Thursday, December 18, 2014

LA ESTRELLA MAS CERCANA - Navidad 2014

 LA ESTRELLA MAS CERCANA - Navidad 2014


Diciembre está de nuevo con nosotros, y con él regresa esa extraña mezcla de nostalgia  por las navidades de nuestra infancia, si las recordamos felices,  y de arrepentimiento por todas las cosas que planeamos para hacer durante el año que termina,  y que nunca alcanzamos  llevar a cabo.

Hoy me siento a escribir estas líneas, que ya se me han convertido en una suerte de tradición personal anual, en la esperanza de que alguien, ojalá que muchos de los que me han alcanzado a leer alguna vez, amigos o no, reciban esto como la prueba de que el vínculo que alguna vez tuvimos, aun sin conocernos, sigue siendo parte del tejido del universo.

En años pasados me dejé llevar por la nostalgia, esa no muy confiable narradora que viste al pasado con su mejor ropa dominguera y lo hace lucir siempre brillante, engañosamente mejor de lo que fue, solo para dejarnos melancólicos con nuestro presente, Este año voy a romper ese molde. 

No hablaré del pasado, ni de la inocencia pérdida, ni de la segura tristeza que a muchos agobia por encontrarse lejos de la tierra que los vio nacer, o que aún estando en ella la ven marchitarse lenta pero seguramente bajo la bota del opresor.

Me rehuso, no solo por el bienestar de mi alma, sino también por el de los míos, a seguir rumiando viejas heridas. Estaría siendo ingrato con el destino que me ha traído hasta aquí por un camino, que aunque sinuoso y por demás azaroso, ha tenido más días que noches.

Uno de los símbolos de la navidad es la estrella de Belén, que en el evangelio de San Mateo revela a los Reyes Magos el nacimiento de Jesús y luego los guía a Belén.  Si fue o no un objeto real, esa estrella nos significa la esperanza que se renueva cada navidad, seamos o no creyentes. Es en ese espíritu que he escrito, y  les comparto, como un símbolo de renovada esperanza, esta pequeña historia. ¡FELIZ NAVIDAD!



  
Una vez más el cansado astrónomo tomó su lugar en el observatorio. Música de Elgar en el viejo gramófono, siempre la misma pieza, NIMROD, el rey mesopotámico de quien se dice construyó la Torre de Babel. El astrónomo lo consideraba apropiado como telón de fondo de su nocturnal búsqueda de estrellas. 

Siempre el mismo ritual, aún en los días  en que la atmósfera hacía de la observación un ejercicio en futilidad. Pero cuál era el propósito de quedarse en casa, se decía a sí mismo, la mera posibilidad de descubrir una nueva estrella, aun durante esos días de grueso cortinaje, era mejor que la seguridad de  la desnudez del techo de la recamara en esa vieja universidad a la que el amor por los cuerpos celestiales lo había confinado, en ese lejano rincón del universo.

Aún recordaba con alegría infantil la primera estrella que había visto, en el viejo reflector del abuelo, guiado solo por su instinto y algunas notas que el abuelo había dejado olvidadas en el raído estuche donde guardaba el viejo telescopio, y que yacía olvidado en el closet de la casa familiar.

Un día, ya hace muchas lunas, curioseando, como es de niños hacer, se había topado con ese pequeño tesoro. Esa primera estrella fue como su primer amor, único, brillante, irremplazable y para siempre perdido.

EL telescopio lo encontró  detrás del oxidado teodolito, oculto trás los golpeados binoculares  Zeiss,  la antigua calculadora mecánica, y un antiguo revolver plateado de cachas de nácar, que para suerte del curioso niño estaba descargado y probablemente inservible.

Sobre el escritorio, en el mismo estudio, los cientos de periódicos que el abuelo guardaba con meticulosidad de bibliotecario. En cada uno de ellos el crucigrama debidamente terminado y el damero siempre concluso. Aunque fuese con la ayuda del Larousse; el abuelo siempre se tomó en serio su deber diario  de completarlos.

Esa primera estrella lo había hecho enamorarse del firmamento y de los telescopios. No había sensación más enriquecedora para el niño que transportarse, aunque solo fuese a través de la lente, a ese mundo distante donde residen las luces eternas de la creación.

Cuando su padre murió, sin llegar a verlo hombre,  su madre le había dicho que había ido a brillar con las otras estrellas y que desde ahí lo cuidaba. Fue un pobre consuelo en ese momento y pronto entendió que también era una mentira piadosa, pero por mucho tiempo hizo que cada vez que pudiera, con el telescopio del abuelo, buscara a su padre entre las estrellas.

Pero los niños se hacen hombres, aunque los hombres nunca dejan de ser niños. Y la búsqueda del padre muerto en el firmamento, dio paso a una pasión por las estrellas que había guiado su vida hasta entonces. Muchas estrellas había visto en su vida. Grandes, pequeñas, dobles,  lejanas, cercanas, pulsares, en nacimiento, super novas en agonía. Atravesó el universo entero, en búsqueda de esa estrella que había ansiado toda la vida. La estrella que pondría su nombre en los libros para toda la eternidad, y después de la cual podría desvanecerse en quién sabe qué esquina de la galaxia.

Pero se había hecho viejo en esa búsqueda. Había sacrificado su juventud, sus amores, sus afectos, en lo que ya le empezaba a parecer como un viaje sin destino. Es cierto que era respetado en su profesión. Es cierto que sus hijas, ya crecidas, siempre llamaban y se interesaban educadamente de sus quehaceres, antes de empezar a parlotear de sus propias vidas. Pero no era infeliz, sus estrellas siempre estaban ahí para acompañarlo, brillantes, misteriosas, comprensivas, sin reproche.

