Monday, April 01, 2019

Ramón Espinasa - Retrato Hablado. Publicado en Prodavinci el 28/03/2019

Prodavinci

Para Fernanda y Alicia
Escribir sobre Ramón Espinasa, a los pocos días de su desaparición física, es un atrevimiento y un riesgo. La tristeza que provoca su pérdida todavía no ha empezado a decantar, y uno puede ser víctima del sentimentalismo y edulcorar en demasía el justo homenaje a su vida y quizás dejar fuera cosas que son importantes.
Además, no estoy muy seguro de que Ramón me hubiese escogido para que escribiera sobre él, no fuese a ser que usara la oportunidad para ganarle un último asalto de la esgrima intelectual, usualmente puntuada de humor y sarcasmo fraternal, que caracterizó nuestra relación por más de 30 años.
Pero ni modo, querido amigo, me toca decirte unas últimas palabras, que acompañen a las que te susurré ese jueves 21 de marzo de tu partida, y que espero al menos te hayan hecho sonreír mientras el gran arbitro tocaba el pitazo final de tu partido.
La personalidad de Ramón era como sus presentaciones y escritos sobre petróleo y energía: multicapas. A Ramón le gustaba construir los argumentos curva a curva, palabra a palabra, lámina a lámina. Me imagino que así funcionaba su cerebro analítico: sus argumentos generales se desprendían de su entendimiento de los elementos básicos y los episodios históricos. No era raro observar que, en el medio de sus siempre muy entretenidas e iluminadoras presentaciones, Ramón pausara por unos instantes, mirara al cielo como buscando respuestas que se le escapaban, y luego, con la naturalidad del sacerdote en homilía, compartiera con la audiencia una epifanía que seguro venía semanas rumiando.
De esas multicapas, solo podré deshojar alguna que otra aquí, que espero le hagan justicia al ingeniero, economista, hombre, maestro y amigo que fue Ramón, pero que por definición será una semblanza incompleta.
Conocí a Ramón a comienzos de 1987, en las oficinas de Maraven en Chuao. Inmediatamente hicimos buenas migas. Compartíamos una historia paralela de experiencias: ambos habíamos estudiado con los jesuitas (él en la UCAB y yo en el Colegio Gonzaga); ambos habíamos estudiado en Inglaterra nuestros posgrados y también habíamos vivido en Holanda; y ambos éramos considerados como “outsiders” por los petroleros de vieja raigambre.
Ramón, sin embargo, no tardó en construirse y hacerse dueño de un espacio propio, que no exagero al decir marcaría el destino de la industria petrolera venezolana en la siguiente década, y dejaría una huella que hasta hoy perdura.
Por esos azares del destino de los cuales está hechos la vida, Ramón consiguió en Maraven potentes mecenas para sus ideas. Carlos Castillo (+), presidente de la petrolera, propugnaba como pocos la importancia de profundizar en el análisis de la economía política del petróleo, tema en el que Ramón destacaba. Este apoyo empoderó a Ramón dentro de la empresa y fuera de ella. Mucho de los diálogos entre el Catire Castillo y Ramoncito se realizarían en el llamado Laboratorio de Salud al ritmo de las trotadoras que ambos economistas frecuentaban; no hay como el sudar juntos para neutralizar las jerarquías. Me consta el afecto y la admiración que estos dos hombres se profesaron siempre.
Luis Giusti, también de Maraven y luego presidente de PDVSA, también reconoció tempranamente en Ramón no solo un amigo entrañable, sino al pensador que complementaría la visión de transformación petrolera que se materializaría durante el quinquenio 1994-1998, pero cuyo período de gestación había comenzado en los 80, en los departamentos de planificación de Maraven y luego en PDVSA, a donde Ramón acompañaría a Luis en su aventura de transformación.
Ramón entonces, abiertas sus alas, se convierte en una referencia a nivel nacional e internacional y si se quiere una de las caras de la exitosa estrategia conocida como “Apertura Petrolera”, cinco años de mucha fecundidad y satisfacciones. Creo que no exagero al decir que muchas de las ideas que aún hoy se tratan de impulsar para transformar la industria petrolera y su relación con la sociedad venezolana tienen su origen en Ramón y su equipo en esos años.
Era tal la importancia que Ramón le daba a su trabajo en PDVSA en esa época, y su estimación de para qué era bueno, que es la única persona que yo sepa que haya declinado la oferta de ser ministro (dos veces); el entonces presidente Caldera le ofreció la cartera de planificación. Un ejemplo para las nuevas generaciones.
