Thursday, March 31, 2022

Entre la Espada y la Pared - Publicado en la Gran Aldea, Marzo 30, 2022

LA GRAN ALDEA 



“Uno hace planes para adaptarse a las circunstancias, y no trata de crear circunstancias para adaptarse a los planes.”General George S. Patton

Y de repente, como si de tormenta de arena en el desierto se tratara, se ha desatado un torbellino de información y desinformación sobre las sanciones que pesan industria petrolera venezolana y su posible flexibilización.

Expertos de gran solera, espontáneos en el oficio, economistas, petroleros, hombres de negocio, académicos, y hasta políticos, se disputan la palestra pública para opinar sobre el presente y futuro de la industria petrolera venezolana.Circulan multitud de sesudos análisis, como si de confeti de carnaval se tratara – hecho curioso, pues las cifras del sector petrolero venezolano sufren de una falta de confiabilidad estructural.

Toda esta cacofonía mediática ha sido causada por la visita de una delegación norteamericana a la capital venezolana en días recientes. Bienvenida por el régimen, sorpresiva para otros, y con variadas interpretaciones de corto y mediano plazo, casi que al gusto del consumidor, la reunión y su propósito siguen escondidos detrás de un telón de ambigüedad informativa por parte del visitante, y la usual propaganda del visitado.

La visita norteamericana, marcada por la invasión de Rusia a Ucrania y las subsecuentes sanciones norteamericanas al petróleo ruso, ha sido inevitablemente interpretada como un acercamiento del gobierno norteamericano de cara a la actual crisis energética. 

Algunos especulan que el tema central de la conversación fue el aseguramiento, para el mercado del norte, del suministro del poco o mucho petróleo que se produce en estas latitudes. Esto implicaría, así reza la interpretación, una primera aproximación a flexibilizar las sanciones que hoy aplican a PDVSA y el régimen, y que obstaculizan la producción, y más importante, el comercio del petróleo venezolano en el mercado norteamericano.

Hoy, debido a las sanciones, PDVSA se ve forzada a vender sus volúmenes en el mercado asiático, usando los caminos verdes y con artimañas más asociadas al contrabando de sustancias ilegales, que al comercio del petróleo. Como resultado, ese petróleo es vendido con descuentos importantes vis-a-vis los reales precios de mercado, y seguramente sea fuente de corrupción.

Además, las sanciones al petróleo de Rusia obligan a esta a desviar volúmenes de sus mercados tradicionales a Asia, con descuentos importantes, probablemente desplazando parte o todo el volumen de crudo venezolano que hoy va a ese mercado, o al menos presionando los precios aún más a la baja, con el efecto negativo eso tiene en las cuentas nacionales.

Así las cosas, la sola posibilidad de que el crudo venezolano pueda ser comercializado en el mercado norteamericano debe ser música para los oídos del régimen venezolano, y en general para los sectores cercanos al petróleo, de ahí la celebración adelantada de muchos sectores.

De otra parte, los volúmenes de petróleo que puede añadir Venezuela al mercado son de poca monta en el balance mundial o hemisférico. Así que la interpretación inicial dada a la visita, de que Norteamérica está en necesidad del petróleo venezolano, pareciera tener poco asidero en la realidad, al menos en el mediano plazo.

Recordemos que la destrucción de la industria petrolera por el chavismo hizo posible el desarrollo del “shale oil” en los Estados Unidos y el crecimiento de la capacidad de producción en Rusia, convirtiéndolos en los mayores productores mundiales junto con Arabia Saudita, y relegando a Venezuela a jugar un rol secundario en el mercado.

De manera que los intereses de corto y mediano plazo, aceptando que siempre el petróleo juega un rol, deben estar en otra esfera. Recordemos que operadoras petroleras como Chevron, ENI y Repsol, por mencionar las más relevantes, no solo mantienen todavía presencia en Venezuela, esperando una reactivación, sino que también han acumulado multimillonarias acreencias, producto de decisiones corporativas de vieja data, la insolvencia de PDVSA y las dificultades que generan las sanciones norteamericanas.

Una flexibilización de las sanciones permitiría a estas compañías al menos vislumbrar una posibilidad de empezar a cobrar parte de la ingente deuda que la petrolera estatal tiene con ellas – que valga la pena decir es una aspiración legítima desde un punto de vista puramente empresarial.

Ahora bien, empezar a recuperar la capacidad de producción de la industria petrolera venezolana requiere de invertir ingentes capitales – el lector puede navegar la cacofonía ya mencionada para que saque sus propias conclusiones -, pero en todo caso hablamos de miles de millones de dólares, que por necesidad deben originarse en las mismas compañías que ya mencionamos.

Es válido entonces preguntarse, ¿si las sanciones fuesen flexibilizadas, están los inversionistas, tanto nacionales como internacionales, dispuestos a tomar el riesgo de invertir sin garantías creíbles, sin un cambio significativo y sostenible del régimen legal y fiscal que desde hace lustros ha restringido al sector? Sin mencionar los conceptos anacrónicos que contaminan la política petrolera tanto del régimen como de parte importante de la oposición.

