Daniel Kahneman
Estos son los días en que Venezuela mira a su pasado reciente y conmemora el décimo aniversario de lo que se ha dado en llamar los eventos de Abril del 2002. Eventos que por sus repercusiones, que aún hoy dividen a los venezolanos, son objeto de numerosas, variadas, emotivas y sobretodo sesgadas versiones desde toda las frecuencias del espectro social y político.
Esta no pretende ser otra remembranza sobre esos días y menos aún una crónica de actos heroicos personales que, quizás afortunadamente, la historia no puso en mi camino. De los eventos ya he escrito y no veo razón para repetirme.
Pero los hechos están ahí para al menos no ser soslayados, porque son parte de la historia que nos tocó y
nos toca vivir, y al menos debemos tratar de sopesarlos porque de ellos
estamos hechos, al menos en parte. De eso se tratan las líneas que aquí siguen
No hace mucho, en una de esas tardes de Bogotá en las que se alterna en jugueteo caprichoso la accidental llovizna con el sol de la montaña,
conversaba sobre todo y sobre nada con un venezolano, de esos que uno
se honra al tener de amigo. De repente, como quien descorre una cortina y
deja entrar la luz, mi amigo me dijo una frase que me dejó estupefacto por su simplicidad y claridad: la política latinoamericana no tiene narrativa como no sea la del anti-imperialismo por un lado, y la del discurso académico sobre el rol del iniciativa privada en la economía por el otro
Eso nos hizo derivar en una conversación de el porque en la política latinoamericana, y en particular en la venezolana de las ultimas décadas, el
discurso del anti-imperialismo, el revanchismo y el rencor, sobre todo
en boca de los que Enrique Krauze llama los Redentores, pareciera
germinar mejor en las grandes masas, que aquel que en aparente
inutilidad trata de hablar de los conceptos de la libertad individual y
de los valores de la sociedad liberal.
Gerver Torres, el amigo de mi historia, autor en la década de los noventa del siglo pasado de lo que quizás es una de las mejores narrativas que se hayan escrito sobre Venezuela: "Un Sueño
Para Venezuela", ciertamente tiene algo que decir sobre este tema,
sobre el cual arduamente trabaja, y aunque probablemente no tiene toda
la respuesta, nos plantea la pregunta correcta.
Esto no hubiese pasado de ser otra conversación entre amigos, si no fuera porque porque en las mismas fechas otro amigo, Miguel Angel Santos, no hubiera subido a la red un video del premio Nobel de economía, Daniel Kanheman; una charla Ted llamada: "El acertijo de la experiencia vs. La memoria".
Kahneman argumenta en esa interesante charla , palabras mas palabras menos, que lo que nuestra memoria recuerda
de nuestra experiencia no es la experiencia en si misma, si no una
narrativa que construimos sobre ella, y que esa narrativa esta matizada
en un alto grado por el final de la experiencia. En otra palabras, si la
experiencia tuvo un final feliz, toda ella la codificamos en una
narrativa que almacena ese final, y si por el contrario tuvo un final
ingrato, ésta es así narrada por nuestra memoria, sin importar mucho la experiencia en si misma. Más aún, el cuento crece con cada contada.
Usando este modelo de Kanheman, es fácil
entender que las memorias que hemos codificado acerca de los sucesos de
Abril del 2002 sean variopintas. Los eventos objetivos: la violencia,
las víctimas, etc., se han convertido en parte de una puesta en escena que se ajusta a la percepción de cada individuo y grupo, y se han convertido en un elemento de fractura social, más poderoso que los eventos mismos., aún hoy una década después.
Lo mismo aplica a la narrativa que se ha impuesto sobre el país que se venía
desarrollando, a trompicones muchas de las veces, durante la segunda
mitad del siglo XX. Y que decir de la leyenda negra del petróleo como excusa general para todos nuestros males sociales y políticos.
Vencer esa narrativa personal y grupal que divide a la sociedad venezolana, es el reto más grande que tenemos que enfrentar si queremos salirnos del circulo vicioso en que hemos caído como país.
Parafraseando
a Gerver Torres, tenemos que crear una nueva narrativa que pavimente el
camino hacia la Venezuela Posible, y que decodifique la división social a las que nos obligan las memorias que hemos “escogido” usar como partitura de nuestro pasado, tanto lejano como reciente.
Aunque desvincularse del pasado luce y es una cuesta muy difícil
de remontar, Venezuela cuenta con una ventaja competitiva importante
para ser exitoso en esa batalla: la juventud de su población.
Ser joven es tener la capacidad de tener nuevas experiencias y
codificar nuevas memorias a partir de ellas. Esta narrativa del futuro
debe reemplazar la estéril visión del pasado con la que nos maniatan los que solo pueden ser relevantes en ese pasado. La obligación de los no tan jóvenes es entonces habilitar esas nuevas experiencias.
Es así como la mejor conmemoración
y honor a la memoria de las victimas de los sucesos de Abril, y de eso
es de lo que se trata en las elecciones que se avecinan, es abocarse a construir ese futuro, que no aflorará súbitamente, sino día a día, palmo a palmo.
Publicado en Petroleumworld
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