Friday, September 25, 2020

DESDE EL DESVÁN DE LA MEMORIA, PARTE II - Publicado en LA Gran Aldea, Septiembre 15, 2020

 LA GRAN ALDEA



El problema al estudiar eventos históricos es que sabes cómo termina la historia, y es imposible olvidar lo que sabes hoy cuando piensas en el pasado. Es difícil imaginar caminos alternativos de la historia cuando ya se conoce el camino real. Así que las cosas siempre parecen más inevitables de lo que eran.” 

  

Morgan Housel, History is Only Interesting Because Nothing is Inevitable.


 

Cuando Alejandro Hernandéz, editor de la página La Gran Aldea, me retó a escribir algo sobre los acontecimientos que se desarrollaron en el 2002 y 2003 alrededor de PDVSA, supe que los que tenían que ver el conflicto que derivó en el despido de cerca de 20.000 personas, entre obreros, empleados, tecnicos y gerentes de la petrolera estatal, serían los más dificiles de narrar. 

 

Los eventos de lo que trata esta segunda entrega, al contrario de los de abril de 2002, tuvieron como escenario a todo el pais, y a un elenco de múltiples actores, que no necesariamente eran todos petroleros o tenían los mismos intereses. Por otro lado,  me atrevo a decir que los petroleros tenían, en el esbozo original de la estrategia política opositora - si es que tal cosa llegó a existir - ,  un rol secundario, pero en la medida que los eventos transcurrieron, y ante la retirada del liderazgo político y empresarial, quedamos expuestos en la vanguardia, terminando como chivos expiatorios y quien sabe si como moneda de canje.

 

El Paro Cívico que ha transmutado en el tiempo en la narrativa venezolana, erradamente,  a Paro Petrolero, es un proceso complejo y pobremente analizado;  como decía Manuel Caballero del petróleo: “un Minotauro sin Homero”. Así las cosas, esto que aquí comparto con el lector no pretende ser más que una narrativa personal de las circunstancias que llevaron al paro nacional, y de como PDVSA se vio involucrada. Dejaré a mentes mejor amobladas que la mía el analizar y escribir sobre el desarrollo del paro.

 

Para escribir esto he recurrido a fragmentos que he públicado con anterioridad, torpes sin duda, pero que  sirven como apuntes que me permiten no depender enteramente de mi memoria, que casi veinte años después de esos eventos no es necesariamente la mejor referencia. 

 

Comenzemos donde dejamos  la historia:

 

“El 12 de abril, regresamos a PDVSA. Parra y su grupo habían abandonado sus puestos la noche anterior. Antes que todo, esa mañana, en el estacionamiento del edificio de La Campiña, se izó la bandera y se cantó el Himno Nacional en honor a los asesinados del día anterior. Lloramos sin ningún pudor. En mi opinión, nada justificaba la pérdida irracional de esas vidas, en medio de la locura de alguien que se imaginaba batallas épicas donde solo había ambición de bandoleros. Nuestra ingenuidad política nos  había convertido en piezas en un juego diabólico de poder del cual no conocíamos las reglas. Ya nunca seríamos los mismos.

 

El regreso de un Chávez  muy debilitado y contrito, en la madrugada del 13 de abril, permite creer, por unos días, que PDVSA y el país se pueden recuperar. Eso, como hoy sabemos, no ocurrió, pero eso es otra historia.”

 

¿PARO? ¿CUÁL PARO?

La crisis de inicios del 2002 dejó a PDVSA muy debilitada organizacionalmente, pero milagrosamente intacta desde el punto de vista operacional. Las contadas paralizaciones de actividades durante el período marzo - abril no llegaron a afectar las áreas operativas de manera significativa, quizás porque la situación política hizo crisis muy rápidamente o porque en verdad los petroleros no estaban dispuestos a tomar acciones que afectaran lo que la mayoría consideraba su proyecto de vida.

PDVSA estaba muy lejos de tener una sola visión del rol que debía tener en la Venezuela de principios de siglo, pero si algo en común tenían la mayoría de los que en ella trabajaban era un orgullo por el trabajo que hacían, orgullo que el país leía la mayoria de la veces como arrogancia distante.

A esa PDVSA post abril 2002 llega un nuevo actor. Hugo Chávez llama a Alí Rodriguez Araque (ARA) a que venga a hacerse cargo de la presidencia de PDVSA. ARA,  que había sido el primer ministro de energía y minas de Chávez, debe abandonar su cómoda posición de Secretario General de la OPEP en Viena y regresar a Caracas, con la aparente misión de “pacificar” a la petrolera estatal.

