Memorias Navideñas
"La larga noche dará paso al nuevo día,
los fantasmas se desvanecerán con la luz del sol invicto,
develando el camino de la esperanza hecha realidad."
Hace ya mucho tiempo, más del que me gustaría reconocer, las navidades de mi infancia transcurrían ingenuas, llenas de ilusiones y sueños, que hoy en mi memoria son como postales de otro tiempo y espacio.
Noches gaiteras, cuando en Maracaibo, y de Villancicos cuando en Caracas, acompañando a la Tía Carmen Julia y sus amigas de la Juventud Católica, en un trashumar de casa en casa. Arbolitos de navidad en la americanizada Maracaibo, y de nacimientos en la todavía muy venezolana Caracas.
Mi abuelo, Luis Julio, ponía en su casa en Caracas un espectacular nacimiento, al menos a mis ojos así era. Todavía puedo ver el cielo de Belén hecho de papel azul recubriendo la pared de la sala que había sido vaciada de muebles para las fechas, incluyendo el gran espejo donde se reflejaba el lienzo con el retrato de Cristobal Mendoza. Las colinas del nacimiento eran hechas de cajas de diferentes alturas, cubiertas de papel de bolsa y con musgo para esconder los cables de la instalación eléctrica que lo iluminaba de noche.
Si mi memoria no me falla, las figuras de tan elaborada construcción cambiaban durante el mes de navidad: no era hasta la nochebuena que aparecía el ángel sobre el pesebre, el niño aparecía esa noche a la medianoche en su cuna, los pastores empezaban a adorar el día de navidad. Los Reyes Magos comenzaban poco después de navidad a cabalgar sus camellos desde el horizonte oriental, para acercarse al pesebre el día de Reyes, desmontando sus bestias y sus ofrendas de oro, mirra e incienso.
Si mi memoria no me falla, las figuras de tan elaborada construcción cambiaban durante el mes de navidad: no era hasta la nochebuena que aparecía el ángel sobre el pesebre, el niño aparecía esa noche a la medianoche en su cuna, los pastores empezaban a adorar el día de navidad. Los Reyes Magos comenzaban poco después de navidad a cabalgar sus camellos desde el horizonte oriental, para acercarse al pesebre el día de Reyes, desmontando sus bestias y sus ofrendas de oro, mirra e incienso.
Y si eso les suena elaborado, era nada comparado con el Nacimiento del Hogar San Juan de Dios, a solo una cuadra de Palmasola, que así se llamaba la casa de Luis Julio; mis ojos infantiles recuerdan ese nacimiento como gigantesco. Esta obra de arte era majestuosa, ocupaba la esquina de Sabana Grande con la 2da Avenida Las Delicias, la gente hacía largas colas para verlo. Tenía efectos de luz que simulaban el día y noche, y el momento cumbre era la aparición en el firmamento de la estrella de Belén, con todo y su estela. A semejanza de las escenas de natividad europeas era mas que un adorno, contaba la historia del nacimiento de Jesús.
Los regalos, o mejor dicho el regalo de navidad, aparecía como por arte de magia al pie del nacimiento la mañana de navidad, del Niño Jesús para Luis Augusto. No se cuantas navidades pasamos con mis abuelos,en Caracas probablemente muy pocas, pero son un recuerdo indeleble que brillan a través de la bruma de la memoria.
Aura, mi Mamá, siempre hizo de las navidades un momento especial en Maracaibo. Siempre se esforzó por darnos algo que recordar. La casa, casa de petrolero, era una casa de arbolito de navidad. La modernidad llegó con el primer arbolito artificial: aluminio plateado, iluminado con un reflector que tenía un filtro de colores que rotaba de amarillo a rojo, a azul, a verde en un lazo infinito. No era buena idea ponerle luces al árbol de metal, una vez lo hicimos y casi nos electrocutamos. Mi padrino/abuelo, Heinrich Magmer (Enrique), era el encargado de poner el árbol, y yo, siempre aspirante a que me notara, ayudaba con voluntad.
Con el correr de los años, y mientras estuviera en casa, yo tomé la labor de poner las luces al árbol y mi Mamá de adornarlo; esta rutina se ha trasladado a mi hogar, como si de una tradición navideña se tratara.
Los regalos mas apetecidos en esas navidades maracuchas eran los de la Juguetería Roger's en la calle 72. Caminar en los pasillos de ese reino de delicias infantiles era uno de los mayores placeres que deparaba Maracaibo para un niño, en especial en época navideña, aunque rara vez uno obtenía lo que deseaba. El Niño Jesús empezaba a transmutarse en Santa Claus, en esa Maracaibo extraña mezcla de gaitas de protesta y de tradiciones norteamericanas traídas por el petróleo.
Siempre quise ser gaitero, que junto con ser pelotero, era la aspiración de cualquier maracucho que se preciara. Mi hermano Emilio, con quien compartí cuarto hasta que mi hermano mayor, Federico, dejó la casa para ir a la Universidad, era un consumado tamborero, o al menos así me lo parecía y quería emularlo. Un diciembre decidí que iba a aprender a tocar la charrasca, que se me antojaba como el instrumento más fácil de tocar; el ritmo de gaita en el cuatro siempre me fue difícil de dominar. Así las cosas le pedí a mi Padrino Enrique que me hiciera una charrasca, el tener el instrumento, pensaba yo, me garantizaría un puesto en el conjunto del colegio.
Enrique, con eficiencia germana, agarró un tubo de bronce, y usando las maquinas herramientas de la Cervecería Zulia, donde trabajaba, produjo una charrasca de muescas perfectamente alineadas, y mejorando el diseño original le añadió un bastoncito finamente torneado, también de bronce, para arrancarle sonido. El sonido de esa charrasca era celestial, era como oír las campanas de la Catedral De Colonia, brillante, agresiva. Pero nunca pude cumplir mi sueño, el primer ensayo con el conjunto fue un estruendoso fracaso. La charrasca sonaba tan duro que no dejaba oír ningún otro instrumento, lo que la hacía inútil, la gaita no estaba lista para la eficiencia teutona. Enrique nunca lo supo, estaba muy orgulloso de su charrasca "alemana", y yo nunca quise decepcionarlo.
Otra Nochebuena se acerca, seguida de una nueva navidad. Los recuerdo de esas navidades iluminan las de hoy, diferentes, pues ahora somos nosotros los que con suerte construimos memorias para otros, eslabones al fin de la cadena que une una generación a otra.
Para muchos de nosotros, dentro y fuera de Venezuela, las navidades pudieran parecer épocas melancólicas y tristes, pero me resisto a ello. Si no hemos de ver la cruz del Avila o el nacimiento en la Plaza de la República, pues ese es el destino; lo sustituyo en mi caso por el Cerro de Monserrate y Usaquen. No derramemos lágrimas, alegrémonos de la oportunidades que la vida nos da de vivir. En esta navidad acumulemos nuevos recuerdos, el pasado es un país extranjero, el futuro está por ser conquistado. Recordemos a los que se fueron, vivamos por nosotros y por ellos.
A mis amigos de ese país imaginario llamado Petrolia y sus familias, donde quiera que estén, les envío un abrazo fraternal. La larga noche dará paso al nuevo día, los fantasmas se desvanecerán con la luz del sol invicto, develando el camino de la esperanza hecha realidad.