“No debemos olvidar en la euforia de este gran momento nacional que el camino de nuestra independencia económica recién se comienza. Será tarea cotidiana sin complacencias ni complicidades. Ahora no tendremos excusas para nuestros fracasos. La tarea es absolutamente nuestra y la riqueza que podamos crear será obra nuestra. Pero también ahora seremos responsables o culpables de la miseria de nuestros niños, del abandono de nuestros cultivos y del desamparo de nuestros hogares”.
Discurso de Carlos Andrés Pérez en agosto de 1975 con motivo de la Nacionalización de la Industria de los Hidrocarburos
Desde el momento de su creación, Petróleos de Venezuela (PDVSA) ha sido objeto de admiración, envidia (que es otra forma de admiración), odio, sospecha, indiferencia y, para abreviar, de casi todo el espectro de sentimientos humanos por parte de los venezolanos. Durante toda su existencia, PDVSA ha sido sinónimo de la industria petrolera venezolana y aún hoy, a pesar de estar sumida en una crisis sin precedentes, o quizás por ello, continúa siendo una pieza central a la hora de tratar de entender los derroteros por los cuales transita la República.
En esta hora menguada que vive Venezuela, sabios y legos se enfrascan en un debate apasionado sobre si PDVSA debería o no existir en la Venezuela reconstruida postchavismo, aunque nunca nos queda claro si discuten sobre lo mismo, ya que sospecho que cada uno tiene una idea propia de lo que es o de lo que significa PDVSA.
Cuando hablamos de PDVSA, ¿a qué nos referimos?
- ¿A la PDVSA de la etapa postnacionalización que le tocó recuperar la industria de los efectos de la falta de inversión de las compañías extranjeras, y que derrumbó el mito de que las reservas petroleras del país eran de muy corta vida?
- ¿A la PDVSA de los cambios de patrón de refinación, exploración de la Faja del Orinoco y comienzos de la internacionalización, con una visión de convertirse en actor importante del mercado mundial?
- ¿A la PDVSA de la llamada Apertura Petrolera, que ante la ingente base de recursos del país convenció al país político de la necesidad de atraer de vuelta la inversión extranjera para desarrollar las oportunidades existentes y buscaba nuevos espacios industriales?
- ¿A la PDVSA actor y víctima de los enfrentamientos políticos de principios del siglo XX?
- ¿A la PDVSA “roja rojita” que nació de la anterior y que derivó en un conglomerado de clientelismo nacional e internacional?
- ¿A una PDVSA ideal todavía por definir?
Cada uno de nosotros tiene una memoria o idea muy particular de cómo era PDVSA o cómo debiese ser, dependiendo de la edad, de si trabajó en ella o no, si le fue bien o no, de su sesgo profesional o político y, sobre todo, si se ve o no con un rol futuro en ella. Todo esto hace que la respuesta a la pregunta no sea única o definitiva.
Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela y autor del libro “Venezuela, Política y Petróleo”, que a pesar de los años transcurridos es el mejor esfuerzo de un político venezolano por escribir sobre su visión de la relación entre el petróleo y la política, expresó lo siguiente en su discurso de cierre de campaña presidencial en 1958:
“Estamos viviendo de prestado de una riqueza, de la riqueza del petróleo, que nos va a durar apenas unas pocas décadas. Contra reloj, en ese lapso tenemos que crear una economía nuestra, una agricultura poderosa, una ganadería próspera, una industria potente, para que cuando desaparezca el petróleo y no quede de él sino el testimonio de unas cabrias enmohecidas y unos socavones en Oriente y Occidente, no veamos ese fenómeno con desoladora tristeza, sino como algo que se esperaba y para lo cual estábamos preparados”.
“…porque Venezuela, después de treinta años de industria del petróleo del país, no puede continuar siendo una espectadora pasiva, con los brazos cruzados, de la forma cómo se explota, de la forma cómo se refina, de la forma cómo se comercializa el petróleo nacional.”
