Sentado en un banco en el Parque de la 93, viendo pasar la vida a ritmo de paso de montaña. Es la una de la tarde y trato de decidir qué hacer de mi necesidades alimentarias. Hoy lunes Santo, mis compañeros habituales de almuerzo ya se han dispersado en búsqueda del "descanso" de Semana Santa, que estoy seguro mucho tendrá de tendrá de playa y poco de misticismo.
Los compatriotas de siempre, en su mayoría, a casa. Los nuevos compatriotas a los destinos de tierra caliente que los habitantes de montaña anhelan por contraste. Algunos, los menos, a explorar algún envidiable lugar del planeta en búsqueda de significado.
Para el beneficio de mi memoria posterior, trataré de describir el lugar. El Parque (La Plaza) de la 93 es lo que los urbanistas llaman un espacio urbano de entretenimiento. Es un área verde, como del tamaño de uno y medio campos de fútbol, sembrado de arboles en su perímetro y con camineras de ladrillo que cortan la grama con un patrón cartesiano. Dos pequeñas áreas circulares en los extremos longitudinales que rompen la uniformidad del diseño. En el extremo este el esbozo de un parque infantil.
Se encuentra ubicado en el norte de Bogotá, aunque no está de más aclarar que eso de norte es una anacrónica referencia cardinal a la ciudad vieja. Hoy la ciudad ha crecido mucho mas allá hacia un nuevo norte. Como su nombre lo indica está en la calle 93, entre carreras 11 y 13A.
Está rodeado por sus cuatro costados de restaurantes, lugares de comida rápida, bares y cafés. Esto se extiende hacia las cuadras adyacentes, incluyendo hoteles. En suma, una concentración poco usual de lugares para todos los gustos y de todos los precios. En Maracaibo lo hubieran bautizado, con ese humor particular, con el nada envidiable remoquete de el "Parque del Hambre". A esta hora del mediodía, cuando escribo, es el lugar de almuerzo por excelencia de los que trabajan en el enjambre de oficinas que hay en los alrededores.
En la noche es uno de los abrevaderos preferidos de aquellos que, como en cualquier ciudad del mundo, prefieren olvidar el día con alcohol y teniendo una buena conversación acerca de lo divino y lo profano, antes que regresar temprano a casa a apoltronarse frente al televisor con la telenovela de turno. A cualquier hora un destino preferido para turistas, aparece como visita obligada en todas las guías turísticas. Los jueves en la noche...pero eso es otra historia
En los días en que juega la Selección Nacional, cada lugar se convierte en un ruidoso y concurrido estadio virtual, cortesía de las gigantescas pantallas planas y de abundantes volúmenes de la excelente cerveza local. Aunque a decir verdad en los últimos partidos la Selección no ha dado muchas razones para celebrar. En la época de navidad, como en todos los parques bogotanos, el parque se llena de decoraciones y luminarias y se convierte en lugar obligado de peregrinación de niños y adultos en búsqueda de la niñez perdida.
El día de hoy amaneció espectacular. Solo unas pocas nubes cabalgan sobre el azul del cielo bogotano. Una temperatura que recuerda la Caracas de mi niñez, cuando había razones más que suficientes para aspirar a llamarse: la capital del cielo. Como en todas las ciudades donde el gris del cielo es el color predominante, en un día como hoy el parque se plena de gente, todos rindiendo pleitesía a la visita esplendorosa y tibia del astro rey.
Parejas de enamorados, o al menos en abierto cortejo, ocupan los pocos bancos, o se lanzan sonrisas sentados en el césped mientras sus dedos juguetean como auscultando sus sentimientos. Amigos que discuten airadamente la reelección de Uribe, las reales posibilidades de la selección (casi las mismas que la vinotinto, diría yo), o intercambian los últimos chismes de oficina. Al fondo, unos columpios se mecen en solitario en la tenue brisa, no es esta la hora de los niños. Aunque de continuar así el día ya aparecerán como aves vespertinas.
El cerro de La Calera hacia el este custodia el parque. Se alza por sobre los techos bajos de los edificios que circundan el parque. Ahora que lo pienso, un espacio modelado en la plaza mayor de cualquier ciudad de la península de la cual venimos casi todos. Un día como pocos en La Sabana, si no fuera porque es lunes y el yugo del escritorio me reclama a través de la incesante vibración del celular donde escribo esto.
Pero eso puede esperar. Escogeré una mesa con vista al parque y bajo el cielo. Comeré despacio, mientras admiro pasar las bogotanas que lucen más hermosas bajo la luz del sol. Rememoraré otras ciudades y otras latitudes, donde también en días como hoy los verdes espacios de los parques se llenan de gente en adoración al sol, en el ritual legado de nuestro común pasado de sociedad agrícola. Y por que no, también pensaré en casa, a veces tan lejana, pero cercana al mismo tiempo, donde ya es casi imposible encontrar un apacible recuadro verde en el cual sentarse a meditar.
Un día hermoso en la Sabana. Extraño alguien con quien compartirlo. Sin embargo, de haberlo tenido esto no hubiese sido escrito. No podemos ganar todas. Por ahora camino al Café Renault, "light lunch". Luego a Creppes and Waffles, a por un helado de Arequipe. Hoy nos es día para dietas. Toca en este día de casi verano, antes de que el clima de la Sabana nos juegue una broma cruel.
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