Su nombramiento fue visto con precaución por los petroleros, pero no había razón para pensar que ello no fuera un real intento de enderezar entuertos. ARA había sido guerrillero en los años 60 y 70 del siglo XX, y fue uno de los últimos en deponer las armas durante la politica de pacificación de la primera administración del presidente Caldera, pero desde entonces había sido una actor relevante en la política petrolera nacional.

En sus años en el congreso, ARA se había ganado la reputación de ser un parlamentario fiel a su ideología de izquierda, pero abierto al compromiso. Sin embargo, era un enemigo jurado de las políticas de Apertura Petrolera y sus asesores visibles tampoco eran amigos de PDVSA. A primera vista Rodríguez Araque se percibía como un político inteligente, cuya exposición a las realidades del negocio petrolero internacional lo etiquetaba, a los ojos de los desprevenidos, como el menor de los males para la situación en la que se encontraba la empresa; hay que recordar que a esa altura  ninguno de los nombrados por Chávez en sus cuatro años como presidente había sido exitoso o duradero.

En las primeras de cambio, ARA toma decisiones que no solo  se puede decir que fueron sensatas, sino que estaban dirigidas a tratar de calmar los ánimos. Los petroleros despedidos por Chávez en el infame episodio del pito, en abril del 2002,  fueron reeganchados. De igual manera, Rodríguez Araque estructuró una junta directiva con la participación de profesionales extraidos de la gerencia petrolera, evadiendo nombramientos que pudieran ser considerados como de índole política, mostrando un talante de inclusión sorpresivo y bienvenido. Del otro lado de la balanza, los petroleros “bolivarianos” también permanecieron en sus puestos; recordemos que la administración de Hector Ciavaldini había dado un sello de formalidad a la emergencia de facciones políticas dentro de una organización tradicionalmente apartidista.

Uno puede concluir, en retrospectiva, que en ese momento la administración de Chávez no era lo suficientemente fuerte como para tomar las represalias que cualquier otro gobierno/dueño hubiese tomado ante la indisciplina dentro la organización petrolera, y porque no decirlo dentro de la fuerza armada; después de todo, había sido la fuerza armada, y no los petroleros, quienes le pidieron la renuncia al entonces legítimo presidente de la república. El gobierno,  como el tiempo revelaría, había decidido reagruparse para batallas futuras y guardar sus represalias para luego.

En julio de 2002, el presidente Chávez tambien nombra a Rafael Ramírez Carreño como nuevo ministro de Energía y Minas. Ramírez, un ingeniero poco conocido y de escasa experiencia, pero del entorno de confianza de ARA, pronto se transformará en un “apparatchik” con mucho poder, pero esa es otra historia.

A lo interno de PDVSA, hay intentos por buscar la conciliación entre las facciones que habían emergido durante el accidentado proceso que condujo a los eventos de abril del 2002. Esos intentos resultaron todos fallidos, por razones que merecen un mejor análisis que el que yo pueda dar aquí, pero que tienen que ver con una diferencia ideologica básica: los que creían en una PDVSA que respondiera a objetivos meramente empresariales, y los otros que aspiraban a que PDVSA fuese un brazo político del gobierno, con ellos a la cabeza. También hay que recordar que, solo semanas antes, la gerencia petrolera había cuestionado los méritos para acceder a la dirección de la empresa de aquellos colegas con los que les tocaba convivir de nuevo; una tensión subterránea no resuelta, que había aumentado con los años y los cambios en la dirección de la empresa.

Simplifiquemos la historia a la fecha:

-        Luis E. Giusti: Técnocrata, arquitecto de la Apertura y la reforma del modelo organizacional.

-        Roberto Mandini: Tecnócrata, crítico de la Apertura, resiste la politización.

-        Hector Ciavaldini: Activista político, promueve la politización y la formación de grupos bolivarianos dentro de la empresa

-        Guacaipuro Lameda: Militar activo, ingeniero, trata de rescatar valores organizacionales, percibido como rehén de la tecnocracia, resiste la politización

-        Gastón Parra: Académico, Ideologo de izquierda, promueve el conflicto interno.