Creía Betancourt, al igual que muchos de sus contemporáneos, que por una parte el petróleo como fuente de riqueza económica para Venezuela tenía sus días contados y por la otra en la necesidad imperiosa de que los venezolanos, en particular el Estado, se ocuparan de tomar control político y operacional de la industria petrolera.
Es así como la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) es creada bajo la figura de instituto autónomo por decreto Nº 260 del 19 de abril de 1960 y publicado en la Gaceta Oficial Nº 26.233 del 21 de abril del mismo año. Esta primera compañía estatal tendría una actuación modesta en las actividades de exploración y producción y será fusionada con otras operadoras durante el proceso de nacionalización de 1975-1976; la construcción de una empresa petrolera requería de una combinación de recurso humano, tecnología y músculo financiero que el Estado no estaba en capacidad de proveer.
En 1975, durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, se aprueba la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y Comercialización de Hidrocarburos (LOREICH), como culminación de un proceso de cada vez mayor control de la actividad por el Estado. En esa ley se crea PDVSA como una empresa que funcionaría como casa matriz, con la responsabilidad de la planificación y el control financiero y operacional de la industria. La operación como tal quedaría en manos de las 14 empresas (ahora propiedad del Estado) que en ese momento existían en Venezuela, argumentando que con esto se garantizaba la continuidad operacional. Esta decisión fue en su momento bastante polémica, ya que algunos preferían que fuese la CVP la que fungiese como casa matriz y única operadora.
Para nuestros propósitos, es importante explicar que la PDVSA original era pequeña en tamaño y modesta en alcance: tenía principalmente un rol de coordinación de las filiales; estas, seguramente veían a PDVSA como una incomodidad necesaria. PDVSA, además, servía de muro de contención entre la operación petrolera, por definición una actividad técnica, y el mundo político, función en la que sin duda fue exitosa por largos años.
En el transcurrir del tiempo, PDVSA se fue fortaleciendo en su rol de casa matriz y el balance del poder organizacional fue migrando de las filiales a la casa matriz. El contacto con el Gobierno, el control presupuestal y las decisiones sobre las carreras de los ejecutivos se convirtieron en las palancas por medio de las cuales se fue consolidando su autoridad sobre las filiales. La operación y la concentración de know-howtécnico/comercial continuaba, sin embargo, en las filiales operadoras, que además se habían venido consolidando en solo cuatro de ellas.
Un factor de gran importancia en la transformación que tuvo PDVSA en esa etapa fue el relevo generacional. De una industria totalmente poblada por obreros, técnicos y profesionales formados en los tiempos y las formas de las multinacionales, una nueva generación se empieza a abrir paso en la estructura. Aunque educada en la tradición de excelencia de las operadoras extranjeras, la nueva camada genera una cultura de empresa estatal con rasgos de multinacional, creando un híbrido organizacional, particular de cada filial y de cada región operadora y que ven en PDVSA un “primus inter pares”.
En esa consolidación como casa matriz, PDVSA empieza a atraer a lo mejor del personal de la industria y a los profesionales que salen de las mejores universidades nacionales y del plan de becas Mariscal de Ayacucho. Además, los proyectos transformadores de la industria: cambio de patrón de refinación, desarrollo de la Faja del Orinoco, Internacionalización, Apertura Petrolera, etc., aunque ejecutados por las filiales, son coordinados y motorizados desde la casa matriz. PDVSA ya no es una Siberia organizacional, sino el paso obligado para aquellos que buscan ascender e influir en la corporación.
En enero de 1998, con la fusión de las cuatro filiales operadoras bajo el paraguas de PDVSA, otra corporación surge. PDVSA no es ahora solo una entidad coordinadora, sino que formaliza su control sobre las operaciones e intenta crear una identidad cultural propia, diferente al legado de las multinacionales; esta decisión fue y es todavía cuestionada por muchos, pero no es el objetivo aquí abrir esa particular discusión. Basta decir que los acontecimientos posteriores no nos permitieron juzgar los efectos de esa decisión con la perspectiva adecuada.