La llegada de Hugo Chávez a la presidencia, en 1999, marcó no solo el fin de una época política, si no también el final del sueño de una mejor industria petrolera venezolana. Ramón, al igual que la mayoría del equipo que acompañó a Luis Giusti en su gestión, fue objeto de persecución política y finalmente fue ignominiosamente expulsado del edificio la Campiña y de su trabajo –le cambiaron la cerradura a su oficina un buen día para hacerle saber que no era bienvenido–. Este episodio le provocó a Ramón una tristeza enorme. En su ingenuidad, que era tan grande como su ingenio, no solo no lograba entender las razones políticas de su expulsión del “paraíso”, sino que le causó mucho dolor ver como amigos en quienes buscó apoyo le daban la espalda. Pocos sabían esos “amigos” que a ellos también les llegaría su hora.
Ramón pudo, a costa de un enorme sacrificio familiar que le acarreó mucho dolor, reinventarse profesionalmente. Sus verdaderos amigos le tendieron a mano y empezó su nueva vida como consultor internacional, finalmente recalando en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, donde se convirtió en una referencia continental no solo en petróleo, sino también en energía y en general en industrias extractivas. No hay una capital en Latinoamérica donde Ramón no haya estado, sea conocido, querido y sobre todo admirado.
Creo que no hubo un solo día durante su exilio en Washington en que Ramón no haya pensado en el día en que pudiera volver a Venezuela a colaborar en su reconstrucción. Siempre encontraba el tiempo para pensar y escribir sobre Venezuela, y más de una vez hubo que convencerlo de que abandonar su trabajo en el BID, para colaborar tiempo completo con alguna campaña política, siempre al borde de desalojar al chavismo, era un empeño quijotesco. No había un foro sobre Venezuela y su petróleo donde Ramón no fuese invitado de excepción. Tal era la naturaleza de su pasión por su patria.
En el 2005, Ramón conceptualizó y trabajó en la fundación de lo que hoy se conoce como el Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA, del cual él esperaba ser su coordinador. En ese instituto él había puesto su esperanza de regresar a Venezuela. Infortunadamente el sueño no se dio por diversas razones. Sin embargo, a pesar de su profunda decepción, Ramón siguió vinculado al Centro y fue uno de sus más brillantes profesores en Caracas y Bogotá, mientras que convencía a algunos de nosotros, que íbamos a renunciar en solidaridad con él, a continuar colaborando con el Centro. Una deuda que todavía está por saldar.
Así como Ramón podía ser obcecado con sus ideas, podía también modificar su manera de pensar, a su propio ritmo, claro está. De una visión muy estatista sobre el petróleo en sus inicios, mutó a entender que el monopolio estatal de la actividad y el control de la renta eran perversos y se convirtió en un apóstol de la idea de cambiar la relación petróleo y sociedad y transformar las instituciones que lo regulaban.
Su idea central del petróleo como actividad productiva y motor de transformación, y no simplemente como generador de renta, lo acompañó siempre, y la sembró en muchos a los que influyó en las nuevas generaciones. De igual manera promovió la creación de una agencia reguladora de la actividad de hidrocarburos, mucho antes de que ella estuviera de moda.
Su último proyecto en el BID, que no pudo ver concluido, es un esfuerzo por cambiar la visión que la región tiene sobre su industria extractiva: de una de expoliación, a una de creación de valor compartido y transformación social; una meta realmente ambiciosa y de largo aliento.
Después de mi salida de PDVSA, en 2003, Ramón se encargó de tenderme su mano y su afecto: él ya había pasado por lo mismo. Juntos recorrimos Centroamérica con Mercedes Briceño en un proyecto para el BID sobre fondos de estabilización. El reporte debe yacer en alguna gaveta, pero las muchas y valiosas experiencias de vida nos acercaron mucho más.
Desde mi venida a Colombia, en el 2007, para trabajar en Pacific Rubiales, Ramón fue invitado obligado en nuestras reuniones estratégicas anuales: nos dejaba su inigualable manera de explicar lo complejo, renovaba sus lazos con petroleros venezolanos de toda la vida y hacía nuevos amigos en un país que también lo acogió con afecto y admiración, y que hoy también sienten su partida. Alguna vez jugó con la idea de trabajar con nosotros, pero la atracción por la investigación y la trascendencia de las ideas siempre pudo más.
