El 12 de abril del 2002, Venezuela amaneció de luto. El día anterior, una gigantesca marcha, la más grande que hasta ese momento había ocurrido en la ciudad capital, fue emboscada por pistoleros en los alrededores de Miraflores, que disparando a mansalva asesinaron a 19 venezolanos de ambos lados de la pared humana que Chávez había erigido para refugiarse. Muertes innecesarias todas, ante la mirada indiferente de la Guardia Nacional y a pesar de los esfuerzos de la Policía Metropolitana por controlar la situación.
El 12 de abril del 2002, Venezuela amaneció también sin un gobierno legítimo. Hugo Chávez, después de haber sembrado vientos con sus acciones y verbo por espacio de más de 6 meses, finalmente había cosechado su tempestad. En un hecho que algunos pudieran considerar de justicia histórica, el alto mando militar lo había hecho renunciar a la presidencia ante las fechorías del 11 de Abril, y su destino lucía incierto. En un giro irónico del destino, un militar golpista había sido depuesto por sus propios compañeros de armas.
El 12 de Abril del 2002, PDVSA, el centro de los hechos que condujeron a la gran marcha del 11 de Abril, y como después sabríamos el tablero sobre el cual Chávez y sus contrincantes jugaban ajedrez político sin el menor recato o interés en el daño que infligían, amaneció también sin timón. Gastón Parra y su Junta Directiva habían renunciado 24 horas antes, y escurriendo sus responsabilidades dejaban la nave al garete, después de haberla llevado al ojo del huracán.
El 12 de Abril del 2002, Venezuela se vio cara a cara de nuevo con el lado de su alma que la hace propensa a caer victima de la ambición y el resentimiento, y que pareciera siempre venir de la mano de los hombres de uniforme y de aquellos que Teodoro Petkoff alguna vez bautizó como la izquierda Bobona.
El 12 de Abril del 2002, también aprendimos que hasta el más civilizado miembro de una sociedad, una vez azuzado y herido, puede también reaccionar con resentimiento en contra de aquellos que considera sus agresores. Descubrimos que todos podemos ser Hugo Chávez.
El 12 de abril del 2002, derramamos lágrimas por los desalmados asesinatos del 11 de Abril. Pero sin saberlo, llorábamos por la muerte de nuestra inocencia. Inocencia que había empezado a agonizar con el viernes negro de 1983, los motines de 1989 y los golpes militares de febrero y noviembre de 1992
Hoy derramamos lágrimas en recuerdo de las víctimas del 11 de Abril, y también por las víctimas de esos otros eventos, sintomáticos de la enfermedad social que hace tiempo nos aqueja. Pero, aunque llorar es necesario, solo es útil si con ello empezamos a enjugar la cultura de resentimiento que hoy contamina cada faceta de vida en nuestro país.
El tiempo ha llegado, por difícil que nos parezca, para que se alcen voces de esperanza por arriba de la desesperanza. Es el momento de acallar las vociferaciones que provienen del otro lado de la trinchera, con voces sinceras que clamen por el fin de la guerra. Eso al menos le debemos a los que salieron a marchar el 11 de Abril y nunca regresaron a sus hogares. Se lo debemos a todos los perseguidos por sus ideas, a los encarcelados, a los que en el exilio añoran el azul del Caribe. Se lo debemos al futuro. A un futuro con Abriles sin lágrimas.
Publicado en Petroleum World Abril 12, 2009
No comments:
Post a Comment