De 1999 a la fecha muchas cosas han pasado con PDVSA, ahora convertida en instrumento de política partidista, foco de corrupción y divorciada de su actividad primigenia: desarrollar y comercializar los recursos de hidrocarburos de Venezuela. Esa PDVSA chavista se nos presenta a muchos como la antítesis de todo lo que debería ser el guardián honesto de nuestros recursos de hidrocarburos: débil técnica y organizacionalmente. Una oscura etapa de la que debemos aprender lo perverso que puede ser un Estado que monopolice la sangre que mueve la economía de un país.
En suma, siempre el mismo nombre, PDVSA, pero nunca la misma organización.
Regresemos entonces a la discusión de si debemos o no “rescatar” a PDVSA y qué significa eso en realidad. Como hemos visto, no existe una única PDVSA que nos sirva de modelo para el mentado rescate, sino que seguramente existen otras versiones diferentes a las que aquí se mencionan. Más aún, me atrevo a asegurar que ninguna de las versiones de PDVSA del pasado es la adecuada para enfrentar el estado de colapso en que hoy se encuentra la industria petrolera nacional.
¿Qué hacer?
Antes de aventurar cualquier estrategia, es necesario entender cuáles son las variables que influyen sobre la industria petrolera venezolana, su inserción en el mercado nacional e internacional, y de ahí esbozar una visión futura.
Así las cosas, es importante contestar ciertas preguntas: ¿cuál es el futuro del petróleo? ¿Cuál es la visión del rol de la industria petrolera nacional en el modelo de desarrollo del país? ¿Cuál es el estado de las instalaciones existentes? ¿Cuál es el rol del capital privado? ¿Cuál es el rol de una compañía estatal? ¿Cuáles son las necesidades de inversión en el sector? ¿Cuáles son los requerimientos tecnológicos? ¿Con qué recurso humano se cuenta? ¿Cuál es el mejor vehículo legal/económico para que el Estado ejerza su rol? ¿Qué implicaciones institucionales tienen las respuestas a las anteriores preguntas?
Una vez contestadas las preguntas sobre el sector, debemos entonces proceder a entender el entorno general en el cual opera la industria: ¿Cuáles son las necesidades de ingreso petrolero de parte del fisco? ¿Cuál es la disponibilidad de fondos de parte del Estado para invertir en el sector? ¿Existe capital político para las reformas que se buscan implantar de manera sostenible? ¿Existe interés real y sostenido del capital privado para participar en el sector?
De modo que rescatar a PDVSA, cualquier cosa que esto signifique, no puede ser un objetivo a priori, menos aún el producto de la nostalgia por tiempos mejores, o la búsqueda de resarcimiento de derechos vulnerados o retribución política. La decisión debe ser el resultado de un análisis serio de lo que se quiere hacer con la industria petrolera nacional. Además, hay que tener muy en cuenta que estas decisiones no pueden ser ejercicios de escritorio, sino que deben estar basadas en la realidad ineludible de que, por primera vez en nuestra larga historia petrolera, la infraestructura de la industria, sus niveles técnicos y su cultura organizacional han sido dañadas hasta niveles de colapso generalizado.
La idea que encarna PDVSA ha demostrado tener una resiliencia extraordinaria en el imaginario de la sociedad venezolana, en particular porque su destrucción por el chavismo la convierte en objeto de nostalgia. En retrospectiva, no era imposible predecir el destino de PDVSA: ser contaminada con la política y finalmente ser destruida. Lo admirable es lo exitoso que fueron sus diferentes líderes en la era pre Chávez en hacer de ella una institución de excelencia, a pesar de la política.
PDVSA es mucho más que un buen recuerdo, es una muestra de lo que podemos construir como sociedad, pero es una criatura de su tiempo y de su circunstancia. PDVSA puede y debe ser sustituida por otra idea o institución que refleje mejor este tiempo y esta circunstancia; ese es el reto de la generación que hoy se asoma al escenario de la historia, más ligera de equipaje.
La actual coyuntura es la oportunidad para soñar con un mejor futuro y diseñar una nueva industria petrolera nacional, construida sobre las lecciones del pasado, la ruina que es el presente, y adecuada los enormes retos de Venezuela y a la nueva e inquietante realidad de mercado que enfrenta el petróleo en el entorno mundial.
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