-        Alí Rodríguez Araque: Ideologo y activista político, enemigo de la Apertura

 

ARA comienza una estrategia de sillas músicales dentro de la dirección de PDVSA, trasladando a los que considera como lo líderes naturales de la empresa a posiciones de menor influencia operativa, pero reitero, nunca haciendo lo lógico en cualquier organización: pensionarlos o despedirlos. En paralelo, ARA retoma la estrategia de politizar, de manera no muy sútil, la empresa,  y permite que las instalaciones de la empresa sean utilizadas para actividades de proselitismo político, lo que genera. Descontento.

En anécdota personal, me toca acompañar a ARA, junto con otros ejecutivos, a una gira al exterior para calmar a los acreedores de PDVSA. El mensaje es que la empresa está estable y es capaz de enfrentar sus obligaciones financieras y que ARA es una garantía de estabilidad (lo se, exceso de profesionalismo). En el medio de la gira, ARA se aburre y nos dice: “continúen ustedes que lo hacen muy bien, yo me voy a visitar a mi hija.”  Al regreso de ese viaje, ARA me llama a su oficina, y después de una largo introito, en modo párroco de iglesia andina, donde me dice, entre otras cosas, que el entiende la necesidad de mantener a PDVSA apolítica, me comunica que me debe cambiar de posición y que mi siguiente asignación es reabrir una oficina de manejo de inversionistas en el exterior; oficina que yo mismo había promovido cerrar durante la administración del Gral. Lameda. Empieza así un tortuoso periplo personal donde busco hacer algo útil de de lo que entiendo como ostracismo empresarial. No sería así, los eventos nos avasallarían, tanto a él como a mí.

Los días llevan a las semanas y estas a los meses. Dentro y fuera de PDVSA las tensiones no han dejado de escalar. Las investigaciones sobre los sucesos de abril no conducen a ninguna parte. Las sesiones de la Asamblea Nacional para aclarar los hechos son un mal circo, que lejos de esclarecer los hechos e identificar los responsables, enrarecen más el ambiente. El Tribunal Supremo de Justicia sentencia que no hubo Golpe de Estado sino Vacío de Poder. En la política,  los  partidos tradicionales  empiezan a dar paso a nuevas organizaciones y la sociedad civil se torna más vocal ante una situación que se deteriora.

Ya pasado unos meses desde abril, el país se empieza a recalentar. Fedecámaras, ahora presidida por Carlos Fernández, en ausencia de Pedro Carmona quien se exila a Colombia, y la CTV, presidida por Carlos Ortega, continúan en abierta oposición a la administración del presidente Chávez y su política económica. En la Fuerza Armada también hay descontento, para muestra la toma de la Plaza Atamira por oficiales desafectos al régimen. También se empezaron a organizar paros empresariales escalonados como medida de protesta, a los cuales se empezaban a sumar algunos empleados de de la petrolera, que sienten una responsabilidad personal. En fin, eventos que evidenciaban la inestabilidad política y social del país.

A todas estas, dentro de PDVSA, los trabajadores vivían su propio desconcierto, producto de las tensiones no resueltas: persecuciones internas a manos de la gerencia de Protección y Control de Pérdidas, bajo la mirada indiferente, o quizás la anuencia de ARA. Durante los meses que desembocaron en el  Paro Nacional, el personal de PDVSA, en su mayoría renuente por  principio a involucrarse, comenzó a ser objeto de fuertes presiones desde diferentes sectores políticos, empresariales y sociales,  para que se incorporararan a la lucha política. El argumento simplificado era: nosotros los apoyamos en su lucha en abril por la meritocracia, ahora ustedes deben sumarse a la lucha contra el gobierno. Recuerdo claramente las acusaciones de cobardía e indiferencia que tenían como blanco a los trabajadores petroleros; importante recordar que se había convertido en creencia popular que los petroleros habían tumbado a Chávez en abril, cuando la verdad era (y es) que solo los militares tumban gobiernos. 

En la mentalidad del petrolero promedio, una cosa era luchar por la integridad de la empresa y otra convertirse en actores políticos, de ahí su renuencia; ingenuo, lo acepto, pero era así. 

Llegado noviembre, la situación en el país está en punto de ebullición. Tiempo después  muchos analistas han postulado que el gobierno, mas preparado para enfrentar una nueva crisis, promovía una nueva rebelión. Yo pienso que eso es darles demasiado mérito estratégico , pero no lo descarto.