Ramón deja un legado académico y profesional como ninguno, pero sobre todo un legado humano. En el tiempo que lo conocí siempre tuvo cuidado de rodearse de jóvenes talentosos que no solo eran sus escuderos, sino también sus estudiantes y en última instancia sus amigos. Todos ellos, muchos hoy en posiciones de influencia en el sector de energía, han expresado su afecto por Ramón y seguro estoy que para ellos sus enseñanzas trascenderán.
Ramón amó y fue amado, tuvo grandes virtudes y su dosis de defectos, un gran venezolano y un buen ser humano. Fue un hombre público, pero celoso de su privacidad. No conoció montaña que no quisiese escalar, incluida la de sus propios temores.
Joan Manuel Serrat y el himno del Barça, que fueron la partitura de su vida, lo acompañaron en su último aliento.
En uno de sus últimos correos, comentando una semblanza sobre sus tíos y padres que hizo su prima Maite, escribió: “Parece que al final del día todos somos unos nómadas. No me parece mal.”
Que tu Dios esté contigo, Ramoncito.

PDVSA - Ser o no ser. Publicado en Prodavinci el 20/03/2019

Prodavinci


“No debemos olvidar en la euforia de este gran momento nacional que el camino de nuestra independencia económica recién se comienza. Será tarea cotidiana sin complacencias ni complicidades. Ahora no tendremos excusas para nuestros fracasos. La tarea es absolutamente nuestra y la riqueza que podamos crear será obra nuestra. Pero también ahora seremos responsables o culpables de la miseria de nuestros niños, del abandono de nuestros cultivos y del desamparo de nuestros hogares”.
Discurso de Carlos Andrés Pérez en agosto de 1975 con motivo de la Nacionalización de la Industria de los Hidrocarburos
Desde el momento de su creación, Petróleos de Venezuela (PDVSA) ha sido objeto de admiración, envidia (que es otra forma de admiración), odio, sospecha, indiferencia y, para abreviar, de casi todo el espectro de sentimientos humanos por parte de los venezolanos. Durante toda su existencia, PDVSA ha sido sinónimo de la industria petrolera venezolana y aún hoy, a pesar de estar sumida en una crisis sin precedentes, o quizás por ello, continúa siendo una pieza central a la hora de tratar de entender los derroteros por los cuales transita la República. 
En esta hora menguada que vive Venezuela, sabios y legos se enfrascan en un debate apasionado sobre si PDVSA debería o no existir en la Venezuela reconstruida postchavismo, aunque nunca nos queda claro si discuten sobre lo mismo, ya que sospecho que cada uno tiene una idea propia de lo que es o de lo que significa PDVSA.
Cuando hablamos de PDVSA, ¿a qué nos referimos? 
  • ¿A la PDVSA de la etapa postnacionalización que le tocó recuperar la industria de los efectos de la falta de inversión de las compañías extranjeras, y que derrumbó el mito de que las reservas petroleras del país eran de muy corta vida? 
  • ¿A la PDVSA de los cambios de patrón de refinación, exploración de la Faja del Orinoco y comienzos de la internacionalización, con una visión de convertirse en actor importante del mercado mundial?
  • ¿A la PDVSA de la llamada Apertura Petrolera, que ante la ingente base de recursos del país convenció al país político de la necesidad de atraer de vuelta la inversión extranjera para desarrollar las oportunidades existentes y buscaba nuevos espacios industriales?
  • ¿A la PDVSA actor y víctima de los enfrentamientos políticos de principios del siglo XX?
  • ¿A la PDVSA “roja rojita” que nació de la anterior y que derivó en un conglomerado de clientelismo nacional e internacional?
  • ¿A una PDVSA ideal todavía por definir?
Cada uno de nosotros tiene una memoria o idea muy particular de cómo era PDVSA o cómo debiese ser, dependiendo de la edad, de si trabajó en ella o no, si le fue bien o no, de su sesgo profesional o político y, sobre todo, si se ve o no con un rol futuro en ella. Todo esto hace que la respuesta a la pregunta no sea única o definitiva.
Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela y autor del libro “Venezuela, Política y Petróleo”, que a pesar de los años transcurridos es el mejor esfuerzo de un político venezolano por escribir sobre su visión de la relación entre el petróleo y la política, expresó lo siguiente en su discurso de cierre de campaña presidencial en 1958:
“Estamos viviendo de prestado de una riqueza, de la riqueza del petróleo, que nos va a durar apenas unas pocas décadas. Contra reloj, en ese lapso tenemos que crear una economía nuestra, una agricultura poderosa, una ganadería próspera, una industria potente, para que cuando desaparezca el petróleo y no quede de él sino el testimonio de unas cabrias enmohecidas y unos socavones en Oriente y Occidente, no veamos ese fenómeno con desoladora tristeza, sino como algo que se esperaba y para lo cual estábamos preparados”.