Si además introducimos en el análisis las deficiencias estructurales del aparato económico y social: servicios públicos deficientes (en particular el sistema eléctrico), falta de personal calificado, la cadena de suministro mundial, la competencia de otras cuencas, la criminalidad, el panorama no es muy alentador en el corto y el mediano plazo. Claro, si los retornos económicos llegaran a justificar el alto riesgo percibido, algunos inversionistas pudieran estar dispuestos a crear enclaves petroleros del siglo XXI. Vaya retroceso.

¿Quiénes serían los eventuales beneficiarios de una flexibilización de las sanciones petroleras, si Venezuela no es más que un soplo dentro del huracán que es el mercado energético internacional y si la verdadera recuperación pasa por un cambio político estructural que no se vislumbra?

Pues, para empezar, y sin ninguna duda, el régimen de Maduro sería el mayor beneficiado. En principio recibiría mayores ingresos y mitigaría su situación actual: luce acorralado de cara a poder colocar la actual producción y políticamente vendería esa flexibilización como una victoria y un reconocimiento a su régimen, aunque estaría lejos de serlo.

Los otros beneficiarios, como ya anotamos, serían las petroleras extranjeras, a quienes se les abriría una pequeña ventana por donde empezar a recibir pago por las deudas existentes. Por moderada que pueda ser la nueva producción que puedan desarrollar en el corto plazo, se rompería su actual estancamiento, y pueden mostrar una pequeña victoria a sus auditores y accionistas.

Por otro lado, el sector de servicios petroleros, hoy disminuido, recibiría una oportunidad de no morir completamente de inanición al ser parte de la cadena productiva de las empresas operadoras. Y finalmente, por pura carambola, la población venezolana algún goteo recibiría, si es que el régimen, contrario a su política de dos décadas, decidiera que los venezolanos de a pie merecen su atención.

No hay que sorprenderse entonces del tsunami de optimismo que la reunión de magras ha generado en esos sectores. 

¿Quiénes serían los perdedores? Sin duda que la oposición política, que todavía trabaja para un cambio político estructural, vería su posición muy debilitada. Las estructuras militantes, y en particular la población, vería menoscabada su hoy precaria esperanza de cambio, y ciertas élites verían reivindicada su estrategia de convivencia como válida. El llamado Gobierno Interino y lo que queda de la Asamblea Nacional del 2015 quedarían fuera de juego.

Sin embargo, tal resultado no es inevitable. Aunque hoy podemos decir que las sanciones a Venezuela, sumadas a las sanciones a los rusos, tienen al régimen en su situación más precaria, también es verdad que el país tiene un agotamiento espiritual y material, y quiere soluciones perentorias al estancamiento político, social y económico en el que estamos. Si sumamos esto a que la crisis mundial coloca a Venezuela en un diferente tablero al que estaba con anterioridad a la aventura de Putin, podemos entender que los norteamericanos busquen nuevas soluciones a este problema regional.

Darle un respiro a las sanciones es una posible jugada en ese nuevo tablero, que como apuntamos beneficiaría al régimen principalmente. ¿Pero eso a cambio de qué? ¿Qué concesiones políticas se le deben/pueden extraer a un régimen debilitado, de cara al objetivo mayor de la democratización del país? ¿Cómo crear un balance político en vez de desequilibrar la situación aún más? 

Hay que empezar por entender el balance estratégico presente, en lo que al petróleo se refiere: no es que el mercado norteamericano necesita el petróleo venezolano y el régimen negocia con fortaleza, son los venezolanos que necesitan el mercado norteamericano y negocian para sobrevivir.
 
En ese nuevo tablero, la oposición, si así lo quisiera y trabajara por ello, puede convertirse en la pieza que aproveche la presente situación política, presionando por aquellas condiciones bajo las cuales estarían dispuestos a apoyar la flexibilización de las sanciones: liberación de presos políticos, condiciones para elecciones libres verificables, solo para mencionar algunas.

Habría que asegurar que los mejorados ingresos petroleros no vayan a engrosar los presupuestos de los personeros del régimen, sino que sean destinados a mitigar la crisis humanitaria – para eso existen instrumentos. También, la oposición venezolana puede matizar la conversación política en los EE. UU., que hoy está dividida en estos temas.

Oponerse de manera obtusa a cambios en el régimen de sanciones, sin ofrecer alternativas, es tan irracional como sumarse a la procesión que hoy reza por la vuelta del petróleo como solución mágica a nuestros problemas.

Para ser claros, una flexibilización de las sanciones a Venezuela no devolvería a su industria petrolera el dinamismo que alguna vez tuvo. Para eso se necesita de cambios políticos profundos y de transformaciones legales y fiscales que el presente régimen no está en capacidad o disposición de llevar adelante. No nos desgastemos en discusiones bizantinas de si son 200 u 800 miles de barriles días de producción adicional (en 1 o 5 años), ni valoremos  esos barriles a $150. Los milagros no existen en la industria petrolera.

La visita de los emisarios del norte nos anuncia que los vientos políticos están cambiando de dirección. Lo que ayer se nos antojaba, tanto al régimen como a la oposición, como las ortodoxias por las cuales romper lanzas, hoy lucen anacrónicas. La falsa prosperidad que se evidencia en ciertos enclaves del país no debe confundirnos: estamos entrando en nuevas y desconocidas turbulencias.

Tanto el régimen como la oposición están entre la espada y la pared, y que decir de la mayoría empobrecida que habita en esta Tierra de Gracia. Tiempo de actuar con inteligencia.


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