Era dicembre, y con la nostalgia que al trashumante se le hace como segunda piel, se hacían los días largos y las noches melancólicas, musicalizadas estas por los acordes de alguno que otro villancico y de la imprescindible gaita: en mi subconsciente maracucho, petróleo y gaita siempre van de la mano, aunque curiosamente no recuerdo gaitas sobre el petróleo.
Es en esos días, la poca emigración venezolana era solo de los petroleros, a quienes el chavismo, bajo la mirada indiferente de muchos, había declarado como ciudadanos de segunda clase; agrupados en listas negras como indeseables. Y para nosotros, los petroleros, este exilio no era más que un accidente temporal; creíamos que pronto las aguas regresarían a su cauce normal y nosotros a nuestra vida pasada.
Poco imaginábamos que lo temporal se convertiría en la nueva realidad para muchos de nosotros. Los menos pudieron hacerse para si y sus familias un nuevo camino en tierra extraña. Los más quedaron en Venezuela como ciudadanos condenados al ostracismo en su propia tierra.
Menos aún podíamos imaginar que el entonces goteo de petroleros se convertiría con el correr de los años en un torrente de venezolanos, de todas las extracciones y edades, huyéndole al colapso de una nación y a la destrucción de futuro que Hugo Chavez y sus herederos escogieron llevar a cabo en la otrora imperfecta pero pujante Venezuela, también ante la indiferencia de muchos. La ficción de prosperidad que los altos precios del petróleo habían apuntalado, dio paso a un país fallido en un abrir y cerrar de ojos - claro estuvieron cerrados por casi una década
Hace 12 años, en esa modesta pensión, escribí algo que llamé Petrolia, en honor a la Petrolia del Táchira, la petrolera pionera de Venezuela, y también honrando a esos petroleros que en los cuatro puntos cardinales del planeta se araban un futuro.
Hoy lo quiero compartir de nuevo, porque creo que es tan o más relevante que entonces. Pero esta vez está dedicado a todos los venezolanos que pasaran la Navidad fuera de casa. A ellos, y también a los que resisten en la patria, les ruego mantengan viva la llama de la esperanza. No la esperanza de regresar a la Venezuela de sus recuerdos, que ya no existe, si no la esperanza de que más temprano que tarde los venezolanos podamos tener la oportunidad de construir un país con y en libertad. El resto se hará con trabajo. ¡Feliz Navidad!
Hoy lo quiero compartir de nuevo, porque creo que es tan o más relevante que entonces. Pero esta vez está dedicado a todos los venezolanos que pasaran la Navidad fuera de casa. A ellos, y también a los que resisten en la patria, les ruego mantengan viva la llama de la esperanza. No la esperanza de regresar a la Venezuela de sus recuerdos, que ya no existe, si no la esperanza de que más temprano que tarde los venezolanos podamos tener la oportunidad de construir un país con y en libertad. El resto se hará con trabajo. ¡Feliz Navidad!
Tuesday, December 20, 2005
PETROLIA 2005
Los acentos son variados: el voceado maracucho, el seseado oriental, pasando por la educada voz del andino y el acento indescifrable del caraqueño, todos venezolanos, todos lejos de casa, todos unidos por las fuerzas del destino, bajo el cielo de un país extranjero que generosamente los acoge, a cambio del baúl de conocimientos y experiencias que pueden aportar.
Hace un poco menos de tres años, la vida de estos hombres y mujeres, juntos con las vidas de otras decenas de miles de personas, se vio sacudida por una de las mas ignominiosas acciones de gobierno que la accidentada historia de Venezuela haya parido. Hace ya tres años, los trabajadores de PDVSA, creyendo ingenuamente en la solidez de los derechos ciudadanos consagrados en nuestra Carta Magna, se sintieron en la obligación ciudadana de arriesgar su carrera y el bienestar de sus familias para tratar de afectar el catastrófico destino al cual se orientaba el país.
Poco se ha analizado esos aciagos meses de finales del 2002 y comienzos del 2003. Lo poco que se ha escrito, televisado o radiado, no ha alcanzado para escudriñar la verdad que se esconde tras una historia oficial que se torna en realidad virtual a fuerza de tanto repetirla. No es este el momento ni el lugar para determinar esa verdad, pero si es de justicia dejar por sentado, que detrás de la amañada versión oficial, donde el gobierno aparece como una inocente victima de las conspiraciones de elementos antinacionales, podemos todavía atisbar las clavijas y personajes que el estado todopoderoso y omnipresente manipuló de una manera consciente para producir, o al menos incentivar, la inmolación de la petrolera nacional ante el altar de la ambición política. No se nos deben olvidar quienes conducían los destinos de PDVSA y la política petrolera en ese momento, ni sus responsabilidades. Pero dejemos eso para la historia y los historiadores, y volvamos a Petrolia.
Petrolia es un nombre ficticio, pero es una ciudad real. Es la ciudad global donde habitan los trabajadores petroleros venezolanos privados de su derecho a trabajar y de mantener a sus familias en el país que los vio nacer. Trabajadores honestos, entrenados y orgullosos. Petrolia es una ciudad cuyos suburbios tienen nombres familiares como Lagunillas y Anaco, Maracaibo y Maturín, pero también menos conocidos como Riyadh, Fort McArthur, Ciudad del Carmen y Houston.
Petrolia es una ciudad de familias separadas, donde los problemas familiares deben ventilarse a distancia, la llama del amor debe ser avivada vía INTERNET, y la remesa del ausente es el solitario recordatorio de su ineludible responsabilidad. Petrolia es una ciudad donde el conocimiento es la divisa de intercambio y sus habitantes la tienen en abundancia y la intercambian con pasión.
Petrolia está también habitada por aquellos que con coraje entendieron que su futuro era alejarse fuera del alcance del olor del “estiércol del diablo”, y se encuentran construyendo nuevas vidas, en las más disímiles tareas y bajo condiciones bien lejanas del confort de las paredes del enclave petrolero que los vio crecer.
En la Residencia la noche empieza a desplazar la tarde, y los penetrantes olores de comida rápida impregnan los pasillos a los que se abren las puertas de las austeras habitaciones, buscando conectarse unas con otras y componer un concierto de voluntades y recuerdos. Es a todos ellos, a los reales personajes de esta y otras residencias alrededor del mundo, así como a los otros miembros de la diáspora petrolera que son extranjeros en su propia tierra, que estas líneas están dedicadas en este el mes de las navidades.
Este es un homenaje a su valor, a sus principios, a su indomable deseo de luchar, pero sobretodo es un homenaje a la dignidad con que asumieron su responsabilidad en el pasado, y con la que asumen su presente.
El silencio de la noche es roto por el sonido casi tribal de una gaita zuliana que trae añoranzas de la patria chica, semblanzas del espíritu de Ricardo Aguirre. Los árboles de la calle asemejan gigantes dormidos, pero aun de pie, como de pie sigue la fe de estos, mis conciudadanos de Petrolia.