“…porque Venezuela, después de treinta años de industria del petróleo del país, no puede continuar siendo una espectadora pasiva, con los brazos cruzados, de la forma cómo se explota, de la forma cómo se refina, de la forma cómo se comercializa el petróleo nacional.”
Creía Betancourt, al igual que muchos de sus contemporáneos, que por una parte el petróleo como fuente de riqueza económica para Venezuela tenía sus días contados y por la otra en la necesidad imperiosa de que los venezolanos, en particular el Estado, se ocuparan de tomar control político y operacional de la industria petrolera.
Es así como la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) es creada bajo la figura de instituto autónomo por decreto Nº 260 del 19 de abril de 1960 y publicado en la Gaceta Oficial Nº 26.233 del 21 de abril del mismo año. Esta primera compañía estatal tendría una actuación modesta en las actividades de exploración y producción y será fusionada con otras operadoras durante el proceso de nacionalización de 1975-1976; la construcción de una empresa petrolera requería de una combinación de recurso humano, tecnología y músculo financiero que el Estado no estaba en capacidad de proveer.
En 1975, durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, se aprueba la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y Comercialización de Hidrocarburos (LOREICH), como culminación de un proceso de cada vez mayor control de la actividad por el Estado. En esa ley se crea PDVSA como una empresa que funcionaría como casa matriz, con la responsabilidad de la planificación y el control financiero y operacional de la industria. La operación como tal quedaría en manos de las 14 empresas (ahora propiedad del Estado) que en ese momento existían en Venezuela, argumentando que con esto se garantizaba la continuidad operacional. Esta decisión fue en su momento bastante polémica, ya que algunos preferían que fuese la CVP la que fungiese como casa matriz y única operadora.
Para nuestros propósitos, es importante explicar que la PDVSA original era pequeña en tamaño y modesta en alcance: tenía principalmente un rol de coordinación de las filiales; estas, seguramente veían a PDVSA como una incomodidad necesaria. PDVSA, además, servía de muro de contención entre la operación petrolera, por definición una actividad técnica, y el mundo político, función en la que sin duda fue exitosa por largos años.
En el transcurrir del tiempo, PDVSA se fue fortaleciendo en su rol de casa matriz y el balance del poder organizacional fue migrando de las filiales a la casa matriz. El contacto con el Gobierno, el control presupuestal y las decisiones sobre las carreras de los ejecutivos se convirtieron en las palancas por medio de las cuales se fue consolidando su autoridad sobre las filiales. La operación y la concentración de know-howtécnico/comercial continuaba, sin embargo, en las filiales operadoras, que además se habían venido consolidando en solo cuatro de ellas.
Un factor de gran importancia en la transformación que tuvo PDVSA en esa etapa fue el relevo generacional. De una industria totalmente poblada por obreros, técnicos y profesionales formados en los tiempos y las formas de las multinacionales, una nueva generación se empieza a abrir paso en la estructura. Aunque educada en la tradición de excelencia de las operadoras extranjeras, la nueva camada genera una cultura de empresa estatal con rasgos de multinacional, creando un híbrido organizacional, particular de cada filial y de cada región operadora y que ven en PDVSA un “primus inter pares”.
En esa consolidación como casa matriz, PDVSA empieza a atraer a lo mejor del personal de la industria y a los profesionales que salen de las mejores universidades nacionales y del plan de becas Mariscal de Ayacucho. Además, los proyectos transformadores de la industria: cambio de patrón de refinación, desarrollo de la Faja del Orinoco, Internacionalización, Apertura Petrolera, etc., aunque ejecutados por las filiales, son coordinados y motorizados desde la casa matriz. PDVSA ya no es una Siberia organizacional, sino el paso obligado para aquellos que buscan ascender e influir en la corporación.
En enero de 1998, con la fusión de las cuatro filiales operadoras bajo el paraguas de PDVSA, otra corporación surge. PDVSA no es ahora solo una entidad coordinadora, sino que formaliza su control sobre las operaciones e intenta crear una identidad cultural propia, diferente al legado de las multinacionales; esta decisión fue y es todavía cuestionada por muchos, pero no es el objetivo aquí abrir esa particular discusión. Basta decir que los acontecimientos posteriores no nos permitieron juzgar los efectos de esa decisión con la perspectiva adecuada.
