantar la vista y mirar más allá del horizonte. Esto, sin embargo, no
fue por falta de señales. Los medios de la época, a los cuales Anabella también
podía acceder a través de su Explorador, daban una amplia cobertura de un entorno que cambiaba aceleradamente. La frase “fin de siecle” se escucha con bastante
frecuencia.
Al
final de cada día Anabella tenía que resistir la tentación natural de buscar a
los “buenos” y los “malos” en la historia; encontrar un culpable era muy fácil, pero sin
sentido. Quería entender por qué el resto de la familia no sólo no compartió la
necesidad de los cambios, sino que los resistió pasivamente.
Anabella había leído suficiente historia para saber que lo ocurrido no era mas que una
reposición de una vieja fábula, la eterna lucha entre los que piensan que
cambiar es la única manera de progresar y aquellos que ven en esos cambios el
peligro de perder el terreno ganado en la lucha precedente.
“...hoy creo que estoy
dispuesto a tirar la toalla. No creo que pueda seguir dándome golpes contra las
paredes. Por más que sigo insistiendo en que las ideas de Oleo son las
correctas: cambiar los viejos esquemas, adaptarnos a la creciente y a veces no
tan obvia competencia, deshacernos del lastre acumulado durante los años de
crecimiento desordenado. Pareciera que su temprana partida me ha quitado el
aliento y el incentivo de mis hermanos a oírme... si sólo pudiera hacerles ver
que no tienen nada que perder y mucho que ganar”.
“...sin
embargo, los bárbaros están a las puertas de Roma...”
“...no
sé por qué Augusto insiste en hacer ruido. La crisis ya pasó. La tan mentada
competencia no se está materializando. Por supuesto que nos está costando más
producir lo mismo, pero los precios siguen altos. Los cambios que él introdujo
no dieron los frutos esperados, aunque dice que fue porque no lo apoyamos. Ahora que Oleo ya no
está ¿no podemos relajamos un poco y continuar con el trabajo...?”
“...la
verdad es que Augusto se ha convertido en una piedra en el zapato, se creía
el dueño de la razón y siempre nos estaba abrumando con ese exceso de palabras
de más de tres sílabas que sacaba quién sabe de dónde, perdiendo el tiempo
leyendo libros e inventando ‘y que nuevas maneras de trabajar’ mientras
nosotros nos partíamos el lomo trabajando de verdad...”
Anabella
reconocía un patrón muy familiar: no importa si la razón está de tu parte, si no
puedes convencer a los demás de ello. Más aún, insistir en que uno tiene la
razón es una receta eficaz para que los demás te la nieguen; sobre todo si al
aceptar tu verdad su viejo mundo se ve amenazado. Sin duda el hecho de que
Augusto no hubiese podido convencer a sus hermanos, y que los alienara con su
afición a pontificar sobre las nuevas ideas, era un componente importante de
la historia que Anabella estaba tratando de entender. Los que debieron haber
sido los aliados naturales se convirtieron en obstáculos.
Apartando
sus ojos lejos del visor de su Explorador, Anabella dejó que su memoria se trasladara
a su niñez y recordó como su padre siempre argumentaba con vehemencia y,
excitado por sus propios argumentos, avasallaba inexorable al contrincante. No
era difícil imaginárselo satisfecho con su vehemencia pero frustrado al ver
como sus “inobjetables'' argumentos eran ignorados.
"...las primeras
hectáreas de terreno de la hacienda fueron hoy subastadas públicamente para
cumplir con las obligaciones que se habían contraído durante el corto período
de abundancia de principio de la década... los nuevos dueños (nuestros vecinos
de toda la vida y antiguos socios) no escondieron su intención de continuar expandiéndose
en nuestra dirección...”
Anabella,
muy a su pesar, no pudo evitar perder su objetividad al leer los siguientes
archivos, donde se detallaba la lenta pero inexorable materialización de lo que
Oleo había temido y que junto a Augusto había tratado de prevenir sin mucho
éxito. La vieja hacienda había sido víctima de su propio éxito y de no poder entender
que los cambios, a pesar del temor que inevitablemente generan, son la única
semilla del árbol del futuro.
“...si
sólo hubiese sido capaz de montar a los demás en el mismo bote, teníamos las
ideas correctas y no las supe vender, ojalá que todavía estemos a tiempo, mi
oportunidad ya está pasando. Atrás vienen Anabella y sus primos, ellos
pelearán las nuevas batallas, sus propias batallas...”
Anabella se desconectó de su
Explorador y después de suspirar muy fuerte se dispuso a ir al almuerzo
semanal con su hermana Emiliana. Tenía mucho que contarle, aún faltaba por
investigar pero ya podía decir con certeza que todas las piezas para construir
un destino diferente habían existido. Es un lugar común de la historia que sólo
quienes propulsan los cambios cuando no parecieran necesarios sobreviven para
ser testigos de la siguiente ola. Emiliana era aún lo suficientemente joven
como para no tenerle miedo al cambio y lo suficientemente madura para aprender
de la fábula que Anabella estaba tratando de desenmarañar. Ellas tenían un
presente para vivir y un futuro por construir.