Cuento de Navidad, 2011
“Sin rencor ahora te digo, que lo nuestro ha
terminado, que este bello amor sagrado para mi, no
tendrá olvido, estoy donde solamente, tu y yo
somos los testigos, cuando tu cuerpo y el mío, en
su piel tierno amorío, se unieron ardientemente.”
Sin Rencor, Abdénago “Neguito” Borjas
El estruendoso silencio que hace una casa cuando todo deja de funcionar, le anunció a Betulio que la electricidad se había ido otra vez. Ya se había empezado a acostumbrar a las ya no tan inesperadas carencias, pero francamente, que se fuera la luz la noche de Nochebuena no era el mejor de los augurios. Betulio maldecía entre dientes, se imaginaba que la hallacas, que con tanta dificultad había conseguido intercambiando favores en el pueblo de Lagunillas, corrían el riesgo de pudrirse en la ahora inerme nevera.
Trató de pensar en positivo, después de todo Campo Rojo era un campo petrolero, y aunque lejos habían quedado los tiempos cuando la compañía se ocupaba de todo, desde el mantenimiento de las alcantarillas hasta cambiar los bombillos de las casas, todavía confiaba en que su amigo Jonás, de la superintendencia de mantenimiento, se estuviera ocupando de restablecer la electricidad. Vaya que Noche.
Betulio salió al porche de la casa que hace ya décadas habían construido los holandeses, se sentó en la vieja mecedora que había sido de su padre y miró al cielo estrellado que lo acompañaba desde su niñez. Estaba solo, Miriam y los niños habían ido a visitar a su hermana en Campo Florida; resignado se balancea en el desgastado mimbre, esperando, remembrando. La noche se ha silenciado, solo se oye el murmullo de voces en las casas vecinas y el lejano ronronear de los carros en la intercomunal. Al final de la calle de asfalto rasguñado se levanta el viejo balancín que alguna vez bebió de las entrañas de la tierra, pero que ahora despojado de vida y maniatado de luces multicolores languidece.
A kilómetros de distancia, Heriberto se prepara para la Nochebuena. La nieve ha cubierto el jardín de la casa, a pesar del tiempo transcurrido la nieve le sigue maravillando, y no puede evitar recordar el viejo chiste del maracucho que ve entre los arboles nevados a su primer venadito. Para él los recuerdos de las navidades en Campo Rojo se le antojan ahora como postales amarillentas, un pasado lejano y nebuloso; ha dejado ya de contar los años desde la última celebración de la navidad en el campo. Distraído le echa un leño más al fuego que calienta la sala de la casa, a pesar de los años en estas latitudes no se acostumbra al clima; “más frío que culo de foca”, hubieran dicho en el campo.
Otra Navidad fuera de casa. No, esa no era la mejor manera de pensar. Esta era ahora su casa. Él y Erlinda eran los afortunados, el destino les había abierto nuevos senderos, era Navidad en esta su casa lejos de casa. En la sala el Ipod toca la banda sonora de las navidades de su niñez en el campo, gaitas de Cardenales y El Saladillo, “unplugged” como dirían sus hijas. Pronto la casa se llenará de amigos y ahogaran en risas y canciones la nostalgia que todos sienten pero que ninguno admite.
Betulio suspiró aliviado, la electricidad había vuelto a Campo Rojo, y con ello se había salvado la cena de Nochebuena, por ahora. El campo se había vuelto a iluminar, y en las calles se volvía a escuchar la música y las risas que escapaban por las puertas de las casas, todavía abiertas buscando mitigar el húmedo calor de la noche. El aire acondicionado está racionado por considerarse un lujo innecesario.
En las cornetas del viejo CD-player vuelve a sonar una gaita de esas que llaman modernas, llena de sonidos electrónicos que disfrazan el ancestral ritmo del furro. Betulio, sin razón aparente, piensa en Heriberto, su amigo de la infancia, su compañero desde la escuela, la vida los había separado. ¿Es que acaso había valido la pena el fratricidio inducido por el ahora moribundo proceso? Los años habían borrado la sin razón y solo había quedado Campo Rojo venido a menos la noche de Nochebuena. El rencor le había ganado al afecto.
Heriberto, a pesar del frío, sale a ver la noche, de repente se siente atrapado entre sus recuerdos, uno de los grilletes del inmigrante. Camina alrededor de la casa, patea la nieve, que se levanta como una nube que refleja la luz de los faroles. En ese momento, y sin razón aparente, Heriberto no puede evitar pensar, aunque solo sea por unos instantes, en Betulio, su amigo de siempre. La vida los había separado, el afecto no había podido contra el rencor.
Erlinda le grita a Heriberto: “que hacéis allá afuera, metéte a la casa que te vais a congelar las orejas”. Le parece ver una sombra entre los arboles. No, es solo su imaginación. Encogiéndose de hombros se dirige a la casa donde construye nuevas memorias. Mientras camina alcanza a decir, sin saber a quien ni porque: ¡Feliz Navidad Hermano!.
Betulio se levanta de la mecedora para llamar por teléfono a Miriam, ¡coño! ¿donde se habrá metido? No quiero estar solo en esta noche de fantasmas. Le parece oír una voz conocida que lo llama, se sobresalta, busca la cara en la calle pero no ve a nadie. Encogiéndose de hombros camina hacia la puerta de la vieja casa de mil memorias y deja que estas lo envuelvan, murmura entre dientes ¡Feliz Navidad Hermano!
Nota: Le dedico estas líneas a todos aquellos que en Venezuela y fuera de ella creen y trabajan para un futuro mejor; un futuro donde nuestros hijos tengan la oportunidad de vivir libres de la herencia de nuestros rencores y errores. Al menos esa es hoy mi renovada esperanza para mis hijas. ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Publicado tambien en: miamidiario.com; Noticiero Digital; La Patilla.com; Petroleumworld.com
2 comments:
Bertica Luis, tremendo cuento. Ya me provocaste asi que esta semana echare yo uno. Un abrazo mi hermano querido.
Gracias Luis...
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