De 1999 a la fecha muchas cosas han pasado con PDVSA, ahora convertida en instrumento de política partidista, foco de corrupción y divorciada de su actividad primigenia: desarrollar y comercializar los recursos de hidrocarburos de Venezuela. Esa PDVSA chavista se nos presenta a muchos como la antítesis de todo lo que debería ser el guardián honesto de nuestros recursos de hidrocarburos: débil técnica y organizacionalmente. Una oscura etapa de la que debemos aprender lo perverso que puede ser un Estado que monopolice la sangre que mueve la economía de un país.
En suma, siempre el mismo nombre, PDVSA, pero nunca la misma organización.
Regresemos entonces a la discusión de si debemos o no “rescatar” a PDVSA y qué significa eso en realidad. Como hemos visto, no existe una única PDVSA que nos sirva de modelo para el mentado rescate, sino que seguramente existen otras versiones diferentes a las que aquí se mencionan. Más aún, me atrevo a asegurar que ninguna de las versiones de PDVSA del pasado es la adecuada para enfrentar el estado de colapso en que hoy se encuentra la industria petrolera nacional.
¿Qué hacer? 
Antes de aventurar cualquier estrategia, es necesario entender cuáles son las variables que influyen sobre la industria petrolera venezolana, su inserción en el mercado nacional e internacional, y de ahí esbozar una visión futura.
Así las cosas, es importante contestar ciertas preguntas: ¿cuál es el futuro del petróleo? ¿Cuál es la visión del rol de la industria petrolera nacional en el modelo de desarrollo del país? ¿Cuál es el estado de las instalaciones existentes? ¿Cuál es el rol del capital privado? ¿Cuál es el rol de una compañía estatal? ¿Cuáles son las necesidades de inversión en el sector?  ¿Cuáles son los requerimientos tecnológicos? ¿Con qué recurso humano se cuenta? ¿Cuál es el mejor vehículo legal/económico para que el Estado ejerza su rol? ¿Qué implicaciones institucionales tienen las respuestas a las anteriores preguntas? 
Una vez contestadas las preguntas sobre el sector, debemos entonces proceder a entender el entorno general en el cual opera la industria: ¿Cuáles son las necesidades de ingreso petrolero de parte del fisco? ¿Cuál es la disponibilidad de fondos de parte del Estado para invertir en el sector? ¿Existe capital político para las reformas que se buscan implantar de manera sostenible? ¿Existe interés real y sostenido del capital privado para participar en el sector? 
De modo que rescatar a PDVSA, cualquier cosa que esto signifique, no puede ser un objetivo a priori, menos aún el producto de la nostalgia por tiempos mejores, o la búsqueda de resarcimiento de derechos vulnerados o retribución política. La decisión debe ser el resultado de un análisis serio de lo que se quiere hacer con la industria petrolera nacional. Además, hay que tener muy en cuenta que estas decisiones no pueden ser ejercicios de escritorio, sino que deben estar basadas en la realidad ineludible de que, por primera vez en nuestra larga historia petrolera, la infraestructura de la industria, sus niveles técnicos y su cultura organizacional han sido dañadas hasta niveles de colapso generalizado.
La idea que encarna PDVSA ha demostrado tener una resiliencia extraordinaria en el imaginario de la sociedad venezolana, en particular porque su destrucción por el chavismo la convierte en objeto de nostalgia.  En retrospectiva, no era imposible predecir el destino de PDVSA: ser contaminada con la política y finalmente ser destruida. Lo admirable es lo exitoso que fueron sus diferentes líderes en la era pre Chávez en hacer de ella una institución de excelencia, a pesar de la política.
PDVSA es mucho más que un buen recuerdo, es una muestra de lo que podemos construir como sociedad, pero es una criatura de su tiempo y de su circunstancia. PDVSA puede y debe ser sustituida por otra idea o institución que refleje mejor este tiempo y esta circunstancia; ese es el reto de la generación que hoy se asoma al escenario de la historia, más ligera de equipaje. 
La actual coyuntura es la oportunidad para soñar con un mejor futuro y diseñar una nueva industria petrolera nacional, construida sobre las lecciones del pasado, la ruina que es el presente, y adecuada los enormes retos de Venezuela y a la nueva e inquietante realidad de mercado que enfrenta el petróleo en el entorno mundial.

GEOPOLITICS, OIL MARKET DYNAMICS AND A TURBULENT YEAR FOR VENEZUELA

El Taladro Azul    Published  Originally in Spanish in    LA GRAN ALDEA M. Juan Szabo   and Luis A. Pacheco   This last delivery of the year...