Todavía puedo recordar con nitidez la reunión entre Alí Rodriguez Araque con todo el grupo de alta gerencia de la petrolera estatal, tanto de Caracas como del resto de las zona operativas, realizada finales de noviembre de 2002 en el auditorio del CIED (la universidad corporativa de PDVSA), en la urbanización La Tahona en el este de Caracas. La reunión tenía como objetivo discutir las estrategias para enfrentar las crecientes amenazas de paro que se escuchaban dentro de la organización en respuesta a los llamados que ya he descrito. 

La situación que se enfrentaba era única, por no decir anómala. La industria tenía planes de contingencia para enfrentar paros laborales, pero esos planes dependían de que el personal conocido como nómina mayor (empleados, técnicos y gerentes) reemplazara al personal obrero en las operaciones, y en todo caso por un período de tiempo corto y de manera localizada. No había planes para enfrentar un paro general, sobre todo si  una gran proporción de todas las nóminas decidía apoyar ese paro y este se extendía el tiempo. ¡Los profesionales no hacían huelga! 

Los más de cincuenta ejecutivos fueron tomando la palabra, uno a uno. Comunicaron la situación del área a su cargo y describieron en detalle los planes de contingencias diseñados y su probabilidad de éxito. Recuerdo con claridad como los gerentes operacionales describían con disciplina y prolijo detalle, como se estaban asegurando de que no faltara gasolina y gas natural en el mercado nacional, que se pensaba era el talón de Aquiles del gobierno. Muchos lectores se sorprenderán de esto, ya que no se acomoda a la imagen que el chavismo ha tratado de vender: una gerencia petrolera conspiradora y saboteadora;  sin embargo, es un hecho cierto.

Eso no quiere decir que no hubiese sectores dentro de la petrolera nacional que estuviesen dispuestos a jugarse su pellejo individual para evitar que Venezuela fuese conducida por el camino de destrucción que ya se presentía y donde PDVSA sería la primera victima – pero eso lo deben narrar otros.


En mi memoria muy personal, la reunión del CIED es uno de esos hitos en el camino que definen mucho de lo que después ocurrió. Se hizo patente entonces, como se hizo obvio en las semanas que siguieron, que ARA no tenía ninguna intención de buscarle solución a las situaciones que su cuerpo gerencial le describía en detalle, y que habían acentuado la crisis en la guardia del guerrillero vestido de petrolero: la promoción de una gerencia política paralela, el acoso de parte de los cuerpos de seguridad internos y externos, la falta de decisiones para mediar en la anarquía institucional, etc.

Para ampliar esta narativa, la reunión fue interrumpida por la comparecencia de un grupo representativo de los trabajadores petroleros, liderados entre otros  por Horacio Medina y Juan Fernandez, quienes le presentaron a ARA una propuesta  para bajarle la temperatura a la situación; también fueron ignorados.

La confrontación, y con ella la destrucción de la institución, parecían serle indiferente a Rodríguez Araque. La máscara de estadista que por algunos años le había presentado al país, se caía estruendosamente, mostrando la cara del Comandante Fausto – su alias de tiempos de la guerrilla. En retrospectiva, era ingenuo esperar que el comportamiento de ARA fuera diferente. En un artículo publicado en el Diario El Nacional, en el 2009, “El Cero Como Meta”, la periodista Milagros Socorro, hizo una disección brillante de este personaje y su particular estructura emocional.

El 2 de diciembre del 2002, Fedecámaras convoca a un paro nacional, con una duración inicial era 24 horas, pero que se va extendiendo día a día hasta convertirse en una huelga indefinida. El objetivo declarado del paro era la renuncia de Chávez a la presidencia.  Los empleados de PDVSA se pliegan de manera eventual, pero como muchos otros sectores se ven arrastrados al conflicto por los eventos que se fueron sucediendo.

La dirección profesional de la empresa trata de mediar entre los empleados y el gobierno, pero son esfuerzos infructuosos. Las gerencias operativas ponen en efecto los planes de contigencia en un intento de contener el efecto en las operaciones del descontento de su fuerza laboral, que se empieza a sumar al Paro Cívico. El 5 de dicembre, el buque tanquero Pilín León se declaró en Rebeldía y se fondea en la Barra del Lago de Maracaibo, bloqueando la navegación y por lo tanto la exportación de crudo desde esa región.