Esta noche, como muchas otras, en ese remoto rincón del universo, el astrónomo recorrería con su telescopio el sector del firmamento que ese día le había tocado escudriñar dentro del diseño de su nocturna disciplina. Una ventana dentro de la infinitud. Quizá sería otra más de esas noches sin nada que reportar, ya se había acostumbrado a ellas. Sabía que el fracaso era el precio que le tocaba pagar por el éxito de la eventual captura de una nueva estrella.

El Astrónomo observaba con atención, escudriñaba la pantalla que su nuevo estudiante le había conectado al telescopio. En ella podía ver más cómodamente el sector que analizaba, sin tener que encorvarse sobre el visor, como en los viejos tiempos. El astrónomo era de la vieja escuela, pero este artilugio ciertamente hacía las cosas más fáciles. Hizo  una nota mental para agradecerle al estudiante en la mañana por haber hecho el esfuerzo. Si solo…

Bien entrada la noche, cuando el líquido marrón que pasa por café en estos parajes del universo ya no surtía efecto, y los parpados se le empezaban a cerrar como puertas de viejo monasterio, el astrónomo oyó el familiar sonido electrónico, entre sonar de submarino y campanilla de heladero de su lejana infancia, que el sistema emitía ante la detección de un objeto que no estaba en su base de datos.

Al principio no hubo sobresalto. Las más de las veces esto eran falsas alamas. Imperfecciones en el tejido  cósmico que el sistema malinterpretaba, o a lo sumo estrellas fugaces detectadas para nunca más ser vistas. De manera metódica, con la fuerza de la costumbre y la disciplina de tantos años, el astrónomo procedió a hacer el despiste.

Conforme avanzaba en su análisis de la información,  su corazón empezaba a latir con un ritmo más acelerado, su respiración se empezó a hacer más rápida, las perlas de sudor empezaron a poblar su frente, aunque esta esquina del universo el calor era algo desconocido.

Era  una sensación que siempre había anhelado, el encontrarse con una nueva estrella. Lo más cercano a enamorarse que conocía, o al menos a lo que creía recordar se siente cómo enamoramiento.

¿Por qué no la había visto antes? Según sus notas esta estrella no debía estar ahí. ¿Sería que estaba perdiendo sus cabales? ¿Será que ya estoy muy viejo para esto? Pensó sin mucha convicción. El médico ya le había advertido de la inconveniencia de estas largas sesiones. Debe ser esta pantalla, se dijo a si mismo e hizo una nota mental, sobre la anterior, de mencionárselo al estudiante en la mañana para que la revisara. De un tirón desconectó el cable  de la pantalla y miró directamente a través del visor.

Allí estaba, clara y brillante, orgullosa como diamante desplegado en el terciopelo del oscuro infinito del universo. Verificó sus notas una y otra vez. No debía estar ahí, pero estaba. No había explicación posible. Era la estrella más hermosa que jamás había visto. Se restregó los ojos. Ahí seguía. Trato de concentrarse en el método: medición, verificación, documentación. Pero su mente se desconcentraba ante la estrella que veía. No había nadie a quien llamar, a esa hora el todo observatorio dormía. La tenía para el solo, aunque fuese solo por esa noche, mañana sería de todos y la habría perdido.

Había que nombrarla, buscó en el catálogo interestelar por un nombre apropiado y finalmente lo encontró: MJ1. En la bitácora anotó sus datos, que el computador ya había calculado:

Tipo: G2 V
Masa: 2,167-1030 kg (1,09 veces la masa solar)
Diámetro: 1.670.000 km (1,2 veces el diámetro del Sol)
Luminosidad: 1,6 veces la del Sol.

Su propia estrella. Empezó a sentir sueño. Miró una última vez a través del telescopio. Pues claro que estaba ahí. Casi parecía que la estrella le sonreía, le invitaba. Debo ya estar viendo visiones, pensó el viejo astrónomo. Escribió algo en su cuaderno y luego se entregó al sueño lentamente.

A la mañana siguiente, o lo que pasa por mañana en este lugar de eterna oscuridad, el estudiante entró al observatorio buscando al astrónomo. No lo encontró en la recamara de su claustro y pensó que, como ya era su costumbre, se había quedado dormido trabajando.

Sobre la mesa de trabajo los anteojos  de su porfesor estaban recostados de su pluma fuente; también su cuaderno abierto en la bitácora del día anterior. Una taza semivacía de café frió hacia ver que había estado ahí, pero ya no estaba. No había muchos lugares donde esconderse en este pequeño asteroide que era el observatorio.  

El estudiante curioso miró al cuaderno del astrónomo con curiosidad, leyó el reporte de la nueva estrella  y se llenó de escepticismo. En ese sector no había estrellas, el profesor está perdiendo la chaveta, pensó con tristeza. Pero se forzó a ver a través del telescopio y su sorpresa fue tal, que casi se cae del banco donde estaba sentado.

Ahí, donde los apuntes del viejo profesor señalaban, no solo estaba la estrella, tan brillante como reportada, sino que tenía una compañera, más pequeña, menos brillante. El profesor no solo había descubierto una estrella en el lugar más inesperado, sino que había descubierto dos: un sistema binario, pero de manera extraña no lo había reportado. El estudiante volvió a leer el cuaderno y cayó en cuenta que en la última línea del cuaderno, en la caligrafía engorrosa del profesor, se leía a duras penas: “Salí a visitar a mi estrella, no esperen por mí.”

En el viejo gramófono, NIMROD volvía a repetirse.


  

1 comment:

anajuliajatar.com said...

Gracias amigo me siento igual en esta noche insomne lejos de la patria. Feliz Navidad!

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