Durante la primera semana del Paro Cívico, ARA, por diseño o por ignorancia, desarticuló la organización que decía querer estabilizar, sustituyendo a los gerentes operacionales más importantes, quienes se mantenían en sus puestos de trabajo, introduciendo nuevos elementos de discordia en una ya candente situación, reviviendo las condiciones y las personalidades que habían llevado a la crisis de abril de 2002.

A lo largo de los siguientes días, y de una manera sistemática, la presidencia de la corporación estatal fue suspendiendo todo el liderazgo natural de la empresa, eliminado toda posibilidad de que ese liderazgo contribuyera, como creo estábamos dispuesto a hacerlo, a amortiguar una situación operacional y organizacional que amenazaba con desbordarse.

De esta manera, y sin olvidar las llamadas de la oposición política, los hechos de Altamira, el paro de la flota petrolera y otros factores externos, Pdvsa tomó un curso de acción que resultaría catastrófico. A estas acciones siguieron la toma militar de las instalaciones, la creación de listas negras de personal y el llamado a la “toma popular”, que hicieron casi imposible el acceso a las instalaciones del personal necesario para mantener las operaciones en los niveles de contingencia que la gerencia profesional había aplicado para afrontar la crisis. Detrás de cada iniciativa para mediar en la crisis, seguía una acción violenta del gobierno que incendiaba de nuevo los ánimos. 

Los medios, de parte y parte, en una suerte de competencia por audiencia, exacerbaban los ánimos todas las noches, en sendas emisiones. El discurso oficial, era que no había paro, y que el problema estaba concentrado en un reducido grupo de gerentes de PDVSA, minimizando la crisis mientras que la oposición transmitía un frágil triunfalismo.


Los despidos masivos que marcaron la segunda mitad de la crisis petrolera a principios de 2003, lejos de conducir a una solución, no sirvieron sino para “calentar” aún más la situación y mantener el paro incluso más militante. El paro era ahora acerca de los despidos, la estrategia de destrucción tomaba su inevitable curso.

Por cualquier estándar gerencial y de liderazgo, la administración de ARA y sus adlateres no puede eximirse de su responsabilidad de la destrucción de la organización que pretendían liderar.

La historia mostrará que lejos de tomar medidas reales de entendimiento y negociación, destinadas a salvaguardar la empresa petrolera de la diatriba política, el chavismo  aprovechó la ocasión para lograr su verdadero objetivo: la purga de la industria por motivos ideológicos y su sumisión a un proyecto político sectario. Cerca de 20.000 personas fueron despedidas por su supuesta participación en el paro. Su persecución ulterior, que todavía continua, llevó a muchos a emigrar, la primera ola de lo que hoy es una gran marea

El Paro Cívico finalmente languideció, y ya para finales de enero del 2003 los empresarios y comerciantes, que habían pagado un alto precio, empezaron a volver a sus actividades. La recolección de firmas para convocar un referendo revocatorio marcó el final infeliz del paro. El costo político y económico de  revocatorio tuvo consecuencias de largo plazo en la vida política y económica del país, consecuencias que todavía estamos viviendo. El gobierno chavista fue exitoso en transmutar la narrativa: de  Paro Cívico en Paro Petrolero y luego en Sabotaje Petrolero. Los verdaderos responsables políticos del Paro, chavistas y de oposición,  se han camuflado detrás de esa narrativa perversa y mentirosa.

Ya sabemos que ocurrió  luego con la PDVSA purgada: navegó, junto con el país,  en la cresta de una inesperada bonanza petrolera  que escondió la minusvalía en la que había quedado la empresa; bonanza que le permitió a Chávez y Ramírez creerse su propio cuento de que el conocimiento y la honradez no eran atributos  necesarios para gestionarla. Hoy, despues de año de dilapidar el ingreso petrolero, sin talento técnico ni gerencial, colapsada y en ruinas, PDVSA no es más que un vago recuerdo de lo que fue.

En una muestra de ingenuidad política sin precedentes, pensamos que expresar nuestras opiniones y actuar como ciudadanos era un derecho al cual se podía acceder sin costo alguno. Pensamos que nuestra razón era una buena  razón y por tanto terminaría por ser reconocida. No supimos entender que el país enfrentaba, no a un gobierno democrático, sino a una secta empeñada en el control totalitario de la sociedad.

Los petroleros pagaron un precio muy alto.  Venezuela y los venezolanos todavía lo siguen pagando.

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